lunes, 24 de octubre de 2016

CANSANCIO




Cansancio, hartazgo, monotonía, soledad… diversas formas de definir la sensación que muchísima gente que cree pertenecer al culmen de la civilización humana tiene sobre su vida. Esto es lo que caracteriza a la sociedad en la que vivo, pequeño extracto de la sociedad occidental.

Los días se suceden en un eterno “día de la marmota” carente de significado. Cada cual imbuido en su dinámica que, independientemente de la que sea (laboral, familiar, social…), conduce a un inmovilismo vital que nos encierra en nosotros mismos o, en el mejor de los casos, en pequeños grupos humanos creados alrededor de una idea común que con el paso del tiempo se vacía de significado (si es que alguna vez lo tuvo) y se convierte en una mera representación social.

Nos convertimos en víctimas para nosotros mismos y frente a los demás, a los que pasamos a considerar nuestros enemigos si no son capaces de entender la gravedad de nuestra situación. Por supuesto, nosotros somos incapaces de ver que el resto está exactamente en la misma posición. El resultado de todo esto es que inmediatamente todos estamos enfrentados. Así se cierra el círculo virtuoso que posibilita una desconexión total entre iguales y, por tanto, se pierde la posibilidad de romper esta telaraña que nos oprime, ya que sin el otro es absolutamente imposible.

 ¿Cómo es posible llegar a este punto? Vivimos en una sociedad desarrollada. En ella nuestra única preocupación debiera ser poder expandir las potencialidades humanas hasta donde fuéramos capaces. Existe el conocimiento suficiente para garantizar que las necesidades físicas básicas estuvieran más que cubiertas para todo el mundo y, sin embargo, hemos creado un mundo que mata sistemáticamente a millones de personas cada año y que a otras tantas las aniquila moral e intelectualmente. Lo sabemos, vivimos de una forma que no nos corresponde, que nos es ajena pero a la que no estamos dispuestos a renunciar a pesar del dolor que nos causa y causamos.

Para paliar esto, en la medida de nuestras posibilidades, es para lo que creamos esa imagen de víctima y nos aislamos. Nos refugiamos en vidas virtuales vividas a través de las redes y la televisión. Nos repetimos las mentiras que nos venden a diario hasta convencernos de su autenticidad y poder mantenernos a salvo. Compramos su propaganda solidaria aunque sepamos de su falsedad moral con el único objetivo de conseguir que no reviente nuestra burbuja, construida con tanto esfuerzo y renuncia. Una burbuja de la que no nos atrevemos a salir porque conocemos el dolor y no queremos vivirlo preferimos la sedación diaria que nos produce nuestra soledad consumista, triste consuelo pero consuelo al fin y al cabo. Nos hemos convertido en adictos. Adictos a lo indoloro, a lo insustancial, a lo superficial, adictos a lo inhumano. Así es el mundo del que formamos parte cada unos de nosotros desde nuestra burbuja.

domingo, 16 de octubre de 2016

EL AMOR EN LOS SUEÑOS




Los amantes deambulan por los sueños. Se acercan, se miran, se rodean, se perdonan. En los sueños el amor es sobre todo tentativa y si cuaja se trata de un desafío cuya distancia no acaba de recorrerse. El amor onírico está cargado de tactos y de movimientos y de palabras que bullen inconexas, que se disuelven antes de que los cuerpos se congreguen. En ese mundo polimórfico que propicia el sueño no hay culpa ni compromiso indefinido ni mucho menos llanto. El amor de los sueños no va a ninguna parte, y en eso se parece al de la orilla consciente, y aunque ambos amores no se distinguen en algún tipo de inclemencia el del sueño hiere menos, o acaso se siente menos el dolor. No existe el amor frustrado, porque se entra y se sale del deseo con la habilidad que proporciona desdoblarse y ser incluso el que no se es. Los amantes se recuperan como tales allí donde no puede imponerse el desgaste de la vida ordinaria. El amor en el sueño goza de la sorpresa de los encuentros más insospechados y las traiciones se obvian simplemente porque se han desvalorizado. También hay algo de amor grupal en el amor que se sueña. Algo primitivo que descorre el velo de las pasiones y se hace cómplice. Algo que se ilumina desde la hoguera en el fondo de una cueva donde no se distingue quién es de quién porque nadie es de nadie. En el sueño el amante se une y se separa de la amante por un impulso más que por el deseo. En el sueño el deseo de los amantes tiene principio y se amplía y adquiere la forma de una luz que deslumbra para que no haya final. Y no hay final. En el sueño nada se ejecuta ni se consagra ni pone en peligro. Los amantes, en el sueño, extienden la palma de su mano, cierran los párpados, escuchan las dubitativas o eufóricas voces del otro, diluyen la desnudez en un ejercicio de fuga que prescinde del tiempo. Lo que se dicen es silencio, del que no quieren despertar.

POR EL PENSAMIENTO CRÍTICO




Últimamente, se habla mucho de reformismo, de redefinición y de muchos otros conceptos que vienen a reflejar cuestiones similares todas ellas referidas a la actual situación económica, social y política que se extiende por la mayor parte del globo.

Es posible que haya gente que todavía crea en una especie de capitalismo amable en el que las cosas se puedan hacer de otra manera y en el que no sea necesario que la gente muera de hambre o que el planeta muera por no poder regenerarse. Tal vez, las personas de buena fe puedan creer que lo ocurrido hasta ahora ha sido un error y que todo es debido a la falta de control y la avaricia desmesurada de unos pocos. Incluso puede haber gente dispuesta a creer que la corrupción política y su dependencia de las entidades financieras y del aparato estatal es sólo una anomalía del sistema. Rozando en lo improbable, me atrevo a afirmar que hay gente convencida de que no hace ni una década el mundo funcionaba perfectamente y que todo se ha venido abajo porque no se ha sabido poner freno a la incontrolable sed de poder de unos pocos.

