¿Has pensado alguna vez en la dualidad que posee una
mano?, y es que como sucede con todo lo dual nos fiamos solo de lo más
aparente, de la primera impresión, de lo que salta a los ojos como función
exterior, y así vemos que una mano gesticula por sí misma, o apoya una
representación más amplia del cuerpo de quien habla, y al actuar potencia las
palabras, aumenta el énfasis expresivo con que se pronuncian, refuerzan la
capacidad de convencimiento que pretende la perorata del otro, eso vemos de las
manos cuando ejercitan signos espontáneos, multiplicando las posibilidades del
lenguaje oral, ampliándolo y haciendo de su extensión un cuerpo políglota en el
hombre o en la mujer que como reflejo utilizan sus manos en un diálogo común, pues
otra cosa es el movimiento de arquetipo de las manos en las mangas arremangadas para la ocasión de
los candidatos electorales, los cuales con sus movimientos estereotipados no
aportan nada nuevo a lo que ya no resulta creíble de su discurso fonético con
las falsas promesas de siempre, o los hinchas de las gradas que, aun siendo de
eso que llaman pueblo llano actúan como energúmenos de pacotilla, accionando
brazos y moviendo dedos en combinaciones repetitivas, y en esas posiciones de
los dedos y el brazo en ángulo que remiten contra el césped el mensaje obsceno
no es sino la dejación de la estética, su desagradable actitud a través de la
que canalizan agresividades que están en sus vísceras y en su cerebro y en su
vida cotidiana nada calma, supongo, eso es lo que vemos exteriormente que
parece limitar el valor de las manos, y por supuesto que hay otra lectura
superior y generalizada sobre el poder de las manos, el manejo de la máquina,
la realización de una obra artesana, el uso de alta tecnología, la transformación
ejecutora de la albañilería, en fin, todo aquello que tradicionalmente se ha
confiado a las manos, pero las manos llegan más lejos, las manos ya no son
gesto o fuerza o habilidad rudimentaria, sino que se convierten en un salto de
sí mismas, son ante todo tacto, un pianista, por ejemplo, ¿gesticula o
acaricia?, un escultor, ¿se limita a golpear el cincel o acaso no confía el
avance de su trabajo al paso de su mano por la talla?, y el tacto se convierte
así en la función íntima de las manos, el tacto es el significado de las manos,
ese alma de las manos no siempre es visual, casi siempre más bien recóndito, su
silencio es lo profundo en su desnudez, porque en su silente movimiento debe
percibir del entorno, debe dar y debe recoger, tiene que transmitir idiomas más
profundos de la esencia emotiva, y en el tacto de las manos una mujer o un
hombre delegan sus saberes afectivos, con el tacto ven y oyen y degustan
aproximaciones, frotar una planta de lavanda, rozar una flor fractal, deslizar
los dedos por una copa de cristal, palpar a palma abierta un melocotón,
masajear el exterior de un libro, tocar con suma lentitud el barro cocido de
una vasija, recorrer estremecido la piel de otra persona, todo ello ¿no se
desdobla a su vez en percepciones, gustos, recuerdos, placeres?, ¿no es acaso
que se abren los descubrimientos o se afirma cuanto anteriormente se había
aprendido?, ¿no nos interpreta a nosotros mismos?, y de ese modo el
tacto, rey en la sombra, avanza garantizando conocimiento, impulsando emociones,
propiciando disfrutes, aliviando penas, traduciendo todos los demás sentidos,
que estarían cojos sin la afinada comprobación con que nuestros dedos
acarician.
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