España se rompe… hasta ahora el peso recaía
en catalanes, vascos, gallegos y otros grupos independentistas y nacionalistas
que reivindicaban la independencia, o un nuevo sistema de relación entre la
gente de este Estado, País, Reino… o lo que fuere. Pero no nos engañemos,
el gran enemigo de la solidez de España no está en estos “elementos
disidentes”, sino en lo que hace de ella un estado de injusticia, de
desigualdad, de diferencias que benefician a unos y marginan a otros, de
desajuste, de insatisfacción de la ciudadanía… Para que un Estado sea sólido,
desde la concepción democrática y la soberanía popular, ha de estar fundado en
el respeto a todos y cada uno de sus componentes, en la lealtad de sus
gobernantes, en la justicia distributiva, en el reconocimiento de las
diferencias culturales y su comprensión como complementos enriquecedores que lo
magnifiquen, en la satisfacción de sus habitantes con la estructura
organizativa del sistema y sus resultados. La argamasa que fragua una construcción
de esta dimensión es la confianza, la lealtad y la justicia social. Ello lleva
a crear la mentalidad de solidaridad social, de implicación en la buena
gobernanza y el desarrollo de programas comunes que beneficien a todos. Cuando
eso no se da, la gente acaba hastiada, desengañada, sin sentirse componente
responsable de ese Estado al que no ve como suyo.
Una de las causas más palpables de desencanto, de
desinterés por mantener esa estructura del Estado es la descomposición que se
deriva de las falacias políticas, de la mentira y la desconfianza, de la
desigualdad, como ya he dicho, y de sentirse usado para el enriquecimiento de
los que andan en el poder. Esa deslealtad con la ciudadanía no es solo el no
cumplir el programa por el que se les ha votado, sino el legislar, muchas veces
torticeramente, para beneficio de unos y perjuicio de otros, con leyes de
amnistías fiscal, con tolerancia a la evasión de impuestos en paraísos fiscales
mediante subterfugios de la llamada ingeniería financiera, etc. es el atentado
más grande que se pueda realizar a la unidad de un país. Pero si hay algo que
colma el vaso es que los propios políticos de turno se enreden en esas
prácticas, que los que dicen defender los intereses de la ciudadanía se vean
implicados en negocios fraudulentos, en abusos de autoridad, practicando la
corrupción, el nepotismo que beneficie a sus amiguetes, y un sin fin de actos
sospechosos de utilizar la administración pública y su representatividad para
conseguir prebendas y beneficios negados a la gente normal. Los beneficios del
político, a veces escandalosos, en el trato del propio Estado respecto a la
ciudadanía normal, lleva a pensar que se consideran dueños del cotarro, cuando
son sujetos depositarios, por delegación, de la soberanía de su pueblo.
A algunos no se les cae la cara de
vergüenza, incluso se permiten defenderlos desde la presunción de inocencia,
algo muy importante, pero poco aplicable al compromiso político que se
fundamenta en la confianza y no en la ley, no se les cae la cara, digo, y se
permiten defender lo indefendible, ocultar lo inocultable, eliminar pruebas,
ocultando sus dineros en paraísos fiscales, manipulando la opinión pública
desde la tergiversación de la verdad con discursos cínicos que atrapan a sus
hooligans en una irracionalidad borreguil de rebaño sometido al pastor o líder.
Es cierto que debe haber políticos honrados, eso no lo dudo, pero están
callados cuando se trata de denunciar las tropelías de los suyos. Lo curioso es
que muchos de los que se han prodigado en las denuncias de la corrupción de
otros partidos, hablando de ética, de moral, etc. han resultado implicados en
casos escandalosos de abuso.
Cuando se ven estas cosas, o sea, que
aquellos que deberían conducir al país hacia la recuperación económica pagando
sus impuestos e invirtiendo sus dineros en la creación de empleo de calidad
para beneficio del colectivo social, acaban evadiendo esos dineros y buscando
subterfugios de ingeniería financiera para escabullir sus impuestos, es normal
que al pueblo llano se le quiten las ganas de defender un sistema que no es
defendible con estas conductas y que no se sienta identificado con el mismo.