A todas esas personas quiero decirles que lo siento en el alma, pero que lo que hoy sucede no es más que la lógica consecuencia de los hechos pasados y, por desgracia si no lo impedimos, el inevitable anuncio de lo que está por venir.

También quiero decirles que comprendo esa manera de pensar, yo también pensaba así (lo reconozco). Fruto de la educación amablemente suministrada por el Estado, de la continua información facilitada de manera tan “democrática” por tantísimos medios de comunicación y de un ambiente social proclive a aceptar las circunstancias con resignación. Todos nos hemos visto atrapados en algún momento de nuestras vidas en ese pensamiento mágico que nos hacía creer que vivíamos en el mejor de los mundos posibles.

No quiero aparecer como un iluminado ni nada por el estilo. Sólo quiero decir una cosa: la verdadera libertad empieza por la construcción del pensamiento crítico. Debemos ser conscientes de que nadie posee la verdad absoluta, así que debemos poner en cuestión cualquier información que nos llegue (empezando por este texto, por supuesto). Hay que intentar formarse de manera continua sin despreciar las alternativas que se nos planteen hasta poder analizarlas desde varios puntos de vista. Libros, documentales, conversaciones, webs, prensa,... Todo es válido si no nos quedamos con una sola versión. Debemos romper con la costumbre de dejar que otros piensen y analicen por nosotros, esto no es más que una imposición por parte de los ocupantes del poder.

Existen muchos frentes en los que trabajar para poder iniciar este camino hacia el pensamiento crítico y cada uno de nosotros puede aportar su granito de arena. Es necesario que todas aquellas personas relacionadas con el mundo de la enseñanza y de la comunicación pierdan el miedo al poder para poder ser libres en el ejercicio de su profesión que, seguramente, han elegido de manera vocacional. Sé que es difícil para cualquier persona romper con los esquemas preconcebidos y poner en juego su lugar de trabajo y su sustento, pero es imprescindible el cambio desde dentro de estos instituciones, que junto al entorno más cercano de cada uno de nosotros son los canales más importantes a través de los que se moldean las mentes, para poder iniciar el camino hacia la libertad de pensamiento.

El entorno. El entorno somos todos y es aquí donde no hay excusa posible. El trabajo de cada uno es absolutamente imprescindible para comprender el mundo que nos rodea y nos exprime como simple mercancía. Se hace imprescindible recuperar la sana costumbre del diálogo con nuestros semejantes para intercambiar opiniones y cuestionarnos planteamientos que considerábamos como indestructibles. Resulta necesario estar permanentemente formándonos para poder avanzar como seres humanos. Sólo de esta manera, podremos iniciar la construcción de unos pilares sólidos para la creación de una nueva manera de vivir donde el ser humano y el planeta que lo sostiene estén por encima de cualquier otra consideración. Una sociedad donde la norma sea el justo reparto de todo lo que contenga y donde no haya cabida para estructuras de poder ya que éste recaerá sobre todos nosotros.


lunes, 10 de octubre de 2016

EL SOL DE OCTUBRE



"El sol de octubre
ciñe al paisaje maduro.
Otorga a lo que vive
su plenitud de fruto".

JOSÉ HIERRO

Cuando llega el otoño y empiezan a menguar los días me gusta asomarme a la ventana, mítico ojo que me alumbra, y contemplar las puestas del sol, tan distintas y variables, tan sufridas y desconfiadas. El horizonte, donde se toca la tierra con el cielo, suele ser muy bello y en algunas ocasiones tamizado por un leve atisbo gótico, como de aquelarre goyesco. Por eso yo me asomo a la ventana a respirar las fiestas de las atardecidas de otoño y suelo dejar en la memoria fotográfica los rojos y amarillos del torbellino de luces y de sombras. Mas, para mejor fijar el temporal de brillos que percibo, me aproximo a lo que ha dejado dicho algún poeta o narrador sobre el prodigioso tránsito de los días de entretiempo, con vientos y aguaceros; con crepitar de elocuentes colores, como palabras dichas con voluntad de alas como hojas para escaparnos de la muerte.


miércoles, 5 de octubre de 2016

CULTURA DEMOCRÁTICA



No tenemos una cultura democrática sólida, pues nuestra historia se encargó de bloquear las etapas y estados democráticos en nuestra administración y gobierno. Por tanto, a la inmensa mayoría, no se nos educó en el verdadero significado de la democracia participativa. Nos cuesta comprender que la visión del otro es complementaria a la nuestra y tan digna de respeto como ella. Parece como si entráramos en una guerra con el vecindario para ver quien gana la batalla y deja en la cuneta al otro, lo que implicaría someterlo a nuestro dictado.

Tenemos el amargo bagaje de la reciente historia, donde se cultivó la moral del amo y del esclavo, del señor que mandó como clase dominante y la del esclavo o siervo, que renuncia a implicarse en las decisiones y deja en manos del señor la toma de las mismas mediante un acto de fe, lo que implica que se le permite todo y aceptamos sus explicaciones sin paliativos ante cualquier hecho injustificable. Las reminiscencias del pasado inmediato influido por tantos años de dictadura siguen presente. Se nos dijo que dejáramos la política para los políticos, que los dirigentes ya sabían gobernar pensando en nuestros intereses, pues ellos tenían mayor información y capacidad que nosotros para tomar decisiones acertadas. Se nos anatemizaron las otras ideologías, nos cargaron de prejuicios y se nos hizo patriotas a su forma: “España son sus territorios no su gente”. ¿Con esta filosofía como se puede encajar la soberanía popular? ¿Pueden los hijos del franquismo entender que un país soberano es aquel que es dueño de su destino, que elije y determina quien lo gobierna y qué políticas se aplican para ello?

