Vivimos una guerra global. Ayer, ahora y mañana.
Ponemos el hambre, todas las hambres posibles. El hambre seca de
territorios esquilmados y desérticos, el hambre opulenta de los campesinos que
trabajan para nunca alimentarse, el hambre de los arrabales donde la pelea es
encontrar antes que otros un pedazo de pan.
Ponemos las pobrezas, todas las pobrezas. La harapienta, la de los
trabajadores que también son esclavos, la de los endeudados que se asfixian,
mes a mes, la de los jubilados que mueren precarios.
Ponemos el silencio. La palabra está entre rejas. Mover los labios ya es
delito, en las calles, en las canciones, en los poemas.
Ponemos la asfixia, nuestros pueblos humean aire purulento, nuestros
ríos son vertederos, nuestros mares guardan en su barriga toda la podredumbre
del consumo desbocado.
Ponemos las enfermedades. La guerra es no sólo contra los países donde
abiertamente discurre la sangre, no sólo. Es contra nuestros derechos, contra
todo intento de justicia, contra todo esfuerzo por dulcificar las vidas.
Un mundo aterrado y aterrador. Y huye la humanidad, huye, huye… hacia
ningún sitio. Mañana ya será tarde. La noche se esparce inquieta.
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