Una
de las consecuencias de los tiempos de crisiscomo los actuales es que llega un
momento en el que las formas tradicionales en la política, las que han
conducido la situación hasta el momento crítico, se hacen insoportables para la
ciudadanía. El político entrenado en la vieja escuela -aunque sea aún joven- no
comprende que las cosas han cambiado y piensa que todavía cabe estirar más el
tiempo pasado, en el que forjó su carrera y ganó posiciones en el partido,
seguir con los modos y maneras que le hicieron llegar a tener éxito y ocupar un
puesto cada vez más alto en las listas electorales. Quizá, incluso, ha tenido
antes responsabilidades de gestión y es, por lo tanto, uno de los causantes del
estado de deterioro. Cuenta, además, con la pasividad tradicional de la mayor
parte de la población que ha aguantado los primeros tiempos de la crisis
pensando que las cosas mejorarían pronto para volver a la situación anterior y,
después, actuando con cierto temor a perder lo poco o mucho obtenido antes de
la crisis. Hay estrategias diseñadas por los asesores de los políticos que
contemplan estas situaciones. Pero cuando la crisis se prolonga en el tiempo y
no se ve la luz al final del túnel, cuando el número de afectados por la crisis
aumenta y los sectores implicados son cada vez más, surge el problema.
España
lleva demasiado tiempo metida en la bronca política, incluso en épocas de
bonanza. Esta crispación que han usado como estrategia los partidos políticos
para desacreditar al contrario cala fácilmente en la sociedad y se vuelve ahora
contra ellos. Y la sociedad española está crispada porque ve que no se reduce
eficazmente el paro, que los puestos de trabajo que se crean son muy frágiles,
que lo salarios han caído y todo es más caro. Los políticos -y con ellos la
mayoría de los medios de comunicación con ganas de ganar cuotas de audiencia-
no han sabido dar ejemplo de diálogo y de gestión eficaz y rápida para
solucionar los problemas y se han dedicado a prolongar una situación que es la
culpable de la crisis. De hecho, la mayoría de nuestras instituciones están
regidas hoy por políticos que tuvieron responsabilidades y ocuparon cargos en
la época del despilfarro, la corrupción y los enormes problemas de déficit. No
son, por lo tanto, creíbles para una ciudadanía que ya los mira con
escepticismo y cuestiona cada una de sus decisiones, incluso las más inocentes
y voluntariosas. Más aún si estas decisiones son torpes y no encuentran el
consenso adecuado.
Una
de las consecuencias delMovimiento del 15 de Mayo, que algunos
se dedicaron a desprestigiar con fáciles tópicos, tildar de infructuoso y dar
por muerto rápidamente, fue la evidencia de que los ciudadanos podían
organizarse eficazmente al margen de las organizaciones tradicionales. Aquel
movimiento ha supuesto un impulso al movimiento vecinal y un salto gracias a
Internet. Han surgido plataformas cívicas, se han impulsado medidas
legislativas a partir de la recogida de firmas, se han organizado grupos de
apoyo en barrios marginales, etc. Basta con repasar la prensa española de los
últimos meses para recoger decenas de ejemplos. No estamos ya ante la algarada
o la acción espontánea tradicional, sino ante un frente de acción ciudadana
creciente en el que se incluyen personas con apenas formación pero mucha
vocación junto a titulados universitarios y profesionales con altos
conocimientos de informática o idiomas.
El
político tradicional, aunque sea joven, tiende a despreciar estos movimientos,
a no verlos, a no tenerlos en cuenta. En el peor de los casos porque no los
comprende, porque no los considera parte de la democracia institucionalizada en
los partidos políticos y el asociacionismo clásico. Suele usar argumentos
falsos democráticamente como aducir que él tiene más votos, que él ganó las
últimas elecciones y está legitimado para llevar a cabo su acción de gobierno
sean cuales sean las circunstancias. El político tradicional, aunque sea joven,
no entiende que los ciudadanos quieran participar en la vida política y busquen
cauces para hacerlo y no acepten que no se les deje participar en algo que es
parte esencial de su vida.
