Antigua es la creencia ilusa entre las personas de
anhelar tiempos mejores que nunca existieron, lo cual deja claro lo incómodas
que se sienten las personas con el presente y lo inseguro que les resulta
disponer de un futuro, y así añoran incluso lo que no han tenido, y así se
recrean hasta en lo que no fue tan bueno pero que con la distancia del tiempo
consideran que no fue tan malo, siquiera porque al recordar piensan en la
juventud que tuvieron, en las posibilidades con las que soñaron, en la fantasía
de continuar siempre briosas como si la potencia de los primeros años se
mantuviera dinámica y apenas gravara, y es frecuente escuchar si yo pudiera
volver a mis años jóvenes, si pudiera retomar lo que no supe entonces coger con
acierto y decisión, y hay otras que aun mirándose al espejo con su rostro
arrugado y grave no ven que su cerebro haya envejecido, aunque lo ha hecho,
porque eligen la parte de su mente que les proporciona deseos y ensoñaciones, y
viven cada día dejándose acompañar por innumerables guiños para si mismas
solamente, guiños que en ocasiones vemos los demás, y los vemos y no debemos
reírnos, porque aparentan fuerza impetuosa unas veces, otras solo son signos
patéticos de los límites y las impotencias, y a medida que las personas van
alejándose de la vida, porque hacerse vieja es ir abandonando las posibilidades
que se nos habían brindado anteriormente bien por la resistencia o por la
perseverancia ante los elementos que vapulean, y ese ir despojándonos de las
contingencias positivas no es otra cosa sino la riqueza de la existencia, el
sustrato labrado por nosotros mismos, con el que no nacimos, aunque algunas ya
fueran de nacimiento más marcadas que otras por el favor o por la desgracia, y
de ahí esta obsesión humana por trocar en mito lo que se ha tenido y se ha
extraviado, esa manía por disfrazar lo que no se tiene solamente con
anhelos, ese recurso a un mundo de ficción que va trasladándose como costumbre
en el cerebro defensivo de las personas, que sirve para eludir la realidad y
conduce a desdichas igualmente si no se distingue la realidad al no saber
controlarlo, porque en el magma que sigue activo dentro de la persona hay una
pelea permanente entre ella misma y los demás, entre el reflejo de un mundo que
tiene que compartir y sus ansias de poseer ingenuamente todo, y esa lucha hacia
afuera lo es también dentro de la persona misma, y no hay nada tan peligroso
como la persona incauta, cuyo rostro y comportamientos risueños ocultan su
carácter ominoso, dispuesto a ser ella a costa de los demás, y cuando ese fuego
ladino se extiende a otras personas y se hacen compinches, montando su realidad
por encima de la de todas, los riesgos crecen y el panorama de la confrontación
y el dolor crecen, y es dramática la historia de las personas, porque todas se
reconocen tan próximas y semejantes desde un ángulo de sí mismas y sin embargo
son capaces de alzar muros y alambradas y desiertos para entorpecerse y ser
todas ellas, a la postre, infelices.
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