A pesar de haber evolucionado en muchos casos, sigue esa idea y actitud troquelada en muchas mentes, como es natural, no todos pueden evolucionar en la misma dirección y de la misma manera, en todo caso, será en función de su capacidad crítica y de su disposición a ello. Por desgracia hay demasiado pensamiento enquistado en el pasado que no evolucionó hacia la concepción de una verdadera democracia. Tal vez sea esa una de las circunstancias que justifica la adhesión inquebrantable a un determinado partido del que nos hacemos gregarios. Adhesiones, actitudes, conductas y sentimientos de pertenencia son la argamasa que nos instala en la falta de criterio propio para obrar en libertad crítica llegando a votar a corruptos e indecentes políticos por el mero hecho de ser de nuestro partido. Lo malo es que, al no tener conciencia política y social, hacemos que los demás sufran las consecuencias.

YO ME IRÉ




Yo me iré
y aún quedarán
los escrúpulos caducados
a las puertas de las casas doradas
porque nada les importa salvo el miedo
a que les arranquen la violencia de las manos
con la violencia de los hambreados de la tierra.

Yo me iré y aun estarán los dioses y sus esclavos
arrodillando vidas con sus paraísos de fábula
porque nada les importa salvo
eternizar su codicia con  el miedo al pecado que no se perdona.

Yo me iré y aún
quedarán palomas sobre alacranes desafiando
con cada vuelo
el acoso  de sus venenos,
aún quedaran nombres propios buscando
manantiales en la existencia más yerma,
aún quedarán pueblos amaneciendo
a pesar de la noche larga en la que vivimos desde que tenemos memoria

Podré irme en paz
a la tierra o a la nada,
con mi puñado de versos
y el recuerdo dulce de los rostros
que aún hidratan la esperanza
aunque los escrúpulos  caduquen
a las puertas de las casas doradas.


martes, 27 de septiembre de 2016

SOMOS LO QUE VOTAMOS




Cuando los representantes políticos a los que votan permiten el desahucio de miles de personas o el desamparo social de otras muchas,  sus votantes deberían sentirse corresponsables de esos terribles sucesos.

Cuando una persona confía su poder a un manojo de individuos que lo usan para organizarse como una grupo jerarquizado de aduladores, que dedican su tiempo y sus esfuerzos a asegurar la propia vida del grupo y no a servir a la sociedad, esa persona debería enfrentar su responsabilidad no sólo ante los damnificados directos de ese tipo de política, sino ante la sociedad entera, que sufrirá el atraso y las mentiras de semejante estirpe.

Si lo pensamos bien, ningún español vivo ha conocido época alguna en que la política consistiera en afrontar con sensatez y humanidad el bienestar de los ciudadanos. La inmensa mayoría de los políticos no ha necesitado más que especializarse en los tejemanejes del poder para escalar en la jerarquía de grupo, y sí, de paso arreglar algunas cosillas en la sociedad, aunque sólo por pura inercia.

Los políticos profesionales son una especie aparte: se parecen todos y se diferencian del resto de los ciudadanos en su comportamiento habitual, incluso en su fisonomía. Son gente especialmente preocupada de su imagen, no pocas veces hasta límites ridículos. Son tipos que hacen ostentación continua de su posición en el partido y en la sociedad, que viven fervorosamente los avatares de su organización y que, conforme trepan en la escala del poder, se van olvidando de sus obligaciones. Estas obligaciones son cada vez más una oportunidad de ascenso y menos una posibilidad de servicio. Cada día creen menos en lo que hacen por los ciudadanos, de ahí que se produzca una brecha insalvable entre ellos y los técnicos que se supone deben llevar a cabo sus políticas, y que cunda entre todos estos técnicos el desánimo y la convicción de que casi nada de lo que se hace sirve para nada.

Hay diferencias en la escala jerárquica del partido, pero en todos los niveles funciona esa adulación ambigua por el que está arriba, de ser abrazado por él ante los demás, porque ese abrazo favorece el ascenso. Incluso entre las bases, donde algunos recién llegados aún conservan la buena fe y la intención de trabajar por el bienestar de los ciudadanos, existe un sentimiento religioso de reverencia a cualquiera que haya conseguido cierta responsabilidad en el aparato del partido. Se aprende pronto que la crítica, que el razonamiento se opone a la organización. Sólo se puede ascender con obediencia, aceptando las reglas del grupo, reproduciendo los esquemas y costumbres que la sostienen. La organización debe compatibilizar la necesidad de éxito electoral con el juego de astucias y maldades que decide quiénes llevarán las riendas, quiénes repartirán los beneficios en forma de generosos sueldos y mullidos sillones.

Hay que admitir un cambio, a peor, desde los inicios del período democrático a este parte: se ha producido una palmaria disminución de la formación intelectual de los políticos. Si la inteligencia tramposa sigue siendo una cualidad esencial de los políticos de éxito, si deben seguir siendo unos listos, hoy han dejado de necesitar algún tipo de formación intelectual para acceder a responsabilidades enormes. Los errores de gobierno se sobreseen con pasmosa facilidad. No se cae el mundo si un buen número de políticos son analfabetos funcionales, porque la escala del poder ofrece multitud de puestos de responsabilidad adaptados a su ignorancia, bien remunerados, y muy útiles para pavonearse.