O
los políticos comprenden que hay que abandonar la política vieja, sus maneras,
sus discursos y sus costumbres o serán sobrepasados por las circunstancias. Y
con ellos quién sabe cuántas instituciones, partidos y organismos que hoy
parecen muy asentadas en España. O eso o se da un rápido desarrollo económico
que haga que los ciudadanos olviden esta crisis y vuelvan a adormecerse.
Solemos decir o escuchar con mucha frecuencia que el miedo es libre.
Como si por sí mismo, el miedo, decidiera dónde instalarse, en qué cuerpo o en
qué ideas o en qué circunstancia determinada, como si el miedo fuera anárquico,
desobediente, caprichoso. Sin embargo yo pienso que el miedo es de todo menos
libre. Obedece órdenes precisas, es sumiso a quienes lo fabrican y nunca, nunca,
muerde la mano de sus amos. El miedo se incrusta en el tuétano de la vida, se
cuela a sorbos o de un trago y paraliza a quien lo tiene. Casi todos los miedos
son interesados, sirven para someter, para silenciar, para humillar, para
dejarnos bien atados: El miedo de la mujer al hombre que la pega, el de los
pueblos al hambre o a la guerra, el de los refugiados a no encontrar quien los
proteja, el de los necios a que se les llenen las casas de extranjeros, el de
quedarnos sin jubilación, sin casa, sin empleo. El miedo a saber, a la memoria,
a los recuerdos, al mañana sin sueños.
El jodido miedo que nos esclaviza hace muy bien su trabajo, se gana su
jornal sucio, triunfa oscureciendo los deseos. Por esto digo que a mi no me
parece libre, me parece un tirano, un déspota servil, un asalariado ruin y
peligroso que hace el trabajo más sucio de la humanidad: es el verdugo de
cualquier victoria.
Predicar es defender o extender una doctrina o unas ideas, haciéndolas
públicas o patentes. Es pronunciar un discurso o un sermón de supuesto
contenido moral. También tiene una acepción en la que dice aconsejar o
reprender a una persona, amonestándole o haciendo observaciones para
persuadirle de algo.
Todo esto y más es lo que hace el predicador, una figura muy extendida
en estos tiempos (probablemente a estas alturas ya todos tengamos a varios en
mente) Habitualmente, un predicador necesita de un púlpito para hacerse oír y,
de eso, hoy en día vamos muy sobrados. En la época de la interconexión, de la
información (o desinformación según se mire) cualquiera es susceptible de
convertirse en predicador. Desde el Gobierno,la
Iglesia,la Patronal, los medios
de comunicación, la cúpula del partido, el comité de empresa… pero también en
la asamblea de tu colectivo, en tu grupo de amigos, en cualquier página de
Internet… Muchos son los que sienten la necesidad de predicar la verdad, su
verdad.
Desconfía del predicador que se atribuye una superioridad moral y/o
intelectual para explicarte cómo funciona el mundo y en qué nos hemos estado
equivocando, que asegura ser el portador de todas las respuestas y conoce todos
los hechos habidos y por haber.
Desconfía del predicador que sabe en cada momento qué es lo que debes
hacer, cómo debes pensar y cómo tienes que sentirte al respecto.
Desconfía del predicador que se sitúa a sí mismo como ejemplo a seguir,
como faro intelectual o espiritual en un mundo de penumbras peligrosas.
Desconfía del predicador que afirma conocer la solución a tus problemas
pero jamás se detiene a preguntar por ellos puesto que sus razonamientos son
infalibles y carece de sentido el tener que apoyarlos en nada que no sean sus
propias teorías.
Desconfía del predicador que se erige como el guardián de una teoría, la
única, capaz de hacer realidad la salvación de la humanidad; que se atribuye la
potestad de señalar a los que cumplen los preceptos de forma ortodoxa y a los
que no son más que falsarios vendedores de humo cuyo único propósito en la vida
parece ser reventar el inevitable triunfo de la verdadera teoría.
