domingo, 31 de enero de 2016

FACTORÍA DE TERROR

Formamos parte de un mundo donde la barbarie y el terror son formas habituales de convivencia.




Formamos parte de un mundo donde la barbarie y el terror son formas habituales de convivencia, son maneras de vertebrar sociedades y de imponer voluntades. Es lo que muchos llaman el orden criminal del mundo.

París ha sido uno de los últimos escenarios, que no el único, donde el terror ha interrumpido la vida de una forma brutal. Pero no nos engañemos: eso mismo sucede a diario alrededor del mundo. La diferencia en este caso es la espectacularización de los hechos. Cuando las matanzas se suceden en regiones remotas apenas ocupan un pequeño espacio (o ni eso) en los medios informativos de masas y, en consecuencia, ocupan un diminuto lugar en nuestro pensamiento que apenas merece un instante de nuestro preciado tiempo. Por supuesto, cuando el terror se produce entre nosotros debe ser espectacularizado para captar a las masas y preparar el terreno para la justificación de más terror (entrando así en una espiral de la que tan sólo se benefician los mercaderes de la muerte) y la implantación de un nivel superior de estado policial y de control social. No hay que olvidar que en los países donde existen las llamadas democracias formales se necesita vender todo esto como actos de justicia y legítima defensa para justificar toda la coerción y la represión venidera así como los ataques a todo aquel que se considere enemigo, aquí las formas son importantes para diferenciarnos de cualquier dictadura al uso aunque los fondos sean similares.

Francia, Siria, Líbano, Yemen, México, Nigeria, Palestina y tantos otros han vivido en las últimas horas el horror y el dolor que producen las guerras. Y en la guerra, sólo existe una lógica: es necesario que muchos mueran para que unos pocos sigan enriqueciéndose y puedan seguir haciendo girar la rueda en la dirección que más les convenga. Da igual en que bando estés situado, al final de una forma u otra acabas muerto a menos que seas de los que deciden.

Los asesinatos son tan sólo una expresión más del quehacer habitual de un mundo criminal. Si pensamos por un momento todo lo que conlleva esta forma de vivir podemos hacernos una idea más clara de que el terrorismo organizado y la muerte violenta son el pan de cada día necesario para que se mantenga esta locura a la que llamamos mundo civilizado.

A continuación un pequeño esbozo del mundo sobre el que se sustenta nuestro modo de vida: millones de personas condenadas a morir de hambre porque es más rentable producir comida para tirarla que para comer o, simplemente, porque alguien ha decidido que toda esa gente no es necesaria para el sistema. Millones de personas condenadas a morir por no poder beber agua potable porque es más rentable apropiarse de ella y contaminarla en favor de la extracción de cualquier mierda que ni se come ni se bebe. Millones de personas condenadas a morir porque es más rentable crear supuestos remedios para enfermedades inventadas que erradicar enfermedades en algunas partes del mundo. Millones de personas condenadas a morir porque es mucho más rentable fabricar y vender instrumentos de muerte que, simplemente,  permitir una coexistencia pacífica. La lista podría seguir eternamente y siempre nos encontramos con que los condenados son los mismos (da igual en que región vivan), somos siempre los desposeídos, los que nos vemos forzados a vender nuestra alma y nuestra fuerza para seguir viviendo. Así también nos encontramos con que los que condenan son siempre los mismos, los que se atribuyen la propiedad de todo lo existente: los grandes capitales, los Estados y todas las instituciones que crean y sostienen entre ambos para mantener el orden establecido. Vivimos en un mundo tan civilizado y racional que el beneficio económico se impone por encima de todo y de todos. En un mundo donde todo tiene un precio, la vida es el artículo más barato.

El bombardeo mediático, el espectáculo del terror permite que hoy el dolor se extienda por el mundo en respuesta a los asesinatos de París. Ese dolor genuino nos demuestra que todavía queda algo de humano dentro de nosotros; sin embargo no podemos obviar que todo esto es fruto de esa sobreexposición mediática. No obstante, sabemos que la capacidad de sentir sigue ahí, así que es posible que llegue el día en que todo el terror que se produce a diario nos duela de igual forma (sin necesidad de que nadie nos indique qué víctimas son merecedoras de nuestra empatía). Ese será el día en que estaremos en condiciones de afrontar una verdadera revolución. De iniciar una verdadera lucha por la liberación.



