jueves, 25 de julio de 2024

EL DELITO DE SER POBRE

 El delito de ser pobre


En su ensayo El delito de ser pobre. Una gestión neoliberal de la marginalidad, Albert Sales denuncia que se responsabiliza a los pobres de su situación, acusándoles de “no ser suficientemente trabajadores o emprendedores”. De hecho, “las personas asistidas por los servicios sociales” son objeto de “sospecha permanente” y son tratadas como “parásitos que se quieren aprovechar del sistema”. Sales sostiene que se empuja a los ciudadanos más pobres a “barrios marginales y zonas de delegación”. Al igual que en Estados Unidos, en la Unión Europea los servicios sociales tienden a derivar sus obligaciones a la caridad pública y a infantilizar a las personas con menos recursos, acusándoles de no saber gestionar su vida ni la de su familia. En los países de la OCDE, el 10% más rico tiene el 50% del capital. En nuestro país, sube hasta un 75%. Al mismo tiempo, la mitad de la población no tiene nada en propiedad o está seriamente endeudada. El profesor Vicenç Navarro mantiene que esa asimetría es una de las principales causas de la desigualdad. De hecho, desde 2012 las rentas del capital superan a las rentas del trabajo. La clase capitalista, una minoría, posee más recursos que el conjunto de los asalariados. Las políticas neoliberales son políticas de clase, concebidas para explotar y oprimir a la clase trabajadora. Algunos no utilizan estos términos -señalaba hace diez años Navarro- porque son anticuados, pero la ley de la gravedad también es antigua y no ha perdido vigencia. “Es suicida que los portavoces de las izquierdas, en teoría próximas a las clases populares, también consideren estos términos anticuados”. La desigualdad es un crimen contra la humanidad y el papel de la izquierda debería consistir en luchar contra ella, pero ¿es posible en países endeudados que se han convertido en rehenes de sus acreedores? Solo cuando los pueblos recobren su soberanía, podrá hablarse de democracia, pero ese día cada vez parece más lejano. Hasta entonces, el poder real continuará en manos de las grandes empresas y los políticos se limitarán a defender sus intereses, explotando la retórica para ocultar una realidad incómoda.

miércoles, 8 de mayo de 2024

REENCUENTRO

 PASEAR LA MIRADA


Pasear no es andar con la cerviz agachada, pendiente de un suelo que no va a desaparecer por las buenas bajo los pies. Tampoco es andar apresuradamente: esto es desplazamiento. Se puede pasear sin objeto ni meta, abstraído. O compaginando recorrido con recados tranquilos. La urgencia es contraria al paseo. Se puede caminar alternando ritmos, en función de lo que nos permitan las piernas. Pero más allá de la forma de efectuar un recorrido los paseantes comparten un sentido agradable. Disfrutan, disfrutamos, no solo alimentando el aparato locomotor, sino el cerebro. ¿Cómo? A través de la mirada. 

La mirada nos conduce a la observación. Observar es pensar lo que nos rodea. Si se ha vivido toda la vida en la misma ciudad, la mirada nos permite recordar. Hayan desaparecido espacios urbanos y edificios de nuestra infancia o permanezcan todavía, la memoria se reaviva. Ello proporciona satisfacción. Pero nos lleva también a hacernos preguntas. Sobre los cambios, sobre el tiempo que vivimos y el que empieza a ser habitado por nuevas generaciones. Algunos somos asiduos a leer cuantos carteles o letreros nos encontramos en los paseos. Hasta los más insignificantes, esos cartelitos, a veces manuales, adheridos a las farolas. También a contemplar las incidencias y modificaciones que periódicamente tienen lugar en calles y plazas.





lunes, 24 de agosto de 2020

Reflexiones sobre el inicio del curso escolar

Algunas reflexiones sobre el inicio del curso escolar






Dentro de pocos días comienza el curso escolar en España y aún no se han decidido más que unas pocas vaguedades en el papel sobre cómo se hará ni las consecuencias que tendrá para los alumnos, los profesores y el personal no docente de los centros, ni las posibles consecuencias para la sociedad en general. Algunos expertos advierten de que las tasas de contagio por el COVID-19 en España son muy altas para volver a las clases y no recomiendan el inicio de curso en las regiones más afectadas de forma presencial ni siquiera guardando todas las medidas sanitarias. El curso pasado pudo finalizarse por la buena voluntad de los docentes, de los alumnos y de las familias, no de las administraciones implicadas, que improvisaron sobre la marcha como si nunca hubieran estudiado un protocolo de actuación en estos casos, lo que entra plenamente dentro de sus obligaciones y competencias.