Desconfía del predicador que utiliza todos los medios a su alcance para
bombardear intelectualmente, desconfía de mí. Lo que escribo es fruto de mis
reflexiones y mis vivencias y, probablemente, sólo me sirva a mí en el mejor de
los casos. Desconfía y que esa desconfianza te lleve a la duda y a la necesidad
de reflexionar y experimentar, en definitiva a vivir. No rechaces sin más al
predicador porque eso te lleva a convertirte en uno más que se dedica a
replicar y repetir consignas y opiniones que carecen de sentido si no van
acompañadas de la práctica en la vida cotidiana. Predicar es fácil, cualquiera
puede hacerlo (yo mismo sin ir más lejos) y en una época en que el espectáculo
es lo que prima la figura del predicador gana adeptos a cada segundo
convirtiéndonos en meros hinchas fanáticos de uno u otro. Lo complicado es
acompañar con hechos a las palabras. La coherencia entre lo que pensamos,
sentimos y hacemos es la única manera de transitar por esta vida con un mínimo
de certidumbre acerca de nuestro camino. Cuando esto sucede, sobran los
predicadores. Hechos y palabras son necesarios pero siempre que caminen a la
par.
Ponemos el hambre, todas las hambres posibles. El hambre seca de
territorios esquilmados y desérticos, el hambre opulenta de los campesinos que
trabajan para nunca alimentarse, el hambre de los arrabales donde la pelea es
encontrar antes que otros un pedazo de pan.
Ponemos las pobrezas, todas las pobrezas. La harapienta, la de los
trabajadores que también son esclavos, la de los endeudados que se asfixian,
mes a mes, la de los jubilados que mueren precarios.
Ponemos el silencio. La palabra está entre rejas. Mover los labios ya es
delito, en las calles, en las canciones, en los poemas.
Ponemos la asfixia, nuestros pueblos humean aire purulento, nuestros
ríos son vertederos, nuestros mares guardan en su barriga toda la podredumbre
del consumo desbocado.
Ponemos las enfermedades. La guerra es no sólo contra los países donde
abiertamente discurre la sangre, no sólo. Es contra nuestros derechos, contra
todo intento de justicia, contra todo esfuerzo por dulcificar las vidas.
Un mundo aterrado y aterrador. Y huye la humanidad, huye, huye… hacia
ningún sitio. Mañana ya será tarde. La noche se esparce inquieta.
A veces el mundo nos
parece oxidado y viejo, como si nunca hubiera cambiado en lo sustancial. Soy de
los que piensan que el mundo es mejor que hace un siglo o dos o tres mil años,
que la justicia es más igualitaria, que la cultura se ha extendido como nunca,
que las posibilidades de mejorar de vida son muy superiores a lo que ocurría en
otras épocas, que hay más libertad y más posibilidades de que cada individuo
tome sus decisiones. A veces puede no parecernos esto porque estamos más
informados que nunca, porque las posibilidades de intervenir para evitar
desigualdades o guerras nos resultan tan evidentes que nos desilusiona como
nunca que no se logre, también porque somos más conscientes de los peligros que
nos acechan y de las intenciones de quienes quieren que no sea así. Vemos con
más claridad que nunca la actuación de los poderosos y los comportamientos que
nos llevan a actitudes serviles o de neoesclavitud. Pero todo ello es porque
desde hace siglos hemos construido unos conceptos en los que creemos y que han
empujado el mundo hacia el lado correcto de las cosas, el de la tolerancia, la
igualdad y la justicia social. Pero este camino es lento dado que los intereses
que controlan el mundo financiero y los poderes políticos locales siguen
llenándolo de trampas en las que muchas veces caemos porque se ha generado
dentro de nosotros el egoísmo o un estado confortable de vida que confundimos
con la libertad. Casi siempre prevalece ese egoísmo que convierte nuestro dolor
por el sufrimiento ajeno o la desigualdad en un estéril gesto frente al
televisor o en la barra de la cafetería. Como somos más conscientes de nuestra
propia hipocresía nos duelen más las desigualdades y las muertes violentas pero
casi nunca actuamos. A veces consideramos que el mundo debería cambiar
bruscamente, de la noche a la mañana, en el sentido que vemos tan claramente y
cuando no sucede nos decepcionamos hasta la rabia. Este desequilibrio es
antiguo pero deberíamos volver siempre al camino lento, al ejercicio constante
pero no bronco ni sectario, que ha conducido al mundo a la posibilidad de
extender como nunca los mejores valores del ser humano. Pero siempre con el ojo
alerta porque frente a nosotros siempre encontraremos a quienes quieran controlar
al resto e imponerle su forma de pensar o su mercancía. El mundo globalizado ha
traído formas muy sutiles de dominio sin la necesidad de enseñar las armas pero
también la forma de combatirlas.
