Algunas reflexiones sobre el inicio del curso escolar
Dentro de pocos
días comienza el curso escolar en España y aún no se han decidido más que unas pocas vaguedades
en el papel sobre cómo
se hará ni las consecuencias que tendrá para los alumnos, los profesores y el
personal no docente de los centros, ni las posibles consecuencias para la sociedad
en general. Algunos expertos advierten de que las tasas de contagio por el
COVID-19 en España son muy altas para volver a las clases y no recomiendan el
inicio de curso en las regiones más afectadas de forma presencial ni siquiera
guardando todas las medidas sanitarias. El curso pasado pudo finalizarse por la
buena voluntad de los docentes, de los alumnos y de las familias, no de las
administraciones implicadas, que improvisaron sobre la marcha como si nunca
hubieran estudiado un protocolo de actuación en estos casos, lo que entra
plenamente dentro de sus obligaciones y competencias.
Desde el final
del estado de alarma hasta hoy, han pasado ya cuatro meses y, salvo algunos
protocolos y recomendaciones no contrastados, poco se ha hecho de forma efectiva.
Por otra parte, todo lo que se pensó en mayo o en junio para el próximo curso,
ha quedado anulado por la evolución del virus en las últimas semanas y las
previsiones a corto plazo. Da la impresión de que aquellos que insistían en
recuperar las competencias, no han hecho correctamente los deberes y de que al
frente de la coordinación general no hay nadie. Si algo han hecho durante estos
meses o tienen previsto lanzar en la reunión anunciada para el próximo 27 de
agosto, no han podido o sabido comunicarlo con eficacia y todos estamos
deseando que se difunda ya para la tranquilidad de la sociedad. Aún estamos,
por ejemplo, a la espera del fortalecimiento y enriquecimiento de la educación
virtual, importante en cualquier momento e imprescindible durante una pandemia.
Todo esto exige liberar recursos económicos de forma urgente.
Cuando se abran
las puertas de los colegios, será imposible mantener la ficción de los grupos
burbuja de los que se habla como gran baza ante el virus en las aulas: un
estudio confirma que cualquiera de nuestros alumnos en esos grupos tiene, en
realidad, contacto con más de 800 personas en dos días, inicialmente. Por lo general, nuestros centros no
están lo suficientemente preparados en espacio, número de alumnos por aula y
otras medidas que se han certificado como eficaces en otros países. Cuando se
compara el próximo inicio del curso escolar en España con el que ya ha sucedido
en otros países, se olvida poner sobre la mesa las grandes diferencias de todo
tipo que existen entre un aula alemana o finlandesa y una española. Estas
diferencias, no corregidas todavía, son las que recomendaron no retomar el
curso en mayo como se hizo en otros países. Ni siquiera sabemos cuántas veces
se desinfectará el aula y si se hará en los cambios de profesor, como parece
lógico. Hace unos días se publicó la información de que nuestros colegios no
cuentan con una buena ventilación, una de las bazas seguras para la lucha
contra los virus. El Consejo General de Ingenios Técnicos Industriales han advertido sobre las muchas carencias en este
sentido, a pesar de que la normativa en vigor exigía reformas que, según los
expertos, no se han acometido. Conozco aulas modernas cerradas estancamente en
edificios supuestamente inteligentes en las que no se pueden abrir fácilmente
las ventanas y que no cuentan con sistemas de ventilación mecánica. Abrir la
puerta del aula para ventilar no es suficiente, menos cuando comience el frío.
Todos
comprendemos que hay que intentar volver a una cierta normalidad presencial en
la escuela y que este formato es el que mejor garantiza la educación entendida
no solo como la adquisición de conocimiento sino como la adquisición de todo un
abanico de habilidades sociales, pero este regreso debe tomarse con todas las
medidas aceptables en un estado moderno. Debería aprovecharse la pandemia para
estudiar profundamente la situación de la educación española y equipararla a la
que se da en los países de nuestro entorno, aquellos que siempre nos han
parecido un ejemplo de actuación y cuyos índices de calidad están muy encima de
los nuestros.
Esta pandemia ha
puesto en evidencia uno de los grandes problemas estructurales españoles, la
insuficiente inversión en educación y su modernización en todos los niveles. La
ratio de los colegios españoles es inaceptable y no garantiza una educación
realmente de calidad; el abandono de la escuela rural es una de nuestras
grandes carencias porque contribuye a fijar población y hoy se vería como una
solución óptima para evitar la difusión de los contagios; el cierre de unidades
de los últimos tiempos se debería haber convertido en una reorganización y
optimización de los recursos, en vez de clausurar colegios como medida de
ahorro económico.
Uno de los
argumentos ocultos que aparece de vez en cuando en las declaraciones de los
políticos que están al frente de la toma de decisiones sobre la vuelta a clase
estos días es que los niños y los jóvenes deben regresar al colegio para que
los padres puedan ir al trabajo. Argumentar esto es proclamar que España no ha
hecho los deberes en materia de educación y conciliación de la vida familiar,
que hemos perdido décadas mirando a cosas mucho menos importantes que suelen
aparecer con grandes titulares en las páginas de los periódicos cuando se
estudia cualquier reforma educativa y que vienen a ser el cebo ideológico para
que no prestemos atención a las reformas en las que han estado muy de acuerdo
políticos de diferente signo político. Que ese argumento esté debajo de algunas
decisiones es proclamar que hemos fracasado como sociedad moderna y que no
hemos considerado la educación como la verdadera riqueza del país. Los colegios
no son un aparcamiento de niños para liberar a los padres.
En unos días, a
la entrada y la salida de clase, en las puertas de los colegios habrá decenas
de miles de abuelos esperando a sus nietos porque sus padres están trabajando y
no pueden recoger a sus hijos o esperando en casa para que se los lleven y
cuidarlos el resto de la jornada laboral. Esta es una de las grandes
peculiaridades españolas y que no deberíamos aceptar sin más. España impide la
realización de la vida independiente de esas personas mayores, con la ficción
de una vida familiar tradicional que se ha demostrado no ser real cuando el
virus ha entrado en los geriátricos españoles ocasionando miles de muertos. No
nos deberíamos seguir mintiendo con la idea de que en España la familia es
importante, porque se ha convertido en un colchón cómodo para las
administraciones y los políticos que deben tomar decisiones de reforma
estructural profunda. Decenas de miles de abuelos expuestos al posible contagio
al ir a buscar a sus nietos a la puerta de los colegios o cuidarlos en sus
casas, cuando se han demostrado que son el sector de población más vulnerable.