Por otro lado, todos conocemos a alguna buena persona que tuvo la cándida idea de intentar cambiar el funcionamiento de los partidos desde dentro, y seguramente hemos podido asistir al frío y sistemático método que los partidos usan para machacar a estas almas ingenuas. Hay, sobre todo a nivel local, un pequeño grupo de concejales y militantes de base que, dada la escasa importancia que los aparatos conceden a esos niveles de la política (precisamente los más cercanos al ciudadano), consiguen desarrollar proyectos interesantes y útiles, pero también estos personajes periféricos han de cumplir con los protocolos, incluso a veces con los vicios del grupo.

Cuando votamos a estos grupos debemos asumir la responsabilidad de sus éxitos y de sus fracasos, pero también de sus fechorías, y si aun así, aun conociendo sus desmanes, seguimos votándolos, debemos ser conscientes que somos nosotros los que andamos sosteniendo a una estirpe de malhechores, nosotros los que mantenemos un sistema político corrupto y desnaturalizado.

viernes, 23 de septiembre de 2016

LOS COLORES DE SEPTIEMBRE





Estos días resuena en mi cabeza con especial insistencia una bella palabra portuguesa (se la debo a mi amiga Gloria) que ha inspirado tantos poemas y fados, saudade. Su sola pronunciación, lenta y suave, sabe a nostalgia y añoranza, la misma que siento cuando la oscuridad empieza a regatear con la luz del sol y poco a poco, casi sin que uno se dé cuenta, le va restando segundos, minutos, hasta que, una tarde cualquiera de septiembre, levantas la vista del ordenador, de la televisión, del banco del parque, de tu quehacer cotidiano…y es de noche. ¿Ya es de noche?
Irremediablemente se instala en mi la añoranza de los largos días de verano, de las tardes interminables en la plaza manchega de mi pueblo, de las confidencias en una terraza a la intemperie, de la belleza de la noche tras el calor de la jornada, del chorro infinito de luz. La luz del sol. Saudade.
Sin embargo la naturaleza, siempre tan sabia, parece que nos prepara para ese tiempo de oscuridad, de días cortos y noches frías, y convierte septiembre en el tránsito suave del verano de los tonos blancos y azules, de la luz intensa, al otoño de verdes, marrones y amarillos, a los días de luz tenue. Durante ese tiempo de transición hay días como el de hoy en que el cielo juega a disfrazarse de mil formas y a adoptar mil colores para dejarnos estampas de una increíble belleza que, indefectiblemente, llevan el sello de septiembre. De esa luz única de los últimos días estivales que preceden al otoño y que van acompañados de gestos que ya creíamos olvidados como buscar las sábanas de madrugada para taparnos, vestirnos con algo más de ropa o empezar a agradecer una taza de café calentita.
Me cuesta cruzar el puente hacia el otoño, pero reconozco que viene cargado de belleza. Y aunque así no lo fuera, como diría Herman Hesse, “La mitad de la belleza depende del paisaje, y la otra mitad de la persona que la mira”…

PENSAMIENTOS


Mirar lo que amas


LAS CALLES



Sería tan hermoso que las calles
obedecieran siempre a la belleza,
que fueran la armonía que predice
el anuncio feliz de tu presencia.

Atravesar silencios
y muros de tristeza,
dinamitar los grises
con el libre volar de tu sonrisa,
pintar de intenso verde las paredes,
jugar a no tener historias tristes
que ver en las aceras,
ni cuerpos doloridos,
ni relatos de muertes,
ni cuerpos reventados por las guerras,
ni esta cojera
recurrente de tanto
andar entre las fosas.

Sucede a veces
que es verdad la hermosura
y me sales al paso
y durante un momento
vivir cobra la luz de tu mirada
y ese momento dice
que todo ha merecido, al fin, la pena.


 Pedro Ojeda Escudero


LA DUALIDAD DE UNA MANO



¿Has pensado alguna vez en la dualidad que posee una mano?, y es que como sucede con todo lo dual nos fiamos solo de lo más aparente, de la primera impresión, de lo que salta a los ojos como función exterior, y así vemos que una mano gesticula por sí misma, o apoya una representación más amplia del cuerpo de quien habla, y al actuar potencia las palabras, aumenta el énfasis expresivo con que se pronuncian, refuerzan la capacidad de convencimiento que pretende la perorata del otro, eso vemos de las manos cuando ejercitan signos espontáneos, multiplicando las posibilidades del lenguaje oral, ampliándolo y haciendo de su extensión un cuerpo políglota en el hombre o en la mujer que como reflejo utilizan sus manos en un diálogo común, pues otra cosa es el movimiento de arquetipo de las manos en  las mangas arremangadas para la ocasión de los candidatos electorales, los cuales con sus movimientos estereotipados no aportan nada nuevo a lo que ya no resulta creíble de su discurso fonético con las falsas promesas de siempre, o los hinchas de las gradas que, aun siendo de eso que llaman pueblo llano actúan como energúmenos de pacotilla, accionando brazos y moviendo dedos en combinaciones repetitivas, y en esas posiciones de los dedos y el brazo en ángulo que remiten contra el césped el mensaje obsceno no es sino la dejación de la estética, su desagradable actitud a través de la que canalizan agresividades que están en sus vísceras y en su cerebro y en su vida cotidiana nada calma, supongo, eso es lo que vemos exteriormente que parece limitar el valor de las manos, y por supuesto que hay otra lectura superior y generalizada sobre el poder de las manos, el manejo de la máquina, la realización de una obra artesana, el uso de alta tecnología, la transformación ejecutora de la albañilería, en fin, todo aquello que tradicionalmente se ha confiado a las manos, pero las manos llegan más lejos, las manos ya no son gesto o fuerza o habilidad rudimentaria, sino que se convierten en un salto de sí mismas, son ante todo tacto, un pianista, por ejemplo, ¿gesticula o acaricia?, un escultor, ¿se limita a golpear el cincel o acaso no confía el avance de su trabajo al paso de su mano por la talla?, y el tacto se convierte así en la función íntima de las manos, el tacto es el significado de las manos, ese alma de las manos no siempre es visual, casi siempre más bien recóndito, su silencio es lo profundo en su desnudez, porque en su silente movimiento debe percibir del entorno, debe dar y debe recoger, tiene que transmitir idiomas más profundos de la esencia emotiva, y en el tacto de las manos una mujer o un hombre delegan sus saberes afectivos, con el tacto ven y oyen y degustan aproximaciones, frotar una planta de lavanda, rozar una flor fractal, deslizar los dedos por una copa de cristal, palpar a palma abierta un melocotón, masajear el exterior de un libro, tocar con suma lentitud el barro cocido de una vasija, recorrer estremecido la piel de otra persona, todo ello ¿no se desdobla a su vez en percepciones, gustos, recuerdos, placeres?, ¿no es acaso que se abren los descubrimientos o se afirma cuanto anteriormente se había aprendido?,  ¿no nos interpreta a nosotros mismos?, y de ese modo el tacto, rey en la sombra, avanza garantizando conocimiento, impulsando emociones, propiciando disfrutes, aliviando penas, traduciendo todos los demás sentidos, que estarían cojos sin la afinada comprobación con que nuestros dedos acarician.

