Leer en tiempos de
crisis
Podemos
recurrir a los libros para formarnos, para entretenernos o para que nos ayuden
a conocer e interpretar la realidad. Hoy, cuando se ha evolucionado del
manuscrito a la imprenta y de Gutenberg al formato digital, no hay excusas.
Hoy, quien no lee es porque no quiere.
Excluyendo
los de consulta, afirmaría que todo libro que vale la pena leer merece una
segunda lectura. Alguien pondría reparos: ¡Nos queda tanto por leer! Nadie se
sorprende, sin embargo, cuando la música que nos gusta la escuchamos una y otra
vez. Es cierto que hay libros que merecen el olvido pero hay otros que requieren
una nueva lectura bien porque fueron leídos hace tiempo, bien porque se nos
quedó algo pendiente entre sus páginas o por el simple placer de volver a leerlos.
Si hoy
regresara a Charles Dickens, por ejemplo, descubriría diferencias de cuando lo
abordé en mis primeras lecturas. Los recuerdos son de una literatura infantil
de adultos egoístas, tacaños o depravados y huérfanos hambrientos tratando de
esquivar los rigores de la necesidad, la explotación y el olvido. Si ahora
volviera a Oliver Twist o David Copperfield, haría una lectura más sosegada y
observaría la narración de una sociedad imperfecta, las miserias del
capitalismo o la lucha de la persona por salir de la pobreza.
Releer un
libro es volver a recrearlo, revivir los recuerdos que nos dejó y comprobar
nuestra propia evolución personal. El libro, cualquier libro, es el mismo pero
nosotros hemos cambiado. A la luz de lo vivido y leído enfocamos de manera diferente.
Las notas que acotamos, los subrayados que hicimos, son testigo y prueba de nuestro
cambio. El libro es el mismo, pero se nos muestra diferente; el texto es el
mismo, nosotros no. En la relectura puede que descubramos elementos que nos
pasaron inadvertidos, que entendamos ahora el ensamblaje de aquello que un día
nos pareció caótico o le demos valor a lo que observamos superfluo y
prescindible. Al releer, la lectura se hace más pausada puesto que rechazamos,
por conocidos, los ardides que el autor distribuyó premeditadamente para
mantener nuestra atención, la urgencia por desenmarañar la trama o la intriga
por conocer el desenlace final.
En la lectura -no importa el medio o soporte-, podemos encontrar el bálsamo que necesitamos, el antídoto con el que hacer frente a las dentelladas de la realidad, la terapia para afrontar una actualidad tan deprimente o la espoleta para acabar con estos tiempos difíciles.