martes, 17 de mayo de 2016

POLÍTICOS CORRUPTOS




Lo que más me llama la atención de los profesionales de la política, atrapados beneficiándose indecorosamente de sus cargos o puestos burocráticos, es que no entienden por qué se les denuncia o recrimina. La máscara de la dignidad herida y del padecimiento de una terrible injusticia es la que acompaña de ordinario su procesamiento y las consecuencias de este. Están siempre tan seguros de haber actuado de manera correcta que su asombro, parejo a su mala fe, es contagioso… Según sus criterios han actuado de manera correcta, porque ese es el problema: sus criterios, según los cuales el ejercicio de la cosa pública significa en la práctica beneficiarse de esta.

En otras culturas que parecen remotas hay políticos que han dimitido por actuaciones similares. Aquí, sin embargo, se consideran como nimiedades. Nadie ha dimitido de los que debieran haberlo hecho.

Cumplir con lo estipulado, porque estipulación es o así debe ser tomado lo dicho en los programas electorales, no usar el cargo o el puesto para alimentar una red de beneficiarios, amigos y familiares, no actuar con descaro al margen de la ley en la confianza de que teniendo las riendas del poder no va a pasar nada, deberían ser normas de ética política, pero esto se ve que no se entiende o se entiende mal, y es cosa de ilusos o poco menos.

Se entiende mejor, por el contrario, que el poder es trago de mucha graduación porque se nota que embriaga, ensordece y que debe ser muy fuerte la tentación de aprovecharse de la manera que sea del cargo o puesto que se ocupa, para sí, sus amigos, deudos o allegados.

No tengo la menor esperanza de que esto cambie, ni ahora mismo, ni en un futuro inmediato. La cosa pública como negocio particular es una tara que viene tan de lejos, tiene tantas implicaciones educacionales, culturales y religiosas, que haría falta un programa de renovación y reconstrucción general que en este nuevo mundo que vivimos da más risa que otra cosa. Mi generación, no toda, no nos engañemos, se sigue moviendo de cerca o de lejos por referencia del humanismo surgido después de la Segunda Guerra Mundial y eso está más que acabado. Me temo, una vez más, que me encuentro más ante lo que es que ante lo que me gustaría que fuera, pero me conformaría no ya con que lo intentaran, sino que por lo menos, cuando les atrapan, entendieran algo elemental: que no es de recibo la falta de decoro y que si estamos obligados a vivir en un permanente trágala, al menos que tengan el coraje de declarar que esto es la ley de la selva y solo por ella está regido.



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