LA MALEDICENCIA

La verdad es improbable, pero es posible




Hay una raya que se traza a todas horas. Y se destraza. La que sugiere los límites de la concordia. La que delimita el respeto a las reglas del juego. Está entre todos nosotros, en cada esfera de la vida social. Está dentro de cada ser, recordándonos que debemos tener una actitud cada vez más clara para regir nuestros comportamientos. Está en la política, esa herramienta que se nos brinda a todos pero que con frecuencia delegamos sin demasiadas exigencias en los profesionales, hasta olvidarnos de su profundo significado, y dando con frecuencia un cheque en blanco a los que van a decidir lo de todos. Esa raya se mueve, oscila, quiebra, da tumbos, se tuerce, pocas veces aparece rectilínea. La condición humana no lo permite. Sin embargo, todos presumimos de perseguir la verdad. Mas cuando algo no interesa buscamos tres pies al gato, es decir, mirar los asuntos desde otro ángulo que si tampoco los clarifican al menos retardan el efecto de la verdad sobre los intereses de los hombres. La verdad es improbable, pero es posible. Es objetiva o no es, “¿qué verdad?, la verdad, no tu verdad”, que decía Machado. En ese camino por ir distinguiendo lo que es de lo que no es, hay personajes de la entrañable vida nacional empeñados en no dar el brazo a torcer ante las situaciones evidentes y claras. Y estos personajes bufos ladran cada día, cada hora, en cada onda de radio malsana, en cada periódico maldiciente, en cada televisión perniciosa, por enturbiar la convivencia. Y lo hacen de múltiples maneras, una de ellas practicando la maledicencia.

LAS MÁSCARAS





Todos los supuestos acontecimientos, que no novedades, aunque lo parezcan, que acarrean la historia del país me hacen pensar de un modo un tanto lateral. Esa fragua aparentemente anodina de sucesos en ciernes, que no novedades, coloca sobre el tapete el viejo juego de máscaras. Personalmente no espero demasiado, ni creo que las rupturas, del signo que sean, vayan a ser profundas y no sé hasta qué punto renovadoras. Acaso ni siquiera reales.
Y no hago más que preguntarme de qué se disfraza o está a punto de hacerlo cada político del momento. Mientras, los poderes de verdad, los suprapoderes, los que están por encima de los que juegan la partida de ajedrez del momento, no necesitan disfrazarse de nada. Ellos tienen claro su papel, correcciones menores aparte, porque ya ganaron la partida hace tiempo. Su estatus de control y propiedad no se discute. La industria de disfraces, los roles del drama o de la comedia y las caretas para engañar a incautos, sea cual sea el territorio del país, van a manifestarse a todo trapo en los próximos meses. No creo que superen en imaginación a los carnavales. 




LOS MOVIMIENTOS CIUDADANOS

El problema de este país es que los políticos se creen "dioses" intocables.




La sagrada voluntad de los ciudadanos españoles es que los políticos den un paso adelante y cumplan con sus obligaciones, pero no bajo su interpretación de lo que son sus obligaciones, sino lo que son y lo que significan tal y como está recogido en la Constitución y tal y como los ciudadanos lo demandan. Y la primera obligación de un político es cumplir con sus votantes, lo que equivale a cumplir el programa electoral que sus votantes leyeron y votaron. Lo contrario no es permisible, bajo ningún concepto.

Pero, además, el panorama político que queda tras las elecciones tiene un mensaje muy claro. La pluralidad de partidos que tienen representación parlamentaria exige acuerdos. Pero dichos acuerdos, al contrario de lo que ya está ocurriendo, no pueden estar basados en los intereses partidistas, sino en las necesidades del país.
La inercia egoísta y retrógrada de los partidos hace que al día siguiente de las elecciones ya se esté pensando en clave partidista, no como consecuencia de haber reflexionado sobre el mandato ciudadano y disponerse a buscar la mejor forma de cumplirlo, porque para eso fueron elegidos y para eso cobran.