Si España se rompe, se rompe por el
desafecto que provocan estas conductas de los más pudientes mientras se
persigue al pequeño contribuyente. Solo con una regeneración ética, con la
salida de los grupos que han contaminado e infectado el sistema, se podrá
volver a conseguir un estado de cosas que facilite el reencuentro de todos en
un nuevo proyecto de futuro. El problema es que ese proyecto de futuro puede
que encuentre demasiados palos en las ruedas para progresar, dado que los
medios y el sistema en su totalidad ya está contaminado y condicionado por el
lastre de esa corrupción, potenciada desde intereses económicos ocultos
centrados en el beneficio empresarial y del mundo financiero, y no en el
desarrollo orientado a la sociedad en su conjunto.
Pero volviendo al tema inicial, el
único grupo o tendencia social que defienda el Estado del Bienestar contra la
agresión del capitalismo salvaje, será aquel que consolide el sistema de
solidaridad y justicia social, que potencie los valores democráticos de
participación ciudadana, que defienda una educación de personas libre y con
capacidad de discernir, gente responsable e implicada en que las cosas
vayan en su justa dirección… los antisistema que quieren cargarse el Estado son
aquellos que pretenden adueñarse de él para su propio beneficio, desmontando
los derechos adquiridos a lo largo de tantos años de lucha y concienciación de
los pueblos.
En este caos, con un río tan revuelto,
están los pescadores hurgando con sus cañas. Si consiguen que los líderes sean
corruptos, que se desconfíe de los políticos en general, que la ética, moral y
honra de estos sea cuestionada sistemáticamente, acabaremos por desestructurar
el Estado y, sin esta argamasa, se derrumbarán sus muros y caerá como un
castillo de naipes. Yo creo que de eso se trata. Si dejamos la política en
manos de determinada gente estaremos condenados a la debacle. Pero si somos
exigentes y se le retira el voto de manera fulminante a quienes han ejercido o
caído en las garras de la corrupción y el “malhacer”, podremos evitar que esto
se desmorone. El problema es que siguen existiendo los hooligans irreductibles
y cegatos incapaces de la menor autocrítica y con una lealtad a prueba de
bombas, o de corrupción, a sus partidos. Estos son los que ven la paja en
el ojo ajeno y no la viga en el propio, los que andan argumentando el “y tú
más” como si un delito pudiera justificar el otro.
Cualquier ciudadano que milite en un
partido político debería exigir la mayor limpieza y claridad en su partido,
además de denunciar la porquería que se da en los otros. Pero no olviden que
uno puede limpiar el cuarto que habita y exigir a los demás que hagan lo propio
desde su reluciente ejemplo. Y ahora, párense a pensar en la cadena de casos
que nos inundan, que nos desaniman e indignan, en la corrupción sistemática que
se da en determinados partidos con su peculiar forma de ejercer el poder. Indudablemente
los más afectados son los que han tocado o tocan poder.
Sabemos que la corrupción no se
erradicará nunca pero también sabemos que solo se podrá controlar con leyes
capaces de disuadir al político delincuente que se dé a ello. Estamos en un país
de pícaros, ya se sabe aquel dicho: “No me des dinero, ponme donde haya”.
Esto no tiene arreglo si no se da un
vuelco total que garantice una democracia real desde la capacitación de la
gente y la educación en principios y valores que la sustente. Pero… ¿A quién,
de los que ejercen el poder, le interesa eso? La gente formada es peligrosa,
exigente, rebelde y crítica. Es más fácil de manipular y someterla cuanto más
mediocre y menos capacitada para pensar, cuando se ha logrado que deleguen en
los dirigentes por sentirse incapaces de discernir qué es lo que interesa y qué
políticas serían las adecuadas para conseguir un Estado decente.
En fin, amigos y amigas, seguiremos
viendo en la tele el chorreo diario de casos de corruptos que nos lleven a la
desilusión y hagan tambalearse las cosas sin alternativas fiables. Ahora solo
nos queda que los políticos aprenda de una vez a leer lo que les ha dicho el
pueblo con su voto; si no lo entienden no son políticos del pueblo sino que
andan impregnados por intereses personales o de otros grupos de influencia.
¿Cambiaremos el cinismo por la honradez en el mundo de la política, o
seguiremos jaleando a los nuestros y perdonándoles todo exceso por ser de los
nuestros? Yo le pediría a la sociedad civil que no permitan que esta gente
rompa España, o lo que es lo mismo, que no nos arrebaten los derechos que
conforman la argamasa que consolida el Estado del Bienestar compartido.
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