Desde el final del estado de alarma hasta hoy, han pasado ya cuatro meses y, salvo algunos protocolos y recomendaciones no contrastados, poco se ha hecho de forma efectiva. Por otra parte, todo lo que se pensó en mayo o en junio para el próximo curso, ha quedado anulado por la evolución del virus en las últimas semanas y las previsiones a corto plazo. Da la impresión de que aquellos que insistían en recuperar las competencias, no han hecho correctamente los deberes y de que al frente de la coordinación general no hay nadie. Si algo han hecho durante estos meses o tienen previsto lanzar en la reunión anunciada para el próximo 27 de agosto, no han podido o sabido comunicarlo con eficacia y todos estamos deseando que se difunda ya para la tranquilidad de la sociedad. Aún estamos, por ejemplo, a la espera del fortalecimiento y enriquecimiento de la educación virtual, importante en cualquier momento e imprescindible durante una pandemia. Todo esto exige liberar recursos económicos de forma urgente.

Cuando se abran las puertas de los colegios, será imposible mantener la ficción de los grupos burbuja de los que se habla como gran baza ante el virus en las aulas: un estudio confirma que cualquiera de nuestros alumnos en esos grupos tiene, en realidad, contacto con más de 800 personas en dos días, inicialmente. Por lo general, nuestros centros no están lo suficientemente preparados en espacio, número de alumnos por aula y otras medidas que se han certificado como eficaces en otros países. Cuando se compara el próximo inicio del curso escolar en España con el que ya ha sucedido en otros países, se olvida poner sobre la mesa las grandes diferencias de todo tipo que existen entre un aula alemana o finlandesa y una española. Estas diferencias, no corregidas todavía, son las que recomendaron no retomar el curso en mayo como se hizo en otros países. Ni siquiera sabemos cuántas veces se desinfectará el aula y si se hará en los cambios de profesor, como parece lógico. Hace unos días se publicó la información de que nuestros colegios no cuentan con una buena ventilación, una de las bazas seguras para la lucha contra los virus. El Consejo General de Ingenios Técnicos Industriales han advertido sobre las muchas carencias en este sentido, a pesar de que la normativa en vigor exigía reformas que, según los expertos, no se han acometido. Conozco aulas modernas cerradas estancamente en edificios supuestamente inteligentes en las que no se pueden abrir fácilmente las ventanas y que no cuentan con sistemas de ventilación mecánica. Abrir la puerta del aula para ventilar no es suficiente, menos cuando comience el frío.

Todos comprendemos que hay que intentar volver a una cierta normalidad presencial en la escuela y que este formato es el que mejor garantiza la educación entendida no solo como la adquisición de conocimiento sino como la adquisición de todo un abanico de habilidades sociales, pero este regreso debe tomarse con todas las medidas aceptables en un estado moderno. Debería aprovecharse la pandemia para estudiar profundamente la situación de la educación española y equipararla a la que se da en los países de nuestro entorno, aquellos que siempre nos han parecido un ejemplo de actuación y cuyos índices de calidad están muy encima de los nuestros.

Esta pandemia ha puesto en evidencia uno de los grandes problemas estructurales españoles, la insuficiente inversión en educación y su modernización en todos los niveles. La ratio de los colegios españoles es inaceptable y no garantiza una educación realmente de calidad; el abandono de la escuela rural es una de nuestras grandes carencias porque contribuye a fijar población y hoy se vería como una solución óptima para evitar la difusión de los contagios; el cierre de unidades de los últimos tiempos se debería haber convertido en una reorganización y optimización de los recursos, en vez de clausurar colegios como medida de ahorro económico.

Uno de los argumentos ocultos que aparece de vez en cuando en las declaraciones de los políticos que están al frente de la toma de decisiones sobre la vuelta a clase estos días es que los niños y los jóvenes deben regresar al colegio para que los padres puedan ir al trabajo. Argumentar esto es proclamar que España no ha hecho los deberes en materia de educación y conciliación de la vida familiar, que hemos perdido décadas mirando a cosas mucho menos importantes que suelen aparecer con grandes titulares en las páginas de los periódicos cuando se estudia cualquier reforma educativa y que vienen a ser el cebo ideológico para que no prestemos atención a las reformas en las que han estado muy de acuerdo políticos de diferente signo político. Que ese argumento esté debajo de algunas decisiones es proclamar que hemos fracasado como sociedad moderna y que no hemos considerado la educación como la verdadera riqueza del país. Los colegios no son un aparcamiento de niños para liberar a los padres.

