Las palabras, a veces, son fronteras que no nos atrevemos a traspasar,
siembran miedo, atan en corto, enjaulan las vidas. La palabra “imposible” es
una de ellas, hemos dejado que esa sola palabra “imposible” nos meza los sueños
hasta hacer de ellos pesadillas. Repetida hasta el vómito nos pone de rodillas:
“imposible” erradicar el hambre en el mundo, “imposible” la paz completa, “imposible”
que haya un salario digno para todas y todos, un techo para todas las familias,
boticas para todos los enfermos, “imposible” esto y aquello y lo individual y
lo colectivo y lo solidario y lo justo y la soberanía. Lo imposible pone
piedras en el camino de la utopía, sencillamente secuestra nuestro futuro, nos
ancla en la derrota para que vivamos alegres con las migajas, con la caridad,
con apenas unos harapos, con apenas algo de abrigo.
Yo creo que la historia está llena de imposibles victoriosos, que lo
imposible es posible siempre que no se ceda un paso, y que a las palabras, a
veces, no hay que hacerles mucho caso.
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