¡Qué ingenuos fuimos al esperar un cambio tras
esta crisis salvaje que nos zarandea!
El capitalismo gansteril en
palabras de Susan Sontag, que hizo de la codicia un credo y traspasó
todos los límites, ha estado agazapado en un silencio disfrazado de
arrepentimiento. Ahora ha vuelto robustecido. Sólo ocultaba su desvergüenza.
Pidió un paréntesis en sus leyes de mercado y se subió al carro de lo público
para recibir millones de euros que no han servido para reactivar la economía,
sino para mantener escandalosos sueldos de banqueros. Su dinero estaba seguro
en paraísos fiscales. El nuestro estaba más cerca. Podían usarlo para sanearse.
Los que pagamos religiosamente impuestos hemos garantizado la curación de sus
males.
Los mismos organismos financieros que ignoraron,
cuando no ocultaron, la tempestad que se avecinaba marcan de nuevo nuestro
camino con las mismas recetas que nos llevaron a la UVI. Las mismas agencias de
riesgo inútiles, que nunca avisaron del desastre financiero, se permiten ahora
calificar nuestra solvencia. ¿Por qué fiarse ahora de todos ellos?
Proponen no cambiar de rumbo ¿Qué rumbo? ¿Que sigan mandando los mercados y
obedeciendo los gobiernos y los trabajadores? ¿Que las libertades sigan
aplastadas? ¿Que losderechos civiles agonicen?
Crece la sospecha de que somos pequeñas
hormiguitas zarandeadas por un vendaval especulativo que se lucrará, sin duda,
a nuestra costa. Los grandes tiburones financieros atacan a dentelladas cuando
huelen sangre y debilidad. Se conocen entre ellos y saben que si se ataca a un
país sufren sus bancos. La economía que nos gobierna es una leve flor que se
marchita al menor soplo de duda. El dios mercado nos ha puesto contra las
cuerdas y el poder político vuelve a ser rehén del económico. Como siempre ha
sido.
Impondrán su ley. No se va a acabar con los
paraísos fiscales donde está oculto el dinero que nos hace tanta falta. Me temo
que no se atreverán con las SICAV (empresas de ricos que evitan que paguen al
fisco como pagan los más pobres), ni con el fraude fiscal: en España, la renta
media declarada por los empresarios es inferior a la declarada por los
trabajadores. Milagro de las finanzas. Además, el Gobierno en funciones se
comporta de modo irresponsable, como un enemigo de sus gobernados y lacayo a
lasórdenes de Alemania y de sus intereses. Bruselas
exige a España un ajuste de 10.000 millones hasta 2017. No es de patriotas
ayudar a hundir el barco mientras ellos se mantienen a flote. Dar tortas en la
cara del país y llevarnos al desastre para mantenerse en el poder parece un
precio excesivo. Porque pagarán los trabajadores. Pagarán los más débiles.
Ellos permanecerán al margen. Sus sillones y sus puertas giratorias les
aseguran un futuro plácido.
La ciudadanía tiene derecho a pedir sensatez y
responsabilidad. Ahora hay una oportunidad para dar un golpe de timón valiente
y paliar en lo posible la dictadura del dinero. Para fraguar un pacto urgente
en época de urgencia que empiece a enderezar el rumbo perdido. Para que el
naufragio de los derechos no se consume. Para que los recortes no sean el
mantra que oculta el saqueo de lo público. Para que la decencia se salve. Para
que vuelva la esperanza perdida. Para que la democracia no sea sólo una palabra
vacía. Pactar, dialogar, ceder, apartar del poder al Partido Popular, el primer
partido de la democracia imputado por un juez, infestado de corruptos,
atrincherado en sus cuarteles a la espera de ver pasar el cadáver del enemigo.
