No tenemos una cultura democrática sólida, pues
nuestra historia se encargó de bloquear las etapas y estados democráticos en
nuestra administración y gobierno. Por tanto, a la inmensa mayoría, no se nos
educó en el verdadero significado de la democracia participativa. Nos cuesta
comprender que la visión del otro es complementaria a la nuestra y tan digna de
respeto como ella. Parece como si entráramos en una guerra con el vecindario
para ver quien gana la batalla y deja en la cuneta al otro, lo que implicaría
someterlo a nuestro dictado.
Tenemos el amargo bagaje de la reciente historia,
donde se cultivó la moral del amo y del esclavo, del señor que mandó como clase
dominante y la del esclavo o siervo, que renuncia a implicarse en las
decisiones y deja en manos del señor la toma de las mismas mediante un acto de
fe, lo que implica que se le permite todo y aceptamos sus explicaciones sin
paliativos ante cualquier hecho injustificable. Las reminiscencias del pasado
inmediato influido por tantos años de dictadura siguen presente. Se nos dijo
que dejáramos la política para los políticos, que los dirigentes ya sabían
gobernar pensando en nuestros intereses, pues ellos tenían mayor información y
capacidad que nosotros para tomar decisiones acertadas. Se nos anatemizaron las
otras ideologías, nos cargaron de prejuicios y se nos hizo patriotas a su
forma: “España son sus territorios no su gente”. ¿Con esta filosofía como se
puede encajar la soberanía popular? ¿Pueden los hijos del franquismo entender
que un país soberano es aquel que es dueño de su destino, que elije y determina
quien lo gobierna y qué políticas se aplican para ello?
A pesar de haber
evolucionado en muchos casos, sigue esa idea y actitud troquelada en muchas
mentes, como es natural, no todos pueden evolucionar en la misma dirección y de
la misma manera, en todo caso, será en función de su capacidad crítica y de su
disposición a ello. Por desgracia hay demasiado pensamiento enquistado en el
pasado que no evolucionó hacia la concepción de una verdadera democracia. Tal
vez sea esa una de las circunstancias que justifica la adhesión inquebrantable
a un determinado partido del que nos hacemos gregarios. Adhesiones, actitudes,
conductas y sentimientos de pertenencia son la argamasa que nos instala en la
falta de criterio propio para obrar en libertad crítica llegando a votar a
corruptos e indecentes políticos por el mero hecho de ser de nuestro partido.
Lo malo es que, al no tener conciencia política y social, hacemos que los demás
sufran las consecuencias.
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