El problema de este país es que los políticos se creen "dioses" intocables.
La sagrada voluntad de los ciudadanos españoles es que los
políticos den un paso adelante y cumplan con sus obligaciones, pero no bajo su
interpretación de lo que son sus obligaciones, sino lo que son y lo que
significan tal y como está recogido en la Constitución y tal y
como los ciudadanos lo demandan. Y la primera obligación de un político es
cumplir con sus votantes, lo que equivale a cumplir el programa electoral que
sus votantes leyeron y votaron. Lo contrario no es permisible, bajo ningún
concepto.
Pero, además, el panorama político que queda tras las
elecciones tiene un mensaje muy claro. La pluralidad de partidos que tienen
representación parlamentaria exige acuerdos. Pero dichos acuerdos, al contrario
de lo que ya está ocurriendo, no pueden estar basados en los intereses
partidistas, sino en las necesidades del país.
La inercia egoísta y retrógrada de los partidos hace que
al día siguiente de las elecciones ya se esté pensando en clave partidista, no
como consecuencia de haber reflexionado sobre el mandato ciudadano y disponerse
a buscar la mejor forma de cumplirlo, porque para eso fueron elegidos y para
eso cobran.
El problema de este país, y se supone que también de
todos, es que los políticos se creen “dioses” intocables y con un poder por
encima de la voluntad de los ciudadanos a los que sirven. Mientras el político
no recupere la esencia de su trabajo, de su realidad como servidor público,
como trabajador al servicio de los que le pagan, nada funcionará correctamente.
Además, el país grita un cambio, pide a voces un nuevo enfoque político y
social, así como una renovación profunda de la Constitución.
El sistema democrático dominante, además de ser una
perversión de la verdadera democracia, es un caldo de cultivo para todo lo que
hemos vivido y vivimos en este país, o sea, corrupción, mentiras, promesas
vacías y absurdas, sufrimiento ciudadano y desencanto con el sistema. Y el
problema no se va a arreglar con denuncias retóricas ni con buenas intenciones,
sino con dar ejemplo, creando programas de gobierno que reflejen la necesidad
de la ciudadanía y cumplirlos por ley y bajo la ley.
Las urnas han reflejado pluralidad y han dicho que la
situación exige unidad de todas las fuerzas, unidad más allá de las ideologías,
más allá de los egoísmos partidistas. Si así se hace, el país saldrá a otro
nivel. En caso contrario, se habrá ignorado el mandato del pueblo y la próxima
legislatura, si es que existe, será aún
más convulsa, más difícil y más de rechazo y oposición ciudadana, porque si
algo queda claro en este país es que el movimiento ciudadano, exigiendo
justicia y derechos fundamentales y no tolerando más la vergüenza de la
corrupción existente, ya no va a detenerse, porque nació para crecer y
cambiarlo todo, no para ser devorado por los que no tienen conciencia humana ni
intenciones de servir al pueblo.
La obligación de los partidos, de todos, es ahora
construir un país diferente, entre todos y para todos, es decir, una nueva
transición que nos conduzca a otra realidad social donde predomine lo que es
necesario y útil para el pueblo por encima de los que sólo quieren servir a
esos oscuros poderes que se alimentan de la “sangre” y de la energía de
aquellos que constituyen la verdadera fuerza, la verdadera identidad de la
humanidad, los ciudadanos del mundo.
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