"El sol de octubre
ciñe al paisaje maduro.
Otorga a lo que vive
su plenitud de fruto".
JOSÉ HIERRO
Cuando llega el otoño y empiezan a menguar los días me gusta asomarme a
la ventana, mítico ojo que me alumbra, y contemplar las puestas del sol, tan
distintas y variables, tan sufridas y desconfiadas. El horizonte, donde se toca
la tierra con el cielo, suele ser muy bello y en algunas ocasiones tamizado por
un leve atisbo gótico, como de aquelarre goyesco. Por eso yo me asomo a la
ventana a respirar las fiestas de las atardecidas de otoño y suelo dejar en la
memoria fotográfica los rojos y amarillos del torbellino de luces y de sombras.
Mas, para mejor fijar el temporal de brillos que percibo, me aproximo a lo que
ha dejado dicho algún poeta o narrador sobre el prodigioso tránsito de los días
de entretiempo, con vientos y aguaceros; con crepitar de elocuentes colores,
como palabras dichas con voluntad de alas como hojas para escaparnos de la
muerte.
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