La verdad es improbable, pero es posible
Hay una raya que se traza a todas horas. Y se
destraza. La que sugiere los límites de la concordia. La que delimita el
respeto a las reglas del juego. Está entre todos nosotros, en cada esfera de la
vida social. Está dentro de cada ser, recordándonos que debemos tener una
actitud cada vez más clara para regir nuestros comportamientos. Está en la
política, esa herramienta que se nos brinda a todos pero que con frecuencia
delegamos sin demasiadas exigencias en los profesionales, hasta olvidarnos de
su profundo significado, y dando con frecuencia un cheque en blanco a los que
van a decidir lo de todos. Esa raya se mueve, oscila, quiebra, da tumbos, se
tuerce, pocas veces aparece rectilínea. La condición humana no lo permite. Sin
embargo, todos presumimos de perseguir la verdad. Mas cuando algo no interesa
buscamos tres pies al gato, es decir, mirar los asuntos desde otro ángulo que
si tampoco los clarifican al menos retardan el efecto de la verdad sobre los
intereses de los hombres. La verdad es improbable, pero es posible. Es objetiva
o no es, “¿qué
verdad?, la verdad, no tu verdad”, que decía Machado. En ese camino
por ir distinguiendo lo que es de lo que no es, hay personajes de la entrañable
vida nacional empeñados en no dar el brazo a torcer ante las situaciones
evidentes y claras. Y estos personajes bufos ladran cada día, cada hora, en
cada onda de radio malsana, en cada periódico maldiciente, en cada televisión
perniciosa, por enturbiar la convivencia. Y lo hacen de múltiples maneras, una
de ellas practicando la maledicencia.
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