Necesitamos cambiar hacia una cultura de paz, a una cultura que dé respuesta a las necesidades de la población humanitaria, que dignifique a la persona y la lleve al verdadero progreso, que no es precisamente el material.
Ya sabemos que muchos valores del pasado no sirven para un nuevo tiempo, que la administración procura gobernar para el poder y quien lo ostenta, que la educación es alienante y no se enfoca a conductas y valores sociales, que se potencia la confrontación intransigente, que las tertulias no enseñan a entenderse sino a enfrentarse, que no educamos ciudadanos libres y comprometidos sino sumisos, que no sabemos entendernos y ceder cuando el otro tiene razón, que el mercado deshumanizado nos atrapa en la codicia y el consumo irracional, que el dinero gobierna el mundo.
Todo esto crea personas en conflicto consigo mismas, en conflicto interno, con altas dosis de violencia que se proyecta en las otras. Pero es que el mundo tiene, a la vez, una elevada cuota de violencia funcional. Nos agrede la televisión con sus campañas publicitarias, nos inmuniza con sus reportajes sobre el dolor, la pobreza y la muerte, intenta neutralizar la conciencia haciéndonos pensar qué suerte tenemos al no estar como los otros, los necesitados, y eso nos vanagloria por rastrera comparación.
No, no es este el modelo de sociedad que nos conducirá a la paz. Mientras no haya paz en cada pecho, en cada una de las personas que conviven socialmente, no se podrá vivir en paz. Todo lo demás son buenas palabras, buenos deseos, que destensan la cuerda de la conciencia ante la injusticia, para tranquilizarla.
Debemos redefinirlo todo: el justo reparto de bienes, entender a las personas como semejantes con una visión y posición diferenciada en la vida, que nos permita sumar en lugar de restar o imponer; compartir, apoyar, verlas como amigas y aliadas y no como competidoras y enemigas o rivales... Siembra humanidad y recogerás humanidad, pues si siembras violencia el fruto será ese, la violencia, aunque sea velada.
La sociedad la integran todas y cada una de las personas, cuya resultante es la interacción entre ellas. Solo cabe ir tomando conciencia de este hecho para limpiar esa gota de agua que formamos cada uno y contagiar a la de al lado, para hacer de este mar un océano más pulcro y más puro... La clave puede estar en la educación y la orientación hacia esa paz global y justa, que se fundamente en el crecimiento y la paz interior, junto a la universalidad de la persona.. O sea, una nueva persona menos materialista y más humanitaria...
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