En unos días, a la entrada y la salida de clase, en las puertas de los colegios habrá decenas de miles de abuelos esperando a sus nietos porque sus padres están trabajando y no pueden recoger a sus hijos o esperando en casa para que se los lleven y cuidarlos el resto de la jornada laboral. Esta es una de las grandes peculiaridades españolas y que no deberíamos aceptar sin más. España impide la realización de la vida independiente de esas personas mayores, con la ficción de una vida familiar tradicional que se ha demostrado no ser real cuando el virus ha entrado en los geriátricos españoles ocasionando miles de muertos. No nos deberíamos seguir mintiendo con la idea de que en España la familia es importante, porque se ha convertido en un colchón cómodo para las administraciones y los políticos que deben tomar decisiones de reforma estructural profunda. Decenas de miles de abuelos expuestos al posible contagio al ir a buscar a sus nietos a la puerta de los colegios o cuidarlos en sus casas, cuando se han demostrado que son el sector de población más vulnerable.

Me temo que veremos las consecuencias a partir de la segunda mitad de septiembre.

domingo, 7 de junio de 2020

FANÁTICOS


Fanáticos

Sin olvidar que la irracionalidad también está en nosotros, aunque no siempre lo parezca, es la capacidad de razonar lo que distingue a nuestra especie. Nos dijeron en la escuela que el ser humano es un animal racional que tiene en su lenguaje su cualidad diferencial como herramienta diferencial para la comunicación y el conocimiento.

Además de usar el lenguaje para expresar intenciones, afectos y desafectos, el lenguaje -ya sea sonoro, gestual o gráfico- es el instrumento con el que nos relacionamos y transmitimos lo que pensamos. Tal vez por ello, sea objeto de los demagogos y manipuladores que intentan adulterar el significado de las palabras, apropiarse de ellas y distorsionar su significado.



Disculpen la arrogancia, pero la palabra libertad me resulta escandalosa en boca de quienes nunca la han defendido o cuando la invocan quienes, añorando al dictador, la reclaman con un palo de golf en  la mano. Dicha por ellos me suena a grito soez, a concepto vacío. ¡Por supuesto que pueden pedir libertad cuantas veces quieran! Sin embargo, no puedo evitar que, en sus voces, el eco de sus gritos me suene a pantomima.

Dicen que siempre hubo estafadores y manipuladores de la palabra, pero ahora, en estos tiempos de crisis, brotan como la mala hierba. Una paradoja de estos días de pandemia, consiste en contrastar las dudas de los científicos con las certezas de los opinólogos. Vivimos tiempos complicados en lo sanitario, económico y social; tiempos que aprovechan quienes están convencidos que dialogar es debilidad y buscar puntos de encuentro, bajada de pantalones. ¿El bien común? Una monserga. ¿La solidaridad? Simple postureo. ¿El ingreso mínimo vital? Una paguita de rojos, socialcomunistas y otros indigentes intelectuales para lograr el voto de vagos y maleantes. Los conservadores más fanatizados son así de obscenos.


Y reconozco que, ante la obcecación de estos fanáticos, las palabras y el razonamiento resultan insuficientes. ¿Pero quiénes son los fanáticos? Aquellos que gustan de la unanimidad y percepciones únicas, quienes no admiten la discrepancia y van por la vida orgullosos de sus certezas inmutables y verdades absolutas.

Pero si queremos una sociedad mejor, debemos desenmascarar a los intransigentes y a los falsificadores de la realidad. Y para este afán no conozco nada mejor que aprender a pensar de manera crítica y rigurosa. Recientemente Amenábar nos recordaba a Unamuno y su "vencer no es convencer"; el fanatismo trata de eso, de conquistar, derrotar y humillar sin otro argumento que la fuerza o la coacción. El fanático no pierde el tiempo especulando razones. No le interesa que estemos persuadidos. Se conforma con la obediencia. El fanático político no utiliza la inteligencia ni otros recursos para enmascarar con astucia sus intenciones de dominio. Su objetivo es aplastar la discrepancia. Tal vez por ello hay que insistir en que vivir en democracia no nos hace más libres si no defendemos nuestra libertad individual y colectiva cada día, si dejamos de protegernos de la manipulación cotidiana.