Hacerlo y avanzar en nombre del bien de todos será la prueba de que tenemos
unos políticos dignos, unos políticos a la altura de estos tiempos difíciles.
Si no lo hacen, demostrarán que nunca merecieron el voto de quienes confiaban
en ellos para acabar con esta sutil dictadura del dinero, con la corrupción, con
la siega de derechos, con la manipulación. Demostrarán que sus palabras estaban
vacías y sólo eran una manifestación más de la mentira para captar el voto.
La ciudadanía ha votado dos veces y se lo ha dicho
claro: pónganse de acuerdo contra quienes nos traído aquí. No es soportable más
tiempo esta falta de ética en quienes nos gobiernan. No tienten la suerte
propiciando nuevas elecciones. Han dejado escapar ya una oportunidad. Dos serán
demasiadas. Valentía, sensatez y coraje son hoy más que necesarios. Sean
valientes, no tanto por su dignidad como por la de un país que se lo demanda a
gritos. Nos jugamos, más que nunca, nuestro futuro. Nunca perdonaremos que
dejen que se consume la infamia.
Es bueno, varias veces al día, alejarse del
ruido, de todo ruido. Incluso del interno. No argumentar, ni pensar siquiera,
pero hacerlo en silencio para gozar de la libertad propia. Como contemplar la
leve deriva de una hoja verde sobre el agua del pilón de una fuente.
Hay una frase célebre que mucha gente le atribuye a Voltaire:”Estoy en desacuerdo con lo
que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Esa forma altruista de defender la existencia del diferente y su
derecho a expresar esas diferencias aunque no se esté de acuerdo con ellas,
dignifica al ser humano. Tú puedes ser diferente y, aunque yo difiera de tus
ideas, de tu forma de ser, has de saber que apoyaré tu derecho a ser y pensar
así al amparo del mismo valor con que exijo ser respetado yo. Lo único que no
soportaré será que intentes imponerme tus ideas o tu forma de vivir a mí por
obligación.
Por tanto, desde mi heterosexualidad nunca discriminaré a los sujetos
por su orientación sexual.
No debemos olvidar que todavía existen lugares donde la homofobia se
cultiva y se fortalece desde la misma ley. Existen países donde se castiga
hasta con la muerte el ser homosexual, donde se les maltrata, apalea y margina
Todo esto lo traigo a colación por la celebración el domingo pasado
del día del orgullo gay. En el mismo se hizo un homenaje a Federico García Lorca, nuestro gran poeta universal que fue
asesinado por los seguidores del movimiento que se alzaron contra el gobierno
de la II República en 1936.
Sin entrar a valorar los niveles de histrionismo que se dan en estos
casos tan cargados de espectáculo y jolgorio en sus desfiles, quiero hacer
algunas apreciaciones sobre la grandeza de los seres humanos sean o no de una u
otra tendencia sexual, aprovechando la alusión a Lorca.
Permitidme que os recuerde queFederico García Lorca fue
un gran poeta, dramaturgo y prosista, también conocido por su
destreza en muchas otras artes como dibujo, música, etc. Adscrito a la llamada
Generación del 27, es el poeta de mayor influencia y popularidad de
la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo, se le
considera una de las cimas del teatro español del siglo XX,
junto con Valle-Inclán y Buero
Vallejo; creativo, innovador, preocupado por la cultura, la
libertad y el desarrollo del conocimiento de los seres humanos. Participó en
programas de alfabetización rural, yendo a los pueblos a difundir el
conocimiento, la lectura, el teatro y a enseñar a la gente a leer y escribir.
