lunes, 24 de agosto de 2020

Reflexiones sobre el inicio del curso escolar

Algunas reflexiones sobre el inicio del curso escolar






Dentro de pocos días comienza el curso escolar en España y aún no se han decidido más que unas pocas vaguedades en el papel sobre cómo se hará ni las consecuencias que tendrá para los alumnos, los profesores y el personal no docente de los centros, ni las posibles consecuencias para la sociedad en general. Algunos expertos advierten de que las tasas de contagio por el COVID-19 en España son muy altas para volver a las clases y no recomiendan el inicio de curso en las regiones más afectadas de forma presencial ni siquiera guardando todas las medidas sanitarias. El curso pasado pudo finalizarse por la buena voluntad de los docentes, de los alumnos y de las familias, no de las administraciones implicadas, que improvisaron sobre la marcha como si nunca hubieran estudiado un protocolo de actuación en estos casos, lo que entra plenamente dentro de sus obligaciones y competencias.

Desde el final del estado de alarma hasta hoy, han pasado ya cuatro meses y, salvo algunos protocolos y recomendaciones no contrastados, poco se ha hecho de forma efectiva. Por otra parte, todo lo que se pensó en mayo o en junio para el próximo curso, ha quedado anulado por la evolución del virus en las últimas semanas y las previsiones a corto plazo. Da la impresión de que aquellos que insistían en recuperar las competencias, no han hecho correctamente los deberes y de que al frente de la coordinación general no hay nadie. Si algo han hecho durante estos meses o tienen previsto lanzar en la reunión anunciada para el próximo 27 de agosto, no han podido o sabido comunicarlo con eficacia y todos estamos deseando que se difunda ya para la tranquilidad de la sociedad. Aún estamos, por ejemplo, a la espera del fortalecimiento y enriquecimiento de la educación virtual, importante en cualquier momento e imprescindible durante una pandemia. Todo esto exige liberar recursos económicos de forma urgente.

Cuando se abran las puertas de los colegios, será imposible mantener la ficción de los grupos burbuja de los que se habla como gran baza ante el virus en las aulas: un estudio confirma que cualquiera de nuestros alumnos en esos grupos tiene, en realidad, contacto con más de 800 personas en dos días, inicialmente. Por lo general, nuestros centros no están lo suficientemente preparados en espacio, número de alumnos por aula y otras medidas que se han certificado como eficaces en otros países. Cuando se compara el próximo inicio del curso escolar en España con el que ya ha sucedido en otros países, se olvida poner sobre la mesa las grandes diferencias de todo tipo que existen entre un aula alemana o finlandesa y una española. Estas diferencias, no corregidas todavía, son las que recomendaron no retomar el curso en mayo como se hizo en otros países. Ni siquiera sabemos cuántas veces se desinfectará el aula y si se hará en los cambios de profesor, como parece lógico. Hace unos días se publicó la información de que nuestros colegios no cuentan con una buena ventilación, una de las bazas seguras para la lucha contra los virus. El Consejo General de Ingenios Técnicos Industriales han advertido sobre las muchas carencias en este sentido, a pesar de que la normativa en vigor exigía reformas que, según los expertos, no se han acometido. Conozco aulas modernas cerradas estancamente en edificios supuestamente inteligentes en las que no se pueden abrir fácilmente las ventanas y que no cuentan con sistemas de ventilación mecánica. Abrir la puerta del aula para ventilar no es suficiente, menos cuando comience el frío.

Todos comprendemos que hay que intentar volver a una cierta normalidad presencial en la escuela y que este formato es el que mejor garantiza la educación entendida no solo como la adquisición de conocimiento sino como la adquisición de todo un abanico de habilidades sociales, pero este regreso debe tomarse con todas las medidas aceptables en un estado moderno. Debería aprovecharse la pandemia para estudiar profundamente la situación de la educación española y equipararla a la que se da en los países de nuestro entorno, aquellos que siempre nos han parecido un ejemplo de actuación y cuyos índices de calidad están muy encima de los nuestros.

Esta pandemia ha puesto en evidencia uno de los grandes problemas estructurales españoles, la insuficiente inversión en educación y su modernización en todos los niveles. La ratio de los colegios españoles es inaceptable y no garantiza una educación realmente de calidad; el abandono de la escuela rural es una de nuestras grandes carencias porque contribuye a fijar población y hoy se vería como una solución óptima para evitar la difusión de los contagios; el cierre de unidades de los últimos tiempos se debería haber convertido en una reorganización y optimización de los recursos, en vez de clausurar colegios como medida de ahorro económico.

Uno de los argumentos ocultos que aparece de vez en cuando en las declaraciones de los políticos que están al frente de la toma de decisiones sobre la vuelta a clase estos días es que los niños y los jóvenes deben regresar al colegio para que los padres puedan ir al trabajo. Argumentar esto es proclamar que España no ha hecho los deberes en materia de educación y conciliación de la vida familiar, que hemos perdido décadas mirando a cosas mucho menos importantes que suelen aparecer con grandes titulares en las páginas de los periódicos cuando se estudia cualquier reforma educativa y que vienen a ser el cebo ideológico para que no prestemos atención a las reformas en las que han estado muy de acuerdo políticos de diferente signo político. Que ese argumento esté debajo de algunas decisiones es proclamar que hemos fracasado como sociedad moderna y que no hemos considerado la educación como la verdadera riqueza del país. Los colegios no son un aparcamiento de niños para liberar a los padres.

