sábado, 20 de agosto de 2016

TRABAJAR (O EDUCAR) POR OBJETIVOS NO ES UN VALOR POSITIVO



Desde hace un tiempo, se ha convertido en un tópico la necesidad de trabajar por objetivos. El concepto pronto se ha extendido a los sistemas de educación. Y una legión de entusiastas lo ha adoptado como si fuera la solución a todos los males globales e individuales. Lo usan los gurús de la economía, también se ha generalizado en el mundo empresarial, en las relaciones laborales y en la boca de los políticos que han modernizado su lenguaje y no quieren que se les note lo de los planes quinquenales. La obsesión por lograr los objetivos no repara en nada: en el mundo laboral puede suponer el despido de trabajadores para abaratar costes o la compra de una empresa para cerrarla. En la enseñanza, los centros escolares preparan la temida prueba de acceso a la universidad dejando de lado los temas que saben que no caerán en ella, a los que prestan escasa  o nula atención a pesar de que estén en el programa y sean, por ejemplo, los grandes textos de la literatura española.

Cuando trabajar -o educar- por objetivos se convierte en un valor en sí mismo deja de ser lo que es en verdad, una estrategia. No debería ser otra cosa. Si una herramienta o método, por muy útil que sea, se convierte en ideología hemos perdido capacidad cultural y libertad individual y nos trasformamos en meros agentes mecánicos de los intereses marcados por un sistema social que nos trata solo como productores o consumidores de bienes de consumo desechable. Y puede ser peligroso si, además, los objetivos no los marcamos nosotros mismos o asumimos sin crítica los objetivos que nos dictan aquellos que quieren conseguir con todo esto sus propios objetivos, que es lo que ocurre, en realidad: nos marcamos un trabajo para conseguir los objetivos que alguien nos ha planificado como el camino ortodoxo, una especie de verdad de fe que de pronto alguien ha plasmado en una normativa sin consultarnos previamente. Deberíamos pensar si esos objetivos que tanto buscamos son de verdad los nuestros, los que nos interesan. Deberíamos ser un poco más cautos, menos mecánicos. Menos víctimas de los objetivos de otros, de aquellos que de verdad nos gobiernan y que no nos dejarán tener, en realidad, más objetivo que sus propios intereses.

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