Como en la política partidaria abundan los fanáticos, no espero demasiado de ella. Más que en la política y en los políticos, confío en la ciudadanía demócrata. Porque somos nosotros quienes tenemos la responsabilidad de distinguir lo cierto de lo falso. Sabemos que la política no resuelve nuestras necesidades y que no todos los políticos son iguales. Algunos tratan de aligerar la carga que soportan quienes viven en la pobreza suspendiendo desahucios además de cortes de suministro de agua, gas y electricidad. No todos son iguales, es cierto. Los hay que congelan los alquileres o establecen moratorias para el pago de hipotecas, quienes decretan una renta para ayudar a las personas y apuestan por universalización de la sanidad. Es evidente que no todos son iguales, pero tengamos cuidado porque, cualquiera de ellos, pueden tomar decisiones que nos pueden complicar la existencia.


sábado, 27 de julio de 2019

LEER EN TIEMPOS DE CRISIS



Leer en tiempos de crisis

Podemos recurrir a los libros para formarnos, para entretenernos o para que nos ayuden a conocer e interpretar la realidad. Hoy, cuando se ha evolucionado del manuscrito a la imprenta y de Gutenberg al formato digital, no hay excusas. Hoy, quien no lee es porque no quiere.
Excluyendo los de consulta, afirmaría que todo libro que vale la pena leer merece una segunda lectura. Alguien pondría reparos: ¡Nos queda tanto por leer! Nadie se sorprende, sin embargo, cuando la música que nos gusta la escuchamos una y otra vez. Es cierto que hay libros que merecen el olvido pero hay otros que requieren una nueva lectura bien porque fueron leídos hace tiempo, bien porque se nos quedó algo pendiente entre sus páginas o por el simple placer de volver a leerlos.
Si hoy regresara a Charles Dickens, por ejemplo, descubriría diferencias de cuando lo abordé en mis primeras lecturas. Los recuerdos son de una literatura infantil de adultos egoístas, tacaños o depravados y huérfanos hambrientos tratando de esquivar los rigores de la necesidad, la explotación y el olvido. Si ahora volviera a Oliver Twist o David Copperfield, haría una lectura más sosegada y observaría la narración de una sociedad imperfecta, las miserias del capitalismo o la lucha de la persona por salir de la pobreza.


Releer un libro es volver a recrearlo, revivir los recuerdos que nos dejó y comprobar nuestra propia evolución personal. El libro, cualquier libro, es el mismo pero nosotros hemos cambiado. A la luz de lo vivido y leído enfocamos de manera diferente. Las notas que acotamos, los subrayados que hicimos, son testigo y prueba de nuestro cambio. El libro es el mismo, pero se nos muestra diferente; el texto es el mismo, nosotros no. En la relectura puede que descubramos elementos que nos pasaron inadvertidos, que entendamos ahora el ensamblaje de aquello que un día nos pareció caótico o le demos valor a lo que observamos superfluo y prescindible. Al releer, la lectura se hace más pausada puesto que rechazamos, por conocidos, los ardides que el autor distribuyó premeditadamente para mantener nuestra atención, la urgencia por desenmarañar la trama o la intriga por conocer el desenlace final.
En la lectura -no importa el medio o soporte-, podemos encontrar el bálsamo que necesitamos, el antídoto con el que hacer frente a las dentelladas de la realidad, la terapia para afrontar una actualidad tan deprimente o la espoleta para acabar con estos tiempos difíciles.

lunes, 15 de julio de 2019

RESPUESTA ÉTICA



Respuesta ética

Salvar una vida debiera ser un acto loable, una respuesta grabada en el ADN de todo ser humano, una reacción tan inmediata como un acto reflejo. Pero sucede que siempre surgen voces disonantes que propagan lo contrario; la idea de no socorrer, de proceder como si nada estuviera ocurriendo, de dejarles morir. Hay quienes esgrimen que si ponen en riesgo sus vidas es porque ellos así lo desean, que nadie les obliga. ¡Qué se queden en sus miserables países!, vociferan los cretinos de turno. Como si no fuera la desigualdad, el hambre, la guerra o el deseo de vivir de una manera digna lo que les impulsa a emigrar.


El fenómeno migratorio, que es la respuesta a la necesidad, se ha tratado de manera negativa. No es casual el uso de un lenguaje que incita al temor cuando no al odio: invasión, amenaza o avalancha son términos frecuentes en la información sobre la llegada de migrantes. Artículos periodísticos, tertulias televisivas o radiofónicas han martilleado con mensajes reprobatorios sobre este fenómeno, resaltando los problemas de integración y silenciando su contribución al desarrollo económico; azuzando el miedo con datos falsos que vinculan migración con delincuencia, con el colapso de los centros sanitarios o con el supuesto acaparamiento de las ayudas sociales.