El problema de este país, y se supone que también de todos, es que los políticos se creen “dioses” intocables y con un poder por encima de la voluntad de los ciudadanos a los que sirven. Mientras el político no recupere la esencia de su trabajo, de su realidad como servidor público, como trabajador al servicio de los que le pagan, nada funcionará correctamente. Además, el país grita un cambio, pide a voces un nuevo enfoque político y social, así como una renovación profunda de la Constitución.

El sistema democrático dominante, además de ser una perversión de la verdadera democracia, es un caldo de cultivo para todo lo que hemos vivido y vivimos en este país, o sea, corrupción, mentiras, promesas vacías y absurdas, sufrimiento ciudadano y desencanto con el sistema. Y el problema no se va a arreglar con denuncias retóricas ni con buenas intenciones, sino con dar ejemplo, creando programas de gobierno que reflejen la necesidad de la ciudadanía y cumplirlos por ley y bajo la ley.

Las urnas han reflejado pluralidad y han dicho que la situación exige unidad de todas las fuerzas, unidad más allá de las ideologías, más allá de los egoísmos partidistas. Si así se hace, el país saldrá a otro nivel. En caso contrario, se habrá ignorado el mandato del pueblo y la próxima legislatura, si es que existe,  será aún más convulsa, más difícil y más de rechazo y oposición ciudadana, porque si algo queda claro en este país es que el movimiento ciudadano, exigiendo justicia y derechos fundamentales y no tolerando más la vergüenza de la corrupción existente, ya no va a detenerse, porque nació para crecer y cambiarlo todo, no para ser devorado por los que no tienen conciencia humana ni intenciones de servir al pueblo.

La obligación de los partidos, de todos, es ahora construir un país diferente, entre todos y para todos, es decir, una nueva transición que nos conduzca a otra realidad social donde predomine lo que es necesario y útil para el pueblo por encima de los que sólo quieren servir a esos oscuros poderes que se alimentan de la “sangre” y de la energía de aquellos que constituyen la verdadera fuerza, la verdadera identidad de la humanidad, los ciudadanos del mundo.