LAS CIFRAS DE SUICIDIOS SON ALARMANTES




La gente literalmente se está muriendo de pena. Muchos seres humanos viven acorralados por el miedo a ser, por el miedo a no tener, por el miedo a fracasar. Es de noche para ellos y la primavera no les llega. Las mujeres nunca consiguen ser princesas, los hombres no alcanzan tampoco el ideal de valentía y fortaleza, los niños se arrinconan con sus diferencias, los viejos llegan a sentirse inútiles en esta sociedad donde los que no producen son vomitados a los arrabales de la indiferencia. Es decir, no solo se suicidan los que se quedan sin nada, los desahuciados o hambreados. También se suicidan los que no encuentran sentido al sinsentido de esta sociedad enferma.

 

El capitalismo vacía de humanidad los corazones, los hace palpitar en un delirio que no todos soportamos: trabajos extenuantes, ocio para consumir sin tregua, drogas, cosificación de los cuerpos. Un frenesí donde lo que menos importa es lo esencial.

 

Se fabrican medicamentos que neutralizan la angustia de vivir, pastillas de todos los colores y formas, diagnósticos a trote y moche que resumen una sola cosa: el ser humano debe adaptarse al dolor que le causan sus cadenas, debe acostumbrarse a la necrosis de tanta violencia porque si respira es para aumentar la riqueza ajena. En definitiva, el capitalismo extermina de hambre, guerra y de pena. Sostenerlo saludable cuesta millones de víctimas. La pregunta es si seremos capaces de detener el holocausto antes de que sea demasiado tarde.


martes, 20 de septiembre de 2016

SE ESTÁ REPRIMIENDO NUESTRA CAPACIDAD DE PENSAR



Si existe algo que ponga de los nervios al poder es la posibilidad de que a las masas les pueda dar por pensar. Pensar es un acto subversivo en sí mismo puesto que cuestiona las verdades oficiales y aplica un foco crítico a los acontecimientos para aprender a leer entre líneas. Por eso  al establishment no le mola nada y pone todo su empeño en idiotizarnos. Tarea, por otro lado, que lleva a cabo con una eficacia supina. Hay dos esferas sociales que deben ser controladas para erradicar el germen del pensamiento crítico:

Educación y medios de comunicación. En la primera, las sucesivas reformas han despreciado asignaturas como la filosofía pero han seguido manteniendo en las aulas la religión. Los alumnos y alumnas no sabrán quién era Platón ni tendrán acceso a sus ideas sobre la utopía pero, a cambio, se les instruirá acerca de unos seres sobrenaturales que rigen mágicamente nuestros destinos.

Si desde pequeños nos cercenan la capacidad de analizar, entender u organizar como se producen los acontecimientos que pretenden interpretar y representar al mundo, nos convierten en poco menos que un pokemon. Sin pensamiento crítico estamos indefensos frente a las opiniones o afirmaciones que quieren imponernos como verdaderas. Pensar subvierte el orden y cuestiona el status quo. Es peligroso que cunda el ejemplo.

El control de los medios de comunicación es, por ello, también imprescindible. Antes se trataba de aplicar directamente la censura. Secuestrar una edición o cerrar un periódico o una emisora que discrepaban de las versiones oficiales solía bastar. Ahora la élite ha comprendido que lo mejor es comprar directamente a los medios. Ser los dueños y quitarse de en medio a los periodistas tocapelotas.

Se recrea la fantasía de que participamos de una democracia con derechos y libertades. Pero en realidad se está reprimiendo deliberadamente nuestra capacidad de pensar. Y además se nos amordaza. Para que no llenemos de "pajaricos" las neuronas ajenas. A ver si la gente le va a dar al coco y se les acabó el negocio.

A escala planetaria vemos como las nuevas tecnologías en drones y armamento de última generación se utilizan para imponer las verdades imperiales. El odio y la muerte se alzan sobre la razón y el entendimiento. Eso sí, ahora matamos con unos artefactos de primera. Dignos de nuestra refinada civilización. Siempre la fuerza y la mentira al servicio de oscuros intereses amparados por versiones convenientes. Como asolar un país para buscar armas de destrucción masiva. De aquellos barros vienen muchos de los actuales lodos.

