La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede la obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
(Miguel de Cervantes, Don Quijote, capítulo LVIII de la Segunda parte)
Hay
muchas formas de ser libre, tantas como formas de ser esclavo. No todas ellas
fáciles de identificar. Más allá de la necesidad de comer que nos conduce a
aceptar aquello que de otra forma nos parecería inaceptable y del drama de las
personas a las que la violencia, sea del tipo que sea, les ha afectado en la
dignidad hasta el punto de que han caído en un estado que ha colapsado su
voluntad y su pensamiento, está en las decisiones que tomamos cada día la
opción de ser libres o ser esclavos, la de comportarnos como seres humanos con
criterio propio o hacerlo de forma servil.
Debemos
aspirar a ser libres. Porque la libertad es un camino, no un final ni una
utopía. Un camino en el que hay que esforzarse a diario y transigir muchas
veces cuando se trata del respeto a los otros. Para que una sociedad sea libre
deben serlo primero sus individuos. Y que los más conscientes de esa condición
deben comenzar el camino. Sin esa conciencia de la libertad no puede haber
mejora individual ni social, no puede haber un verdadero progreso material
acorde con las necesidades del ser humano ni verdadera ciencia, porque todas
las épocas en las que la ciencia y la tecnología se han puesto al servicio de
la falta de libertad han supuesto un dolor intenso, expolios, guerras y
gobiernos criminales.
Una
gran parte de nuestra libertad proviene de la cultura. Me gustan mucho las
definiciones que de ella da el Diccionario de la Real Academia. En su segunda
acepción se trata del “conjunto de conocimientos que permiten a alguien
desarrollar su juicio crítico”. Es decir, la más pura esencia de la libertad.
Podemos ser libres gracias a la cultura y desde nuestra libertad como
individuos favorecer la libertad de toda la sociedad. Quizá por eso algunos
gobiernos aparentemente democráticos no apoyan la cultura con entusiasmo, no
invierten en este necesario alimento de todo ser humano. Cuando la cultura está
en manos de los otros, ni nosotros podemos ser libres como individuos ni la
sociedad lo es. En cualquier sociedad en la que falta la verdadera libertad hay
serviles, delatores, interesados y se respira un ambiente de opresión y control
del disidente aunque aparentemente vivamos de forma cómoda o regalada.
Debemos
ser libres, actuar como tales no sólo por nosotros. Y debemos hacerlo en el
plano real del mundo sin dejar de soñar en el horizonte aunque nunca pueda
alcanzarse. Eso ya lo sabemos y no debería provocarnos frustraciones ni
amargura ni rencor sino la alegría del camino en medio de todos los sinsabores,
temores y golpes que nos deparen la vida y aquellos que sienten miedo ante la
libertad ajena.
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