Una luz literaria como esta se apagó a manos de unos sujetos rabiosos,
descerebrados y violentos, de cuya incultura, ignorancia, rudeza e instinto
asesino solo se pueden esperar estos resultados. Estos gaznápiros, que
acumulaban entre sus valores todos los calificativos afines a este vocablo,
incluido los dememos e imbéciles, presumieron de haberle
dado muerte por rojo y maricón. Uno, incluso, declaró haberle dado dos tiros:
uno en la cabeza por rojo y otro en el culo por maricón.
Si se pone en un platillo de la
balanza a Federico y en otro a sus asesinos, esta sociedad y todas las
sociedades cultas del mundo, condenarán a los asesinos por haber privado a la
humanidad de una figura creativa y enriquecedora como la del poeta. La única
trascendencia que tendrán sus asesinos para la historia será esa, la de haber
matado y despojado a este país de una de las figuras más importantes del siglo
XX.
He aquí un claro ejemplo del
valor de las personas sin distinción de orientación sexual. Federico,
homosexual y creativo muestra un valor incomparable que enriquece la literatura
española y mundial. Los otros machistas y hombres de pelo en pecho, son
asesinos y ceporros que matan la cultura y el conocimiento para seguir dejando
en la ignominia al pueblo llano.
Los seres humanos somos todos
iguales sin distinción de raza, credo, género, ideología o tendencia sexual; al
menos así debería ser.
Nunca
dejaremos de sorprendernos de los comportamientos que algunos de quienes
enfáticamente se consideran defensores de los intereses generales de la
sociedad adoptan para, amparándose en ellos, encauzar buena parte de sus energías y desvelos al incremento obsceno de
su peculio personal. Son la gangrena de la democracia. “No os fiéis
de los que se proclaman a todas horas preocupados por lo que al común afecta.
Esos son los más sospechosos de barrer en exclusiva para su casa”.Con estas palabras, Arturo Barea
advertía de la propensión de los voceros a simular con palabras hacia la
galería la perversión de sus tejemanes ocultos a favor de sus intereses. Pero
no siempre es así. Hay algunos, y de ellos bien se sabe en España, que no se
recatan en justificar su dedicación a la política movidos por el afán, no
ocultado, de “forrarse”.
Abiertamente o con disimulo, las noticias que proclaman la dimensión de los
escándalos detectados en el ejercicio del poder han dejado de ser sucesos
esporádicos para convertirse en el pan nuestro de cada día. La ciudadanía asiste,impávida, desconcertada y rabiosa a la
vez, al espectáculo de la “política
rentable”, es decir, de la labor llevada a cabo por los que se
aprovechan de la coyuntura de ser alguien en ese mundo de las decisiones con
trascendencia social para sacar beneficio particular de una labor que nunca
creerán suficientemente recompensada.
Aunque existen, desde luego, políticos honestos, noes el aprovechamiento del cargo para
fines privados un caso excepcional. Se trata de un fenómeno globalizado al que
no se le ven fronteras y que no causa rubor alguno a sus protagonistas,
habituados a adoptar la estrategia de aguantar el chaparrón hasta que amaine,
pues acaba amainando, o seguir el consejo, tan frecuentemente asumido por los
carentes de escrúpulo, de que “la
mejor defensa siempre es un buen ataque”.
En España son numerosos los maestros en
el arte de aplicar este principio,de
tirar balones fuera, de acusar al contrario de lo mismo y, lo que es más grave,
de imputar al sistema la existencia de los mecanismos de control que permiten
poner en evidencia este tipo de prácticas y sancionarlas.Del cinismo en las posturas se ha pasado a la agresión sin rubor contra
el que descubre los comportamientos corruptos. Ese es el adversario a
abatir, ya sea juez o policía cumplidores de su deber. Todo vale con tal de
asegurar la impunidad, pues los mismos recovecos del sistema acabarán
descubriendo que siempre puede haber alguien muy amigo en el ámbito dela Justiciapara el que la confusión entre lo
público y lo privado no existe mientras ocupe bolsillos diferentes.
Ayudar es, en principio,propio de mentes y actitudes solidarias,
altruistas.Son muchos los
que, carentes de medios o en una situación trágica, necesitan en un determinado
momento ser ayudados, pues es la única manera de superar una situación crítica
y de lograr, mediante su esfuerzo, capacidad e inteligencia, ese nivel que les
permite adquirir autonomía propia y campar por sus fueros. Es la ayuda sincera
y generosa, a la par que circunstancial y no indefinida.