Pensar, y sobre todo difundir esa necesidad social de animar el pensamiento crítico, es considerado subversivo porque muestra al poder desnudo y expone sus vergüenzas. Sus miserias. Sus asquerosas mentiras en chancletas.

El proceso de deshumanización avanza. Nos quieren tontos y manipulables. De momento no ponemos demasiada resistencia.


ESTO ES UNA CLOACA




La actualidad corrupta de nuestra política es como un hedor indescriptible que se agarra a los cerebros y que impide pensar con claridad sobre los acontecimientos. Algo así como una cloaca cuya pestilencia tiene narcotizada a la sociedad. Y es que no hay día que no amanezcamos con un nuevo escándalo, o se reavive uno antiguo, para estupefacción saturada de la ciudadanía.

Los dos partidos que se han alternado históricamente en el poder han consentido, cuando no compartido, comportamientos delictivos y poco dignos con absoluta normalidad. Sacar tajada de la política era lo normal. Algunos habían mamado esta conducta directamente de sus padres y de esa época de "extraordinaria placidez" que fue el franquismo y la democracia no había supuesto ningún obstáculo para seguir con sus tejemanejes.  Otros no se sabe bien si ya venían corruptos de serie, y por ello se metieron en política, o se fueron pudriendo al tocar un poco de poder. En cualquier caso parece que las mordidas, las comisiones y todas las demás miserias de las que nos vamos enterando se toleraban como una tradición no explícita de cuya existencia los gerifaltes de los partidos tenían que ser sabedores. O sea, cómplices.

Esto de hablar de tradiciones repugnantes, como la del latrocinio al pueblo por parte de los servidores de la patria, me ha traído a la cabeza el asunto del Toro de la Vega y la defensa de la tradición de lancearlo hasta la muerte que hacen sus partidarios. Ustedes pensarán que no guarda relación. Más de lo que parece.

Dos civilizaciones se están enfrentando continuamente en el coso patrio. Pasa en política y pasa en otros ámbitos de la vida como la tauromaquia. Dos maneras contrapuestas de pensar y entender la realidad. Normalmente, quienes postulan tradiciones deleznables como meter la mano en la caja común, evadir capitales o blanquear dinero se llenan la boca proclamándose patriotas. Los salvajes que se empecinan en lancear una bestia hasta la muerte también.

Esta patria que defienden es enemiga de la mía. Efluvios de la cloaca pestilente de la que hablaba al principio. Un pozo negro y maloliente que no se ha cerrado desde la dictadura y del que surgen reptando personajes siniestros que pretenden apropiarse la patente de la patria en su interés personal. Pueden situarse a la izquierda o a la derecha. Son camaleónicos. Y se ponen la sensibilidad y la vergüenza por montera. Son la España negra y profunda. Esa España que lancea a la otra media.

VAYAMOS HACIA EL AGUA


DESNUDARME



Desnudarme en un poema,
palabra a palabra,
entre tus manos.
Dejarte ver aquello
que sólo veo yo
y algunos amantes.
Verterme sobre el papel
sin esperar nada a cambio,
sentirme vulnerable y frágil
como en el momento álgido
del placer.

Saray Pavón Márquez



LAS ESCUPIDERAS Y EL MEDIO AMBIENTE



Cuentan quienes vivieron ese tiempo de silencio, con todas las insuficiencias propias de las circunstancias, que aquel recipiente era indispensable entre el mobiliario de uso de los locales públicos. Me estoy refiriendo a las escupideras de la inclemente posguerra, cuando entre otras admoniciones de obligado cumplimiento figuraba la de no escupir en el suelo. Tal prohibición era indicio sin duda de que el gargajo no estaba ni muchos menos desterrado de las malas costumbres de esos desventurados años, sino muy a tono con aquellos bacines de loza ubicados discretamente en las esquinas.

Escupir en la calle es una costumbre que todavía no ha desaparecido de las prácticas guarras visibles en nuestras aceras. Tampoco de los campos de fútbol, donde jugadores de mucha o poca ficha abusan tanto del salivazo como de lo que un amigo mío llamaba gargajo en cerbatana, esto es, el que se desaloja sobre el césped a golpe de nariz, cerrando con un dedo uno de sus orificios y dejando el otro franco para la rauda excreción.

Otro vicio muy afincado en los barrios húmedos o históricos de nuestras ciudades, aquellos que suelen ser más pródigos en bebederos, es el de la meada al aire.

He llegado a pensar que esto de las perdurables taras del gargajo y la meada callejeras, como contravención a las más mínimas normas de higiene y respeto a los demás y a la ciudad donde se habita, no deben ser muy ajenas a otras lacras que nos caracterizan en nuestras relaciones de convivencia y que se mantienen por encima del paso del tiempo y los supuestos avances en educación y cultura. Por referirme a la que no debería admitir ninguna duda en ese sentido, por su relación con las expuestas, señalo la que sitúa a España a la cabeza de la Unión Europea como nación más desconsiderada con el medio ambiente.

Parece hasta cierto punto lógico que, dándose en España una tal sobreabundancia de tipos tan  nauseabundos como los familiarizados con la guarrería de excretar sus flemas y orines a ojos vista, tengamos ganado ese primer puesto en el grado de desprecio, indiferencia y desidia hacia el tratamiento de las aguas residuales, la eliminación de los residuos y la conservación y protección de nuestro hábitat.


