miércoles, 19 de julio de 2017

RECUERDOS DEL AYER


FOTOS DE MI PASO POR EL COLEGIO


Luis Caballero, Monreal, Enrique Sánchez,
Paco Pareja, Luis Miguel y Emilio Gutierrez

Mi curso en primaria

DE IZQUIERDA A DERECHA  FILA 1: Emilio Gutierrez, Barrilero, Julio, Diego, Jesús Manuel, X, José María, X.
FILA 2: Quique Vela, J. J. Blanch, Cenjor, Corrales, Román, Roberto Encinas, Luis Caballero, Ortiz.
FILA 3: Luis Miguel García, Pareja, Crenes, Serrano, Paquitín, Luis Miguel López, Cañadas.
FILA 4: Manzanares, Eugenio Encinas, Ramirez, Julián, Javi López, Enrique Sánchez.


Clase de gimnasia en el patio del colegio

Jugando al fútbol en las eras


* Las fotos publicadas en este reportaje pertenecen a la colección del padre trinitario Reyes Castaño, director del colegio de la Santísima Trinidad en los años a los que pertenecen estos documentos gráficos.





martes, 20 de junio de 2017

ATRAPADOS




“Vivimos en el mejor de los sistemas posibles” esta sentencia o algunas parecidas son recitadas a diario de manera directa o indirecta desde cualquier altavoz de los utilizados para recordarnos lo afortunados que somos. Sin embargo, yo no veo esa “fortuna” por ningún lado. En mi entorno inmediato no consigo dar con personas satisfechas y contentas con sus vidas tal y como debiera ser según el libro de instrucciones de las democracias avanzadas de occidente que nos inculcan desde pequeños.
Obviamente, la culpa es nuestra. Esa es la única explicación razonable. No sabemos adaptarnos, no somos resilientes o no seguimos al pie de la letra las indicaciones que tan amablemente se nos brindan desde ese engendro llamado psicología positiva que tan en boga anda en estos tiempos o, simplemente no nos hemos topado con el coach adecuado. Cualquier explicación de esta índole o similar es suficiente porque, de lo contrario, nos veríamos obligados a cuestionarnos demasiadas cosas. Y, sinceramente, cada vez veo esto más difícil porque si algo caracteriza a la ciudadanía de esta sociedad tan perfecta es la progresiva precarización de la mente.
Ahora que está tan de moda etiquetar la pobreza, asignándole diversos adjetivos para rehuir hablar de la pobreza como tal, reivindico una nueva adjetivación: la pobreza mental. Por supuesto, al igual que cualquier otra forma que le queramos dar a la pobreza es fruto de un modo de vida y un sistema de explotación diseñado para la acumulación de riqueza en unas pocas manos cueste lo que cueste. Como cualquier sistema que se precie todo está enfocado y reorientado hacia su propio beneficio que no es otro que su conservación y perpetuación. Para ello, no duda en deformar todos los aspectos de la vida hasta hacernos partícipes de nuestra propia decadencia y destrucción.
Y así andamos, incapaces de darnos cuenta de que no tenemos ningún control sobre nuestras vidas a pesar de creer que elegimos, sin comprender que andamos atrapados en una corriente que no nos lleva a ninguna parte, que no somos más que hojas secas arrastradas por la corriente. Una corriente cada vez más intensa porque nosotros mismos la alimentamos con nuestro quehacer diario. Cada acción que realizamos lleva consigo de manera inexorable una huella ecológica, social, política… que va allanando más y más el camino para que esa corriente pase con más fuerza y, al mismo tiempo, sea más fácil para los que vienen detrás transitar por ese camino tantas veces pisado. Igual de fácil que nos resulta a nosotros gracias a los que nos precedieron. En otras palabras, cada vez necesitamos menos esfuerzo para vivir conforme a la norma imperante y al modelo actual. No necesitamos apenas movilizar recursos cognitivos, basta con dejar hacer y, sobre todo, dejarnos hacer. En realidad estos recursos los utilizamos en su inmensa mayoría para producir y consumir mercancías superfluas en trabajos inútiles, cuya única finalidad es mantener la corriente en marcha mientras seguimos atrapados en ella; completando un círculo vicioso que jamás permitirá satisfacer las necesidades reales de los seres humanos puesto que la insatisfacción permanente es imprescindible en esta cadena de despropósitos en que hemos convertido nuestras vidas.
Esto es lo que veo cada día a mí alrededor: gente resignada con una vida que al parecer le ha tocado como si fuera el resultado de un sorteo. Sin cuestionar nada más allá de lo que por momentos le aleja de mantener el ritmo de la corriente y que una vez reestablecido ese ritmo (una vez solucionados los problemas que pudiera tener para conseguir ingresos o techo o tratamientos médicos o lo que fuera) se sumerge plácidamente en la corriente hasta el próximo resbalón. Si, por el contrario, estos problemas no se solucionan siempre queda el derecho al pataleo; pero siempre en voz baja y entre conocidos mientras crece el desprecio hacia los que se mantienen dentro de la corriente. Y aunque cada vez este grupo va siendo mayor, seguimos sin desviar ni un ápice de nuestra energía a tratar de revertir ese círculo vicioso del que hablaba. En realidad tratamos con todas nuestras fuerzas de volver a él.

