Lo
que antes era colaboración entre iguales para, por ejemplo, tener una buena
cosecha que asegurara la manutención del pueblo, ahora es competencia y
resquemor por que los otros puedan tener mejores resultados. Hemos pasado de la
solidaridad entre vecinos a la desconfianza y el deseo de que ellos se lleven
todo lo malo. En las escuelas ya no se oyen palabras como honradez o
solidaridad, en su lugar atruenan atroces conceptos como competencias y
procedimientos. Los modelos sociales a seguir ya no son aquellos basados en el
apoyo mutuo y la hermandad, en la actualidad son los basados en el egoísmo y la
famosa competitividad: en ser mejores que los demás y, por tanto, en que los
demás son el enemigo. La competitividad destroza sociedades enteras al poner
por encima de todo el valor supremo de la victoria sobre los otros, generando
odios irracionales y malsanas existencias que sólo conducen a la insensatez de
los seres humanos y la destrucción de todo lo que nos rodea.
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