LA VERDAD




Considerar la propia verdad como la única posible significa negar toda búsqueda de la verdad. Quien está seguro de poseer la verdad no necesita ya buscarla, no siente ya la necesidad de dialogar, de escuchar al otro, de confrontarse de manera auténtica con la variedad de lo múltiple. Sólo quien ama la verdad puede buscarla de continuo. Esta es la razón por la cual la duda no es enemiga de la verdad, sino un estímulo constante para buscarla. Sólo cuando se cree verdaderamente en la verdad, se sabe que el único modo de mantenerla siempre viva es ponerla continuamente en duda. Y sin la negación de la verdad absoluta no puede haber espacio para la tolerancia.

domingo, 18 de septiembre de 2016

PAISAJES MALTRATADOS



De una u otra manera, con mayor o menor acierto, todos hemos sido educados en la percepción de los paisajes. Nuestras vivencias aparecen siempre asociadas a un modo de entender, interpretar y valorar la realidad espacial que nos rodea. No hay experiencia sin paisaje imbricado en ella, ni reflexión que no sea efectuada a partir de la referencia geográfica que la motiva. Tanto es así que parece imposible recordar los hechos que nos sucedieron en un determinado momento sin tener presentes al tiempo las características del ámbito en el que tuvieron lugar, y que en medida nada desdeñable ayudan a entenderlos y a conservarlos en la memoria.

Somos, pues, tributarios directos de lo que sucede en nuestro entorno, de suerte que nuestra cultura territorial se enriquece a medida que sabemos entender las otras culturas, expresivas de realidades que nos alertan sobre el significado de la diferencia, la magnitud de los contrastes, la utilidad creativa de la experiencia comparada. Nos enseña a relativizar los conocimientos, que precisamente se fortalecen cuando los asumimos como partes integrantes de un todo complejo, bien estructurado e incluyente. Esenciales, por tanto, en la maduración de la personalidad, la imagen que tengamos de cada uno de ellos constituye un elemento primordial de nuestra propia sensibilidad, que precisamente se fragua a medida que asimilamos los valores que los distinguen. De ahí la necesidad de subrayar hasta qué punto de la calidad de los paisajes depende también la de nuestra propia cultura, que no es sino la manifestación de los comportamientos que nos permiten enriquecernos con el entorno tanto individual como colectivamente.

Sin embargo, rotundamente debemos advertir que en el territorio español los valores que encierra la noción de paisaje, clave a la hora de definir la fortaleza de un proceso educativo que obliga a la beligerancia a favor de los aspectos que en mayor medida lo cualifican, no gozan en los momentos actuales de buena salud. Peor aún, se encuentran violentados en mayor medida que en cualquier otro país de la Unión Europea. No en vano al toparnos con la realidad circundante y analizar con espíritu crítico cuanto se hace a nuestro alrededor la imagen cualitativamente pretendida se desvanece para abrir paso a un panorama en el que las diferentes modalidades de agresión derivan en deterioros tan graves como generalizados. Asistimos al apogeo de acciones simplificadoras y banales, que, concibiendo el cambio de uso del espacio como algo ajeno a cualquier tipo de restricción, tienden ostensiblemente a prevalecer frente a las que, en cambio, preconizan la defensa y salvaguarda de los valores paisajísticos o a las que lo entienden como un conjunto integral, formado por componentes indisociables.

A poco que en nuestro país se profundice en el seguimiento de la cuestión, no es difícil sorprenderse y asustarse ante la magnitud de las barbaridades que se están cometiendo en nombre de no sé sabe muy bien qué progreso o desarrollo. Por doquier, y con excepciones contadísimas, asistimos desde hace unos años a la proliferación errática de intervenciones sobre el territorio marcadas por un denominador común: la ocupación y consumo desenfrenados del espacio a través de promociones inmobiliarias ante las que no se establecen otros límites que los determinados por la voracidad de los intereses y criterios sobre los que se sustentan. Si los datos numéricos registrados al respecto son más que elocuentes, pues sitúan a España, y con asombrosa diferencia, en la cabeza de los países europeos por el volumen de edificación llevada a cabo, el problema no estriba tanto en la dimensión cuantitativa del fenómeno como en las gravísimas implicaciones que desde el punto de vista estratégico, cultural y medioambiental traducen una peculiar forma de entender las relaciones entre sociedad, desarrollo y territorio marcadas por tres tendencias francamente preocupantes y entre las que se impone una lógica muy bien definida.

La primera tiene mucho que ver con la ausencia absoluta de cultura y de sensibilidad territorial con la que se acometen la mayor parte de las actuaciones, producto de una deliberada desatención por el alcance de los efectos provocados. Aparecen como la manifestación fehaciente de una total falta de respeto y de consideración por el entorno en el que se llevan a cabo. La ausencia de evaluaciones de impacto ambiental, con clara desestimación de los niveles de riesgo o de la repercusión que han de tener sobre los recursos naturales (he ahí la gravedad reiterada del problema del agua), resulta con frecuencia tan grave como el incumplimiento de las que se realizan, que o bien son cuestionadas por restrictivas de la liberalidad edificatoria o se acomodan en sus indicaciones a los fines de quienes las demandan, evitando así cualquier obstáculo que entorpezca o mediatice el objetivo deseado.

