Hay cierto abuso derrotista hacía los
que trabajan en política y, aunque es ciertamente merecido, seguimos
columpiándonos en su hilos mal tejidos, como quien no quiere la cosa. Seguimos
andando de puntillas a sabiendas de sus inhóspitos planes, sin percatarnos o
disimulando que desconocemos que son nuestras vidas las que están siendo
manipuladas.
Así pasan los días y ya ni siquiera el
hastío nos sorprende. No hay inquietudes en los gestos de la gente de a píe. No
se nos acaba la paciencia.
Si alguien entreabriera de
veras, las vísceras y las entrañas de un partido político, las vestiduras de
los fariseos caerían por su peso. Veríamos entonces un suelo lleno de las
babas de aquellos que salivan por sentirse cerca de la poltrona del poder. Y
ese es el momento en el que todo vale; el momento en que son capaces de
olvidar aquellos reproches incesantes contra la corruptela.
No todo vale, aunque muchos se hagan
con todo lo que puedan en vísperas de una nueva asistencia a las urnas o en demanda
de la formación de un gobierno: los espías de turno, los mejores programas, una
relación de intenciones, el listado de los militantes, revelaciones, secretos y
sobre todo pactos. Todos tienen claro que la cohesión es calzar el pie derecho
con el zapato izquierdo sin que te salgan callos, pero se resisten; después de
todo, ¿qué harían si no los podólogos?
Se olvidan las rencillas,
se olvidan aquellas acusaciones oscuras -incluso de robo-, se olvidan los
deseos de muerte y el agua se mezcla con el aceite. Alianzas contra natura.
Ahora la fidelidad a los principios es tan falsa como los principios mismos que
invocaban. Hay que apresurarse. Hay urgencia de pactos, no importa de qué color
o sabor salga la salsa, queda poco tiempo para hacerse con el poder. Luego
dirán que son leales a su ideario.
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