domingo, 14 de mayo de 2017

ESTAMOS CONTROLADOS



Estamos en un momento muy difícil y trascendente. El mundo evoluciona a tal ritmo que el vértigo no nos deja pensar. La tecnología nos agobia en una relación perversa de amor odio, pues si bien nos enamora facilitando la comunicación y divulgando el conocimiento, también nos amenaza con controlarlo todo, con ser un instrumento perverso en manos de desaprensivos que lo pueden usar para dominar y fiscalizar a la gente. Nuestros datos más íntimos en cuanto a hábitos, pensamientos, deseos, compras, nivel adquisitivo y de gastos en general, etc. los tienen disponibles en sus bases de datos alimentadas mediante el uso de tarjetas de crédito, de teléfonos móviles, de los bancos o nuestros movimientos en viajes y desplazamientos de ocio. Ya no es posible cobrar un salario sin pasar por el banco, sin que sea sometido a control por el sistema. Hemos pasado del sobrecito con la pasta contante y sonante (qué placer era contar el dinerito del sobre cuando se cobraba) a la tarjeta del banco; sí, ese banco que lo controla todo y lo chivatea a hacienda, que te cobra comisiones y que no te da ningún rédito por el dinero que tienes allí, pero te cruje con unos intereses tremendos si te lo deja él. Sí, ese banco que paga a sus directivos inmensos sueldos, bastante menos a sus trabajadores y desahucia a sus deudores; que gana dinero a espuertas, pero cuando pierde tenemos que darle nosotros para que salga a flote en lugar de renunciar a sus prebendas. Socializan las pérdidas y privatizan las ganancias. Es bueno que, visto lo visto, empecemos a pensar que los gobiernos democráticos, y los no democráticos, están al servicio de sus intereses económicos, en tanto el progreso se ha confundido con el desarrollo económico y, para más inri, lo controla la banca y el mundo de las grandes corporaciones que expanden sus tentáculos por doquier. Progresar un país parece que es enriquecerse sus grandes corporaciones y multinacionales, aunque el pueblo esté sumido en la miseria. El poder económico, visto desde las macrocifras, es lo importante; lo malo es que se van adueñando de todo a través del libre mercado y acabarán controlando, con sus bases de datos, toda nuestra existencia.

lunes, 1 de mayo de 2017

VIDAS ENVASADAS




A menudo, me intranquiliza la sensación de que todo a nuestro alrededor parece estar envasado. Lo que comemos, lo que bebemos, lo que vestimos, lo que respiramos… todo envasado y listo para consumir. Sin embargo, lo que me aterra de verdad no es eso, sino la sensación de que nuestras vidas también lo están. Aquello que pensamos, lo que sentimos, lo que decimos… todo parece estar perfectamente embalado y etiquetado, dispuesto para ser consumido. Somos vidas envasadas, somos productos.