La sociedad española tradicional, con valores y creencias bastante consolidadas durante años, tiene que afrontar el reto de la inmigración. Integrar distintas culturas, religiones y nacionalidades, constituye un desafío no solo en sus aspectos económicos, sociales y culturales, sino también éticos y morales. No debiera suponer un gran problema cuando lo que hoy conocemos como España fue un territorio multicultural; cuando nuestras lenguas, cultura y costumbres tienen reflejos del paso de fenicios, celtas, griegos, romanos, árabes… Pese a ello, frente a quienes apuestan por la solidaridad y la integración, se levantan quienes fomentan el temor y el desprecio al otro, a los otros.


Un mal síntoma. Esta sociedad que se moviliza para festejar las fiestas patronales o cuando el equipo de la ciudad consigue un gran triunfo, se muestra pasiva e indiferente al recibir noticias del penúltimo naufragio cerca de la costa o en altamar; cuando se sigue sin acoger a los refugiados a los que está comprometido, cuando los centros de acogida son inaceptables o cuando se conoce la devolución en caliente de quienes buscan una oportunidad.


  Cuando la legislación supone una amenaza para quienes realizan el acto humanitario de socorrer o salvar una o centenares de vidas, pone de manifiesto que la justicia se deshumaniza. No deberíamos olvidar que los derechos humanos son el resultado de la lucha de innumerables personas y movimientos sociales, que a lo largo de los años tuvieron la función moral y política de enseñar a la sociedad a mirar y ver que ciertas pautas de conductas, hasta entonces toleradas, suponían vergüenza, desprecio, abuso o indignidad. Con sus reivindicaciones enseñaron al conjunto de la sociedad a juzgar y actuar en consecuencia e induciendo a los legisladores a aprobar normas y procedimientos legales para evitar que tales hechos se repitiesen y quedaran impunes.



domingo, 7 de julio de 2019

EL ANACRONISMO DE LAS TRADICIONES




Los pueblos evolucionan, la gente cambia y se sensibiliza con otros principios y valores más racionales, más humanos, al producirse la evolución de las sociedades y de las propias culturas que rompen con las tradiciones que no encajan con los nuevos valores.
La RAE define anacronismo como: “Que no es propio de la época de la que se trata”.
Esta sociedad moderna rechaza el maltrato animal, la sádica diversión por la sangre y el dolor, la falta de respeto a la vida sea de la especie que sea, la guerra, la violencia y todo aquello que pueda producir dolor y sufrimiento a los seres vivientes. La sensibilidad del ser humano aflora para racionalizar las cosas desde la percepción de la vida en un sentido más integral, más universal. No es nada nuevo, siempre hubo quien proclamó a los cuatro vientos el amor y el respeto a los animales; desde los pueblos más primitivos, casi siempre en culturas ajenas a la nuestra, a determinadas actitudes vitales de nuestra propia cultura y religión (el propio San Francisco de Asís llamaba hermanos a los animales).


Pero, sin salirnos de la sensibilidad hacia los animales que se nos ha enseñado o cultivado en los últimos tiempos, cabe señalar que, en nuestra infancia, era normal apedrear a los perros y gatos que encontrábamos por la calle y no estaba mal visto, solo se catalogaba como una travesura de niños, sin pensar en el pobre animal. En la actualidad existe una ley de protección animal que lo condena, ya no es socialmente tolerable esa actuación.
En siglos pasados hay casos claros y evidentes de conductas toleradas culturalmente, violentas o impositivas, que han sido superadas y rechazadas por la sociedad. Hasta el siglo XIX la esclavitud estaba bien vista, y en el XVIII aún se usaba como un negocio que enriqueció a muchos que, incluso, hoy son considerados grandes negociantes.  Quiero decir con esto, salvando todas las diferencias, que las sociedades cambian, evolucionan, y se van desprendiendo de actuaciones o conductas anacrónicas en beneficio de otras enmarcadas en los principios y valores que se cultivan en ese momento histórico.


Una tradición que vaya contra los principios y valores de una sociedad que evoluciona, será un anacronismo que hay que erradicar de la cultura social. El proceso solo se consigue mediante la educación y sólida formación en los nuevos valores. Se ha de excluir, por definición del concepto valores humanos, a toda acción violenta, sanguinaria o de sádico disfrute con sangre, maltrato y muerte de otros seres vivos.