Pero cuando la ayuda es un mero paliativo, que se concede con
el fin de aliviar un problema estructural o de intensificar los lazos y
dependencias que unen a quien la recibe respecto del que la da, es evidente que
las cosas cambian. Disfrazada de filantropía, y con la envoltura de la buena
voluntad y de la generosidad desinteresada,la ayuda elude el corazón mismo, el
fundamento real, de las causasque
la justifican. No las resuelve, simplemente las mitiga, cuando no las
elude, lava la mala conciencia y, a la postre, explica la dilación en la puesta
en marcha de medidas realmente correctoras de la necesidad, que no cesa de
agravarse.
No se convierte así la necesidad
en virtud, sino en pesada losa. Es pura y simplementeel resultado de una grave situación estructural,motivada por reglas del juego
diseñadas al servicio de los que ayudan y cuya gravedad se agudiza al compás de
esa especie de "quiero y no puedo"
en que parecen instalados quienes a la par que envían sus aportaciones
económicas y sus consejos, y de ello bien que presumen, hacen bien poco o,
mejor aún nada, cuando de corregir los factores que explican la agudización de
las necesidades, que obligan a ayudar, se trata. Y todo ello sin pasar por alto
las situaciones en que sus pretendidos efectos se ven condicionados por la corrupción
o por el mal uso de quienes la gestionan o, por desgracia tan a menudo, de
quienes la reciben.
Las palabras, a veces, son fronteras que no nos atrevemos a traspasar,
siembran miedo, atan en corto, enjaulan las vidas. La palabra “imposible” es
una de ellas, hemos dejado que esa sola palabra “imposible” nos meza los sueños
hasta hacer de ellos pesadillas. Repetida hasta el vómito nos pone de rodillas:
“imposible” erradicar el hambre en el mundo, “imposible” la paz completa, “imposible”
que haya un salario digno para todas y todos, un techo para todas las familias,
boticas para todos los enfermos, “imposible” esto y aquello y lo individual y
lo colectivo y lo solidario y lo justo y la soberanía. Lo imposible pone
piedras en el camino de la utopía, sencillamente secuestra nuestro futuro, nos
ancla en la derrota para que vivamos alegres con las migajas, con la caridad,
con apenas unos harapos, con apenas algo de abrigo.
Yo creo que la historia está llena de imposibles victoriosos, que lo
imposible es posible siempre que no se ceda un paso, y que a las palabras, a
veces, no hay que hacerles mucho caso.
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede la obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
(Miguel de Cervantes, Don Quijote, capítulo LVIII de la Segunda parte)
Hay
muchas formas de ser libre, tantas como formas de ser esclavo. No todas ellas
fáciles de identificar. Más allá de la necesidad de comer que nos conduce a
aceptar aquello que de otra forma nos parecería inaceptable y del drama de las
personas a las que la violencia, sea del tipo que sea, les ha afectado en la
dignidad hasta el punto de que han caído en un estado que ha colapsado su
voluntad y su pensamiento, está en las decisiones que tomamos cada día la
opción de ser libres o ser esclavos, la de comportarnos como seres humanos con
criterio propio o hacerlo de forma servil.
Debemos
aspirar a ser libres. Porque la libertad es un camino, no un final ni una
utopía. Un camino en el que hay que esforzarse a diario y transigir muchas
veces cuando se trata del respeto a los otros. Para que una sociedad sea libre
deben serlo primero sus individuos. Y que los más conscientes de esa condición
deben comenzar el camino. Sin esa conciencia de la libertad no puede haber
mejora individual ni social, no puede haber un verdadero progreso material
acorde con las necesidades del ser humano ni verdadera ciencia, porque todas
las épocas en las que la ciencia y la tecnología se han puesto al servicio de
la falta de libertad han supuesto un dolor intenso, expolios, guerras y
gobiernos criminales.
