Una
de las consecuencias de los tiempos de crisis como los actuales es que llega un
momento en el que las formas tradicionales en la política, las que han
conducido la situación hasta el momento crítico, se hacen insoportables para la
ciudadanía. El político entrenado en la vieja escuela -aunque sea aún joven- no
comprende que las cosas han cambiado y piensa que todavía cabe estirar más el
tiempo pasado, en el que forjó su carrera y ganó posiciones en el partido,
seguir con los modos y maneras que le hicieron llegar a tener éxito y ocupar un
puesto cada vez más alto en las listas electorales. Quizá, incluso, ha tenido
antes responsabilidades de gestión y es, por lo tanto, uno de los causantes del
estado de deterioro. Cuenta, además, con la pasividad tradicional de la mayor
parte de la población que ha aguantado los primeros tiempos de la crisis
pensando que las cosas mejorarían pronto para volver a la situación anterior y,
después, actuando con cierto temor a perder lo poco o mucho obtenido antes de
la crisis. Hay estrategias diseñadas por los asesores de los políticos que
contemplan estas situaciones. Pero cuando la crisis se prolonga en el tiempo y
no se ve la luz al final del túnel, cuando el número de afectados por la crisis
aumenta y los sectores implicados son cada vez más, surge el problema.
España
lleva demasiado tiempo metida en la bronca política, incluso en épocas de
bonanza. Esta crispación que han usado como estrategia los partidos políticos
para desacreditar al contrario cala fácilmente en la sociedad y se vuelve ahora
contra ellos. Y la sociedad española está crispada porque ve que no se reduce
eficazmente el paro, que los puestos de trabajo que se crean son muy frágiles,
que lo salarios han caído y todo es más caro. Los políticos -y con ellos la
mayoría de los medios de comunicación con ganas de ganar cuotas de audiencia-
no han sabido dar ejemplo de diálogo y de gestión eficaz y rápida para
solucionar los problemas y se han dedicado a prolongar una situación que es la
culpable de la crisis. De hecho, la mayoría de nuestras instituciones están
regidas hoy por políticos que tuvieron responsabilidades y ocuparon cargos en
la época del despilfarro, la corrupción y los enormes problemas de déficit. No
son, por lo tanto, creíbles para una ciudadanía que ya los mira con
escepticismo y cuestiona cada una de sus decisiones, incluso las más inocentes
y voluntariosas. Más aún si estas decisiones son torpes y no encuentran el
consenso adecuado.
Una
de las consecuencias del Movimiento del 15 de Mayo, que algunos
se dedicaron a desprestigiar con fáciles tópicos, tildar de infructuoso y dar
por muerto rápidamente, fue la evidencia de que los ciudadanos podían
organizarse eficazmente al margen de las organizaciones tradicionales. Aquel
movimiento ha supuesto un impulso al movimiento vecinal y un salto gracias a
Internet. Han surgido plataformas cívicas, se han impulsado medidas
legislativas a partir de la recogida de firmas, se han organizado grupos de
apoyo en barrios marginales, etc. Basta con repasar la prensa española de los
últimos meses para recoger decenas de ejemplos. No estamos ya ante la algarada
o la acción espontánea tradicional, sino ante un frente de acción ciudadana
creciente en el que se incluyen personas con apenas formación pero mucha
vocación junto a titulados universitarios y profesionales con altos
conocimientos de informática o idiomas.
El
político tradicional, aunque sea joven, tiende a despreciar estos movimientos,
a no verlos, a no tenerlos en cuenta. En el peor de los casos porque no los
comprende, porque no los considera parte de la democracia institucionalizada en
los partidos políticos y el asociacionismo clásico. Suele usar argumentos
falsos democráticamente como aducir que él tiene más votos, que él ganó las
últimas elecciones y está legitimado para llevar a cabo su acción de gobierno
sean cuales sean las circunstancias. El político tradicional, aunque sea joven,
no entiende que los ciudadanos quieran participar en la vida política y busquen
cauces para hacerlo y no acepten que no se les deje participar en algo que es
parte esencial de su vida.
O
los políticos comprenden que hay que abandonar la política vieja, sus maneras,
sus discursos y sus costumbres o serán sobrepasados por las circunstancias. Y
con ellos quién sabe cuántas instituciones, partidos y organismos que hoy
parecen muy asentadas en España. O eso o se da un rápido desarrollo económico
que haga que los ciudadanos olviden esta crisis y vuelvan a adormecerse.
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