sábado, 27 de agosto de 2016

RETROCESO




De vez en cuando, como una ocurrencia un punto melancólica, alguien de tu quinta comenta que hoy seguramente prohibirían o encausarían muchas de las manifestaciones culturales que se vivieron con naturalidad y frescura hace tan solo un suspiro, en los ochenta. Hoy en día no tendrían cabida  en este ambiente inquisitorial, pacato y ñoño que conduce a los tribunales a titiriteros, sindicalistas y manifestantes o hace escandalera de simples meteduras de pata en las redes sociales como si se tratara de sucesos de gran peligrosidad, dañinos y depravados en extremo. Se pretende circunscribir la discrepancia, la sátira o la chirigota al formato de lo correcto, siempre y cuando lo correcto sea revisado, atemperado, desactivado, supervisado. ¿Censura o hipocresía?

Añoramos aquellos días de recios vinos y rosas podridas que hoy nos parecen cosechas fragantes, como quien comprueba con morriña que los tiempos cambian y su juventud fue más alegre y desenfadada, más permisiva, más lustrosa. Pero… resulta que (solo) en este caso es cierto. Y peligroso: hemos reculado. Y la regresión cultural es solo un síntoma, quizás el más alarmante y decisivo. Cuando una sociedad paga menos y peor a quienes trabajan, atiende menos y peor a quienes lo necesitan, niega asilo y hogar, se eriza de muros y de miedos… acaba por alambrar la libertad de expresión en la cultura.  Recapitulemos: el único castigo que merece un mal chiste es no reírse, una mala obra no debe contar con audiencia, una manifestación pública indigna, no ser escuchada; de un “tweet” idiota se deduce la estulticia de quien lo firma. Nada más.  Lo otro, esto que estamos consintiendo, es retroceder.

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