En unos días, a la entrada y la salida de clase, en las puertas de los colegios habrá decenas de miles de abuelos esperando a sus nietos porque sus padres están trabajando y no pueden recoger a sus hijos o esperando en casa para que se los lleven y cuidarlos el resto de la jornada laboral. Esta es una de las grandes peculiaridades españolas y que no deberíamos aceptar sin más. España impide la realización de la vida independiente de esas personas mayores, con la ficción de una vida familiar tradicional que se ha demostrado no ser real cuando el virus ha entrado en los geriátricos españoles ocasionando miles de muertos. No nos deberíamos seguir mintiendo con la idea de que en España la familia es importante, porque se ha convertido en un colchón cómodo para las administraciones y los políticos que deben tomar decisiones de reforma estructural profunda. Decenas de miles de abuelos expuestos al posible contagio al ir a buscar a sus nietos a la puerta de los colegios o cuidarlos en sus casas, cuando se han demostrado que son el sector de población más vulnerable.

Me temo que veremos las consecuencias a partir de la segunda mitad de septiembre.

domingo, 7 de junio de 2020

FANÁTICOS


Fanáticos

Sin olvidar que la irracionalidad también está en nosotros, aunque no siempre lo parezca, es la capacidad de razonar lo que distingue a nuestra especie. Nos dijeron en la escuela que el ser humano es un animal racional que tiene en su lenguaje su cualidad diferencial como herramienta diferencial para la comunicación y el conocimiento.

Además de usar el lenguaje para expresar intenciones, afectos y desafectos, el lenguaje -ya sea sonoro, gestual o gráfico- es el instrumento con el que nos relacionamos y transmitimos lo que pensamos. Tal vez por ello, sea objeto de los demagogos y manipuladores que intentan adulterar el significado de las palabras, apropiarse de ellas y distorsionar su significado.



Disculpen la arrogancia, pero la palabra libertad me resulta escandalosa en boca de quienes nunca la han defendido o cuando la invocan quienes, añorando al dictador, la reclaman con un palo de golf en  la mano. Dicha por ellos me suena a grito soez, a concepto vacío. ¡Por supuesto que pueden pedir libertad cuantas veces quieran! Sin embargo, no puedo evitar que, en sus voces, el eco de sus gritos me suene a pantomima.

Dicen que siempre hubo estafadores y manipuladores de la palabra, pero ahora, en estos tiempos de crisis, brotan como la mala hierba. Una paradoja de estos días de pandemia, consiste en contrastar las dudas de los científicos con las certezas de los opinólogos. Vivimos tiempos complicados en lo sanitario, económico y social; tiempos que aprovechan quienes están convencidos que dialogar es debilidad y buscar puntos de encuentro, bajada de pantalones. ¿El bien común? Una monserga. ¿La solidaridad? Simple postureo. ¿El ingreso mínimo vital? Una paguita de rojos, socialcomunistas y otros indigentes intelectuales para lograr el voto de vagos y maleantes. Los conservadores más fanatizados son así de obscenos.


Y reconozco que, ante la obcecación de estos fanáticos, las palabras y el razonamiento resultan insuficientes. ¿Pero quiénes son los fanáticos? Aquellos que gustan de la unanimidad y percepciones únicas, quienes no admiten la discrepancia y van por la vida orgullosos de sus certezas inmutables y verdades absolutas.

Pero si queremos una sociedad mejor, debemos desenmascarar a los intransigentes y a los falsificadores de la realidad. Y para este afán no conozco nada mejor que aprender a pensar de manera crítica y rigurosa. Recientemente Amenábar nos recordaba a Unamuno y su "vencer no es convencer"; el fanatismo trata de eso, de conquistar, derrotar y humillar sin otro argumento que la fuerza o la coacción. El fanático no pierde el tiempo especulando razones. No le interesa que estemos persuadidos. Se conforma con la obediencia. El fanático político no utiliza la inteligencia ni otros recursos para enmascarar con astucia sus intenciones de dominio. Su objetivo es aplastar la discrepancia. Tal vez por ello hay que insistir en que vivir en democracia no nos hace más libres si no defendemos nuestra libertad individual y colectiva cada día, si dejamos de protegernos de la manipulación cotidiana.


Como en la política partidaria abundan los fanáticos, no espero demasiado de ella. Más que en la política y en los políticos, confío en la ciudadanía demócrata. Porque somos nosotros quienes tenemos la responsabilidad de distinguir lo cierto de lo falso. Sabemos que la política no resuelve nuestras necesidades y que no todos los políticos son iguales. Algunos tratan de aligerar la carga que soportan quienes viven en la pobreza suspendiendo desahucios además de cortes de suministro de agua, gas y electricidad. No todos son iguales, es cierto. Los hay que congelan los alquileres o establecen moratorias para el pago de hipotecas, quienes decretan una renta para ayudar a las personas y apuestan por universalización de la sanidad. Es evidente que no todos son iguales, pero tengamos cuidado porque, cualquiera de ellos, pueden tomar decisiones que nos pueden complicar la existencia.