El empobrecimiento del debate político hace que la
ciudadanía se muestre renuente a interesarse por él. Los discursos que,
querámoslo o no, nos invaden a diario provocan una sensación de hartazgo, que
induce a la desafección por la política y al menosprecio de quienes la
practican. Por esa razón, son tan de agradecer las reflexiones que rompen con
este panorama de mediocridad, de pensamiento único, de lanzaderas verbales
repletas de lugares comunes, de respuestas gubernamentales enlatadas, de frases
hechas, propensas a las animosidades personales y a la imputación al otro de
las deficiencias propias. Razón de ser todo ello de una crisis institucional
pavorosa. Profundizar, por el contrario, en la realidad que nos afecta,
desentrañar la causa de los problemas que aquejan a las sociedades, poner al
descubierto y denunciar las implicaciones de modelos socialmente depredadores -
que se asumen acríticamente casi como si de tratase de una opción
inevitable, a la que no hay más remedio que resignarse - no solo constituye una
necesidad intelectual sino una terapia psicológicamente positiva. La sociedad
necesita horizontes esperanzadores.
De ahí que cuando un discurso recupera enfoques que son
excepcionales en el panorama de la simplificación dominante, uno se siente
reconfortado al observar que hay quienes piensan y razonan de manera diferente,
lanzando a los cuatro vientos ideas y reflexiones que incitan a la esperanza y
a la confianza en la política sensible con los problemas de la sociedad.
Quienes cuestionan los planteamientos alternativos dicen que son antiguallas,
algo trasnochado, cuando lo cierto es que lo realmente obsoleto y caduco no son
otra cosa que esas proclamas archisabidas y fracasadas que se amparan en la
lógica del engaño, del sesgo informativo, de la especulación financiera, del
enriquecimiento ilícito y del "sálvese quien pueda" que tantas
humillaciones, fracasos y desigualdades ha aportado a la mayoría de la
sociedad.
Reivindicar la defensa de los principios éticos como algo inherente al ejercicio de la política, apoyar los mecanismos de participación de la ciudadanía como uno de los pilares de la toma de decisiones, luchar contra los movimientos especulativos y entender que la solidaridad forma parte indisociable de la política de desarrollo son algunas de las directrices en las que ha de sustentarse la dignificación de la política, sumida actualmente en el lodazal del descrédito a que la conducen las prácticas que, arropadas en la banalidad programática y en el discurso de la resignación, la encaminan precisamente en el sentido contrario, con todo lo que ello implica en la degradación de la democracia y el auge de los movimientos excluyentes y atrozmente reaccionarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario