McLuhan, filósofo de la comunicación, falleció en 1980 y por
tanto no pudo comprobar hasta qué punto era radicalmente cierta su famosa
afirmación, frontispicio de las facultades de Ciencias de la Información de que
"el medio es el mensaje".
El conocido aforismo viene a decir que el medio por el que nos comunicamos (estaba
pensando en los medios de comunicación de entonces), condiciona de tal modo lo
que decimos (el mensaje) que viene a ser el mensaje en sí mismo.
El WhatsApp, que desde luego es una
fabulosa forma de comunicación, es también,
un campo de minas. No sé si les ha ocurrido a ustedes, pero yo he estado
inmerso en más de un desagradable charco de confusión y malos entendidos en el
WhatsApp. La otra tónica que domina en la comunicación por este medio,
especialmente si se trata de grupos, es la banalidad y por qué no decirlo, la
grosería y la suciedad informativa.
El discurso del grupo suele ser una amalgama informe, en el que proliferan
usuarios que se dedican a publicar contenidos ofensivos o falaces, identidades
falsas, mensajes más o menos ofensivos, otros que pretenden ser ingeniosos, y
todos ellos tienden a sepultar información útil,
que en ocasiones es el fin para el que fueron creados. Información como por
ejemplo localizar un lugar, quedar con una persona.
Huir de nuestra soledad y desahogarnos
en un mundo lleno de presiones y cortapisas. A solas con
nuestro móvil nos sentimos relajados, acompañados (aunque sea solo de un modo
virtual) y nos invita al desahogo. No creo pecar de exagerado diciendo que
muchas veces es la puerta del baño donde poner groserías y soltar nuestras
barbaridades para recuperar la condición de personas. Solo que la puerta del
aseo es anónima, pero el móvil no.
Dicho de modo más antipático, el
WhatsApp es un impostor. Parece ofrecer privacidad cuando es
público, el mensaje trasciende incluso a sus inmediatos destinatarios. Ofrece
espontaneidad pero es formal. Nos invita a utilizar el lenguaje coloquial oral,
pero es escrito. Los antiguos sabían que lo escrito, escrito
está, y tiene una naturaleza simbólica diferente, más allá de su constancia
documental, como diría un abogado.
Lo dicho para el WhatsApp por supuesto vale para Facebook,
Twitter, pero entiendo que es aquí donde más se radicaliza su doble naturaleza.
Debemos huir de las dos leyes de plomo de los mensajes instantáneos: si un
mensaje tiene varios sentidos será interpretado en el más desfavorable de
ellos. Y las posibilidades de malos entendidos son directamente proporcionales
a la extensión de la conversación y por el número de participantes.
Debemos recordar, también, que el WhatsApp es un medio escrito,
no es una conversación oral ni telefónica. Ni un ejército de emoticonos puede
matizar sus palabras como lo hace un gesto, el timbre de su voz o su mirada. Es
torpe. Cualquier polisemia o ironía o doble significado podrá ser utilizado
contra usted.
El WhatsApp es un medio inapropiado para mantener discusiones,
especialmente si intervienen una pluralidad de participantes. Se pierden
mensajes, se leen parcialmente y su brevedad les hace susceptibles de ser
malinterpretados. Es compulsivo. No nos da ingenio si carecemos de él.
No trato de ser apocalíptico,
por supuesto, yo voy a seguir disfrutando de sus beneficios casi mágicos. Por
ello, sugiero algunas breves notas para su uso: no llene de ruido las
conversaciones y sea espontáneo pero cortés. Recuerde que si participa en un
grupo no todo lo que le interesa a usted, le interesa o le importa a los demás
y, por último, cuanto más WhatsApp utilice, menos llamará. Ni cien emoticonos
son más expresivos que el timbre de su voz. Si es importante llame, o mejor
quede para verse cara a cara, abrazarse y tomar un vino.
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