miércoles, 27 de julio de 2016

EL MIEDO NO ES LIBRE



Solemos decir o escuchar con mucha frecuencia que el miedo es libre. Como si por sí mismo, el miedo, decidiera dónde instalarse, en qué cuerpo o en qué ideas o en qué circunstancia determinada, como si el miedo fuera anárquico, desobediente, caprichoso. Sin embargo yo pienso que el miedo es de todo menos libre. Obedece órdenes precisas, es sumiso a quienes lo fabrican y nunca, nunca, muerde la mano de sus amos. El miedo se incrusta en el tuétano de la vida, se cuela a sorbos o de un trago y paraliza a quien lo tiene. Casi todos los miedos son interesados, sirven para someter, para silenciar, para humillar, para dejarnos bien atados: El miedo de la mujer al hombre que la pega, el de los pueblos al hambre o a la guerra, el de los refugiados a no encontrar quien los proteja, el de los necios a que se les llenen las casas de extranjeros, el de quedarnos sin jubilación, sin casa, sin empleo. El miedo a saber, a la memoria, a los recuerdos, al mañana sin sueños.

El jodido miedo que nos esclaviza hace muy bien su trabajo, se gana su jornal sucio, triunfa oscureciendo los deseos. Por esto digo que a mi no me parece libre, me parece un tirano, un déspota servil, un asalariado ruin y peligroso que hace el trabajo más sucio de la humanidad: es el verdugo de cualquier victoria.


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