Formamos parte de un mundo donde la barbarie y el terror son
formas habituales de convivencia, son maneras de vertebrar sociedades y de
imponer voluntades. Es lo que muchos llaman el orden criminal del mundo.
París ha sido uno de los últimos escenarios, que no el único,
donde el terror ha interrumpido la vida de una forma brutal. Pero no nos
engañemos: eso mismo sucede a diario alrededor del mundo. La diferencia en este
caso es la espectacularización de los hechos. Cuando las matanzas se suceden en
regiones remotas apenas ocupan un pequeño espacio (o ni eso) en los medios
informativos de masas y, en consecuencia, ocupan un diminuto lugar en nuestro
pensamiento que apenas merece un instante de nuestro preciado tiempo. Por
supuesto, cuando el terror se produce entre nosotros debe ser espectacularizado
para captar a las masas y preparar el terreno para la justificación de más terror
(entrando así en una espiral de la que tan sólo se benefician los mercaderes de
la muerte) y la implantación de un nivel superior de estado policial y de
control social. No hay que olvidar que en los países donde existen las llamadas
democracias formales se necesita vender todo esto como actos de justicia y
legítima defensa para justificar toda la coerción y la represión venidera así
como los ataques a todo aquel que se considere enemigo, aquí las formas son
importantes para diferenciarnos de cualquier dictadura al uso aunque los fondos
sean similares.
Francia, Siria, Líbano, Yemen, México, Nigeria, Palestina y tantos
otros han vivido en las últimas horas el horror y el dolor que producen las
guerras. Y en la guerra, sólo existe una lógica: es necesario que muchos mueran
para que unos pocos sigan enriqueciéndose y puedan seguir haciendo girar la
rueda en la dirección que más les convenga. Da igual en que bando estés
situado, al final de una forma u otra acabas muerto a menos que seas de los que
deciden.
Los asesinatos son tan sólo una expresión más del quehacer
habitual de un mundo criminal. Si pensamos por un momento todo lo que conlleva
esta forma de vivir podemos hacernos una idea más clara de que el terrorismo
organizado y la muerte violenta son el pan de cada día necesario para que se
mantenga esta locura a la que llamamos mundo civilizado.
A continuación un pequeño esbozo del mundo sobre el que se
sustenta nuestro modo de vida: millones de personas condenadas a morir de
hambre porque es más rentable producir comida para tirarla que para comer o,
simplemente, porque alguien ha decidido que toda esa gente no es necesaria para
el sistema. Millones de personas condenadas a morir por no poder beber agua
potable porque es más rentable apropiarse de ella y contaminarla en favor de la
extracción de cualquier mierda que ni se come ni se bebe. Millones de personas
condenadas a morir porque es más rentable crear supuestos remedios para
enfermedades inventadas que erradicar enfermedades en algunas partes del mundo.
Millones de personas condenadas a morir porque es mucho más rentable fabricar y
vender instrumentos de muerte que, simplemente, permitir una coexistencia pacífica. La
lista podría seguir eternamente y siempre nos encontramos con que los
condenados son los mismos (da igual en que región vivan), somos siempre los
desposeídos, los que nos vemos forzados a vender nuestra alma y nuestra fuerza
para seguir viviendo. Así también nos encontramos con que los que condenan son
siempre los mismos, los que se atribuyen la propiedad de todo lo existente: los
grandes capitales, los Estados y todas las instituciones que crean y sostienen
entre ambos para mantener el orden establecido. Vivimos en un mundo tan
civilizado y racional que el beneficio económico se impone por encima de todo y
de todos. En un mundo donde todo tiene un precio, la vida es el artículo más
barato.
El bombardeo mediático, el espectáculo del terror permite que hoy
el dolor se extienda por el mundo en respuesta a los asesinatos de París. Ese
dolor genuino nos demuestra que todavía queda algo de humano dentro de
nosotros; sin embargo no podemos obviar que todo esto es fruto de esa
sobreexposición mediática. No obstante, sabemos que la capacidad de sentir
sigue ahí, así que es posible que llegue el día en que todo el terror que se
produce a diario nos duela de igual forma (sin necesidad de que nadie nos
indique qué víctimas son merecedoras de nuestra empatía). Ese será el día en
que estaremos en condiciones de afrontar una verdadera revolución. De iniciar
una verdadera lucha por la liberación.
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