viernes, 29 de enero de 2016

CUESTA DE ENERO DE ESPERANZA





Pasada la vorágine de las fiestas y el consumo, que nos hicieron vivir envueltos en luces y espumillón, nos encontramos ahora inmersos en la dura, fría y triste realidad. A la espalda queda un año bueno sólo para unos pocos. Como siempre. Teñido de insolidaridad, disputas estériles y poca atención a las personas, porque unos pocos se empeñaron en contra de la voluntad de muchos. Un año violento para las mujeres, que siguen siendo asesinadas por un terrorismo patriarcal que acaba con sus vidas si desean tomar las riendas de su destino. Un año bronco en el que la crispación política alcanzó extremos inimaginables
Al frente, tras la cuesta de rigor, se abre ante nosotros un nuevo año. Bisiesto por más señas, nos regala generosamente un día. En sus hojas vírgenes, en blanco, podemos reproducir errores del pasado o  construir un mundo más humano. Porque las urnas han hablado y han pedido clamorosamente un cambio de gobierno, para enmendar tanta injusticia, tanta corrupción y tanta desigualdad.
El pasado fue año electoral, y se nos vendieron proyectos e ilusiones. De nosotros depende que se queden en palabras o se conviertan en hechos. La democracia vigilante supone no sólo votar, sino exigir que se cumpla lo prometido. Preparemos nuestros oídos para escuchar que hay pactos imposibles, que la única estabilidad es la derecha neoliberal, que se necesita un gobierno “fuerte” como sólo garantiza la “gran coalición”, que Europa pide continuidad, que nada debe cambiar para que todo siga igual: los ricos cada vez más ricos, los pobres más pobres, aun con trabajo esclavo. Pero no olvidemos nunca los hachazos brutales de derechos llevados a cabo en los cuatro años últimos, las mentiras sobre el rescate bancario, la tolerancia ante la corrupción, la manipulación de la justicia, las muertes de dependientes sin ser atendidos, los niños desnutridos, los padres desesperados sin trabajo.
Recordemos los esfuerzos por llegar a fin de mes de miles de familias frente al meteórico enriquecimiento de unos pocos, el progresivo deterioro de lo público, la educación pública sacrificada al negocio de unos pocos, la sanidad pública en peligro a causa de recortes y repagos intolerables, la dependencia desatendida, las familias desahuciadas, el paro que afecta a más de cuatro millones de personas, los jóvenes obligados a exiliarse o a aceptar trabajos precarios…
La realidad es oscura, pero la luz de la esperanza en un mundo mejor debe seguir brillando contra la intolerancia, la desigualdad y la mentira no sólo por Navidad. Que nadie nos impida exigir un gobierno decente por encima de partidismos, fontanerías y ambiciones personales. Porque otro mundo es posible, si nos gobiernan con justicia y buscando el bien de todos, no el suyo.
Exijamos que haya un pacto de izquierdas por la igualdad y la decencia. Porque pactar es la esencia de la democracia, la cultura de la responsabilidad, la explicación, la transparencia y el diálogo constante. Para pactar hay que saber escuchar y tener capacidad intelectual de entender. Para llegar a acuerdos no se parte del fin, se llega a él con concesiones de todas las partes. No hay otro camino. Si hay voluntad, claro está.
Nosotros podemos hacer que el 2016 sea de verdad un año nuevo, más justo, igualitario y digno, tras remontar la empinada cuesta de la desigualdad y el poder del dinero. Tras superar las voces catastrofistas y agoreras que predican que no hay remedio. Tras mantener viva la esperanza, como una trinchera contra el desaliento. Resistir, pensar por nosotros mismos es la tarea de los que creemos en un futuro para todos que se debe construir en el presente. Nosotros podemos hacer que los que han recibido el mandato del cambio lleguen a acuerdos beneficiosos para todos. Lo lograremos con exigencia y vigilancia constante, denunciando actitudes partidistas que olvidan que las personas están por encima de los intereses de partido.
Si nos defraudan, lo pagarán muy caro. Sobre todo, si permiten que se llegue a nuevas elecciones por su incompetencia y poco sentido de la responsabilidad. Pero también nos defraudarán, y mucho, si dejan gobernar a la derecha del Partido Popular. Un partido causante de los mayores males y recortes de derechos sociales llevados a cabo en democracia. Quienes lo permitan serán responsables por acción u omisión.
Llegó la hora de la responsabilidad y de la Política con mayúsculas. El trabajo de un gobernante o de alguien que aspira a serlo es encontrar soluciones justas para sus gobernados. No sólo las más convenientes para su partido. Confianza, resistencia y esperanza en que 2016 debe ser el año en el que, al fin y de verdad, empiece a cambiar todo.


LAS ESTACIONES DE PASO

Lo interesante en la vida son las estaciones intermedias. Las que te indican que el trayecto sigue abierto.



Las vías del ferrocarril han sido siempre para mí algo más que trazados geométricos. La ilusión óptica de que los raíles se juntaban en la lejanía aportaba una ilusión añadida. Paisajes abiertos, destinos desconocidos, tránsito sin fin. Una invitación al sueño y a la aventura. Desde la estación de tren de mi pueblo de provincias mirar el horizonte angular de las vías, adivinar su vértice formando ángulo recto con el horizonte, suponía una manera elemental de entender el mundo de forma amplia y llena de posibilidades. El paso abigarrado de un tren era la emoción. La desolación que permanecía tras su paso constituía el enigma. Cuando andando el tiempo descubrí que existían las estaciones término fue el desconsuelo. Llegar a una parada definitiva era algo así como renunciar a otras metas posibles y pendientes. O eso me parecía. Lo interesante en la vida son las estaciones intermedias. Las que te indican que el trayecto sigue abierto.