El envasado es un método que se utiliza para la conservación. Creo que se trata exactamente de eso, de conservar. Conservar la posición que cada cual cree tener en el mundo, no arriesgar, quedarse en el sitio y, por tanto, perpetuar el modelo social tal y como lo conocemos.

Pero los envases no son más que apariencia, pura propaganda para mantener en pie una mentira insostenible. Inevitablemente, necesitamos focalizar todos los esfuerzos en los envases, hacerlos atractivos y sugerentes. Cualquier cosa con tal de evitar que nos fijemos en el interior, en el contenido. Porque es ahí, en el interior de los envases, donde se atisba la fatalidad. Vidas vacías, embrutecidas por la necesidad de no apearse de un carro que no lleva a ninguna parte, que sólo sirve para un avance sin ninguna finalidad más que la de repetir eternamente un ciclo vital que sólo es posible soportar a base de sucedáneos emocionales convenientemente envasados.

En nuestro fuero interno, sabemos del estado del mundo, sabemos de nuestro propio estado. Sentimos la extrañeza que nos produce una forma de vivir tan alejada de nuestros sueños, de nuestras ilusiones. Pero el miedo al cambio, a lo que pueda suceder nos atenaza y preferimos conservar. Aferrarnos a la ilusión de que vivimos del mejor modo posible y que conservar es la opción correcta. Por eso, lo envasamos todo y nos envasamos a nosotros mismos. Pero más que al vacío, nos envasamos en el vacío. Envolvemos nuestra vida de tal forma que parece que estamos cerca de todos y al cabo de todo cuando en realidad, nadie conoce a nadie. Desconectando nuestra vida del resto es como podemos focalizarnos en la frivolidad de lo cotidiano.

Manteniéndonos obedientes a esa norma podemos aspirar a todo (todo lo que tenga que ver con el envase, no con su contenido). La obediencia, el seguimiento de las instrucciones al pie de la letra nos permite mantenernos por más tiempo en ese estado de bienestar ficticio al que acabamos considerando “lo mejor a lo que podemos aspirar”. Es lo que llamamos ser un buen ciudadano, un perfecto observador de la norma social. Pero son precisamente esos, los buenos ciudadanos, los obedientes los que han posibilitado a lo largo de la historia los mayores horrores de la humanidad: las guerras, la explotación, la esclavitud…

Este mundo de vidas envasadas no es más que una gran mentira, en la que todo se basa en mantener la apariencia adecuada en el momento adecuado. Da igual el ámbito de la vida en el que nos situemos, todos funcionan igual. Lo importante es la apariencia, el envase.

Así, lo lógico (si es que algo que pueda ser llamado así todavía existe) sería que la forma de contrarrestar esto sería con la verdad. Sin embargo, cuando todo es mentira quién puede saber qué es la verdad. Existen tantas verdades como cabezas que las piensan y, al mismo tiempo, no existe ninguna si aceptamos la premisa anterior de que todo es mentira en un mundo de apariencia. Si no podemos contar con la verdad como antídoto sólo nos queda lo genuino, aquello que todavía posee las características naturales. Urge la necesidad de desprendernos de nuestros envases, mostrarnos en absoluta desnudez para encontrar nuestra esencia genuina y a partir de ahí actuar. Sin pensar en cómo encajar nuestros actos en determinado modelo intelectual o social, sin necesidad de valorar si lo que hacemos será aceptado socialmente o qué beneficio-pérdida voy a obtener.

No te engañes, esto te llevará al rechazo social y fuera de todo, pero siendo sinceros quién puede preferir formar parte de esta gran mentira envasada en la que vivimos.