En segundo lugar, es evidente que en el modo de concebir la decisión prima casi siempre la perspectiva a corto plazo, la inmediatez de los resultados, con independencia de sus implicaciones hacia el futuro. Y no sorprende que esto ocurra por la sencilla razón de que esta visión cortoplacista que rige la ocupación desbordada y congestiva del espacio viene impuesta por la circunstancia, realmente grave, de que el poder de decisión, la capacidad de iniciativa real, ha cambiado de manos. Los promotores inmobiliarios se han adueñado del territorio y han ido cercenando, a la par que mediatizando en función de sus intereses, al poder municipal, que se pliega ante hechos de los que se sólo percibe su rentabilidad inmediata. La experiencia de nuestro país sobreabunda en irregularidades de este tipo y de hecho son muy pocos los municipios, tanto urbanos como rurales, que resisten a la constatación de esta tendencia generalizada. Y, por lo que se ve, las diferencias políticas parecen diluirse en aras de una tendencia a la homogeneización de estrategias que, si en parte encuentra uno de sus fundamentos primordiales en los problemas de suficiencia financiera a que se enfrentan de las administraciones locales, no es menos cierto que a la par acaba siendo asumido como algo meritorio y digno de reconocimiento, asociándolo demagógicamente a un presunto “desarrollo” mediante campañas de manipulación informativa y de marketing grandilocuente, en las que la opacidad de las intenciones marcha en paralelo con la propia consolidación del entramado de intereses e influencias que a la postre acaban configurando el modelo de ciudad que se pretende por parte de unos pocos frente a los intereses y las preocupaciones de la mayoría.

Hay que recurrir a estos argumentos para comprender el tercero de los pilares en los que se apoya esta situación. Me refiero a la visión fragmentaria y reduccionista con que se abordan la gestión del patrimonio y de los recursos territoriales, y, por ende, las propias políticas urbanas. En pocas palabras, puede decirse que se ha procedido a la sustitución del paisaje, en su dimensión más noble e integradora, por la intervención puntual, comúnmente asociada a la monumentalidad de las iniciativas (esas arquitecturas de la retórica de las que habla Jacques Herzog) o a la preservación más o menos cuidada de las áreas emblemáticas, tal y como se expresa en las políticas de rehabilitación de los centros históricos, aunque aquí tampoco sea oro todo lo que reluce, por mor de las frecuentes agresiones arquitectónicas que los distorsionan hasta desnaturalizarlos

Aun así, conservar y atender lo que atrae turísticamente o recurrir a la escenografía que depara la espectacularidad puntual de un edificio determinado, más allá de su funcionalidad, de su coste y de la eficacia de su uso, suponen tal vez un alivio frente a la mala conciencia que pudiera provocar el tratamiento especulativo sobre el suelo público o el hacinamiento y el deterioro estético a que brutalmente se ven sometidas las periferias, donde el concepto de ordenación del territorio y de sostenibilidad, tal y como está concebido en la Estrategia Territorial Europea, sufre hoy en España de las mayores aberraciones.

Ante una situación como la que nos ocupa, inequívocamente marcada por el encarecimiento brutal de la vivienda, por el desencadenamiento de escandalosos procesos especulativos, por la destrucción irreversible de espacios de gran valor ambiental o por la hipertrofia de un mercado hipotecario que en los últimos años ha crecido exponencialmente, cabe lamentar que los ciudadanos, inermes, masivamente endeudados, y por más que de manera individual manifiesten una actitud crítica, han acabado adoptando colectivamente un resignado silencio, convencidos de que frente a tales atropellos muy poco o casi nada se puede ya hacer.

PALABRA




Palabra, voz exacta
y sin embargo equívoca,
oscura, luminosa
herida y fuente:
espejo y resplandor.

Octavio Paz

ETAPAS DE LA VIDA



Cuando uno atraviesa etapas de la vida de las que está disconforme, que no le satisface casi nada de lo que hace, piensa de manera equívoca que de haber tomado otro camino, de haber seguido algunas recomendaciones, de haber dado un paso oportuno en el límite en lugar de quedarse uno parado o simplemente dudando, podría haber obtenido al menos una parcela de la tierra prometida, pero ese tipo de idea, tentadora y asaz engañosa, solo se suele tener cuando algo no va bien y no deja de ir mal, aunque es cierto que no hay situaciones que se inclinen perpetuamente de un lado u otro, de la satisfacción o de la carencia, de la risa o del llanto, del clamor o del silencio, también es evidente que su duración puede ser larga, y eso no es bueno porque si se piensa bien al acostumbrarse uno a la normalidad que nos parece segura y que nos da con generosidad se está enrocando en creer que el mundo o al menos su vida siempre va a ser así, y el día que deja de ser como uno consideraba que iba a ser para casi la eternidad la persona no sabe reaccionar con suficiente paciencia y cae en un desánimo para el que no se había preparado antes, y de la misma manera hay personas para las que los ciclos duros parece que no cesan nunca y viven en un constante deterioro, a veces fatídico, he visto individuos perecer por no remontar sus circunstancias negativas, individuos que no han podido separar sus posibilidades de las circunstancias que les atenazaban dolorosamente, y entonces cuanto les rodea les va cercando y suplanta su mente, toma como rehén las ilusiones y no digamos cómo merma su capacidad de pensamiento, sus márgenes de discernimiento, su capacidad de reacción, no saben decir basta y solo un destello al borde de la desgracia final puede salvar a algunos, porque aún mantenían una brizna de fe en el resquicio luminoso que sin duda se cuela en la vida de todos los hombres, y eso depende de que se quiera ver, de admitir siquiera un leve panorama desde donde se puede rehacer la vida, es por todo esto que uno observa por lo que deduce que no conviene renegar en exceso de lo que se tiene o hemos tenido, no hablo de resignación ni de una conformidad malsana, que la hay, aquella en que uno vende su dignidad a cambio de pertenecer a otro, hablo de disponer de lo que aún tenemos para hallar sendas prudentes que aún nos proporcionarán satisfacciones placenteras y beneficios saludables, y en mis palabras se escucharán ecos optimistas, pero solo hablo de situar al ser que llevamos a cuestas, o que nos lleva a nosotros, y tomar una dirección a tiempo cuando las cosas no marchan, y no me da gusto parecer un moralista, ni un clérigo, ni mucho menos un consejero de autoayuda, que viene a ser lo mismo, pero eso ya depende de que el otro que me oye me quiera entender.