Una
gran parte de nuestra libertad proviene de la cultura. Me gustan mucho las
definiciones que de ella da el Diccionario de la Real Academia. En su segunda
acepción se trata del “conjunto de conocimientos que permiten a alguien
desarrollar su juicio crítico”. Es decir, la más pura esencia de la libertad.
Podemos ser libres gracias a la cultura y desde nuestra libertad como
individuos favorecer la libertad de toda la sociedad. Quizá por eso algunos
gobiernos aparentemente democráticos no apoyan la cultura con entusiasmo, no
invierten en este necesario alimento de todo ser humano. Cuando la cultura está
en manos de los otros, ni nosotros podemos ser libres como individuos ni la
sociedad lo es. En cualquier sociedad en la que falta la verdadera libertad hay
serviles, delatores, interesados y se respira un ambiente de opresión y control
del disidente aunque aparentemente vivamos de forma cómoda o regalada.
Debemos
ser libres, actuar como tales no sólo por nosotros. Y debemos hacerlo en el
plano real del mundo sin dejar de soñar en el horizonte aunque nunca pueda
alcanzarse. Eso ya lo sabemos y no debería provocarnos frustraciones ni
amargura ni rencor sino la alegría del camino en medio de todos los sinsabores,
temores y golpes que nos deparen la vida y aquellos que sienten miedo ante la
libertad ajena.
El miedo a no hacer historia debería ponernos de acuerdo. Hay mucho
trabajo por hacer: los hambreados ni siquiera saben que lo son, los
trabajadores ni siquiera saben que lo son, los derechos han sido arrancados y
parece como que no se echan de menos aquellos tiempos donde la fuerza sindical
mantenía a raya a los dueños de nuestro tiempo y de nuestros brazos.
Mañana, seguro, otro hombre se abrasará con gasolina a la puerta de un
ministerio, otra mujer se arrojará por la ventana para no verse sobremuriendo
en la calle, otros niños mirarán el pan de otros y pensarán que la mala suerte
hizo que nacieran en el lugar equivocado, otros jóvenes marcharán lejos sin la
esperanza de un regreso, otros viejos se dejarán morir porque no hay con qué
pagarse las boticas, la luz, el agua. Otros hombres y mujeres trabajarán por
unas horas o trabajarán jornadas interminables o vivirán la incertidumbre de
los despidos fulminantes, de las condiciones infrahumanas, del “cállate” que
hay muchos esperando.
Creo que no todo está perdido, es verdad, lo decía al principio, hay
mucho trabajo por hacer, mucha alienación por destruir y no valen lamentos a
esta hora. Es tiempo de construir, poco a poco, hombro con hombro, tenazmente,
sin dejarnos embaucar una vez más por los cantos de sirena. Amarrémonos
fuertemente al mástil de la conciencia.
Cada emigrante, cada desempleado, cada trabajadora doméstica, cada
poeta, o panadero, o repartidor de propaganda o vendedora de claveles por la
calle, cada maestro o autónomo o estudiante, cada uno de ellos, de nosotros,
tiene la llave que abre la puerta de la victoria y la llave que cierra la
puerta de la explotación y de la pobreza. Hay mucho en juego, empecemos.
"Si tenemos miedo a equivocarnos, jamás podremos asumir los grandes retos"
GEORGE STEINER
Estos
días vemos cómo las formaciones políticas que han obtenido resultados
inesperados en las elecciones españolas no acaban de aceptar sus errores. ¿Será
porque en lugar de mirar hacia dentro de sí mismas se quedan absortas a ver
cómo tapan sus vergüenzas ante la contemplación exterior? El error no puede ser
punto de partida de superación, y menos de creación, si se vive como una
vergüenza que hay que negar u ocultar en lugar de verlo como un esfuerzo de
reconocimiento. Aristóteles nos dice: Si no quieres estar en política, en el
ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si
los bandidos te gobiernan". Lo malo del error es que hay muchas veces
argumentos y pruebas suficientes de que el error se puede evitar. Pero cuando
tiene lugar, ¿por qué no realizar un examen de conciencia colectivo para
enderezar los entuertos?