Estoy pasando una mala racha donde me
invade una sensación de nimiedad vital que me lleva a estar tremendamente
disgustado con el mundo. No suelo ver la tele salvo excepciones puntuales. Me
asquean los impresentables contenidos del mundo de la farándula y las salsas
rosas de las narices con presentadoras/es impresentables, cotillas invasoras de
intimidades que buscan la distracción de un pueblo sumido en un estado
catatónico, letárgico, ante el tobogán que nos conduce a la miseria social. No
soporto a los políticos y comentaristas prepotentes que quieren sembrar opinión ex
cátedra, como si ellos
fueran los guías de occidente, las estrellas fugaces que nos lleven al futuro
deslumbrante. No leo la prensa sectaria y partidista, manipuladora y cerril que
solo busca arrimar el ascua a la sardina de su dueño y señor, del capital que
la compró y la sostiene para su propio beneficio, creando opinión pública desde
la mediocridad y la sumisión al sistema, empeñándose en presentarlo sin
alternativa a una política de gobierno que nos lleva a la desgracia social, que consolida
el capital como la base y motor del progreso material y deja al verdadero
progreso, el social y político, el desarrollo personal, en una cuneta dominada
por el paro, el hambre y la miseria humana…
Duele en el alma sentir la sinrazón
manipulante que no entiende de vida humana, sino de salidas florales a una
banca maldita y chantajista que nos lleva a la ruina a todos para enriquecerse
ellos desde la deshumanización y la gélida frialdad de cifras y letras
impagadas.
Mientras, el mundo político, atrapado
en su indolencia, chantajeado y vendido, sometido a extraños intereses
subterráneos, jugando con su bien y nuestro mal, se limita a darle salida a la
crisis en la línea que le marcan aquellos que la produjeron. Sorprende la
situación de unos políticos que no cumplen lo que dicen, por lo que se
les votó, sino que llevan su programa oculto para servir a su señor, al dinero,
para servirse de él y garantizar su mañana y el de los suyos, para ejercer el
nepotismo en su familia y partido.
Es Estado, que debió concebirse como
garante de la justicia social y guardián y gestor del bienestar y desarrollo de
la ciudadanía, está siendo desmontado. Primero por los propios políticos en los
que se ha perdido la fe, a los que se ha denostado y vilipendiado metiéndolos a
todos en el mismo saco, anulando los posibles bienintencionados y de verdadera
vocación política, de servicio a la ciudadanía. La corrupción generalizada los
afecta a todos y pagan justos por pecadores. Segundo por el interés
inquebrantable de las sociedades e intereses ocultos, que rigen el mundo desde
bambalinas, que han globalizado la economía a nivel mundial, para poder campar
a sus anchas sin tener que someterse a los caprichos legislativos de Estados a
los que se pueden dejar en evidencia y noquearlos económicamente en cuanto no
se ajusten y sometan a sus intereses. Lo sabemos, lo estamos sufriendo en
nuestras propias carnes… fuga de capitales, fraude fiscal, deslocalización
empresarial, globo inmobiliario, recortes donde más duele; mientras el mundo
político, servil a esos intereses ocultos se mantiene incólume a sus propias
corrupciones, con sus grandes sueldos y prebendas… Pero no nos podemos olvidar
de las empresas que muestran su poderío en la capacidad de decidir sobre si
crean empleo o no y en qué condiciones. El chantaje del mercado laboral está servido
y si no se bajan los salarios no hay empleo. Se ha creado la opinión que más
vale un mal empleo que el desempleo, que mejor nos sometemos antes de ser
despedidos, pues las leyes nos han abandonado a nuestra suerte ante la
arbitrariedad del contratante.
Se ha perdido la gran filosofía que
justifica la existencia de los Estados, que debería ser el punto donde
pivotara toda política económica y social, consistente en la sumisión de todos
los intereses al bien común, a los intereses sumos del conjunto de la
ciudadanía, a un sistema sostenible en el tiempo, donde el mercado, la empresa,
producción de bienes, etc. estuviera al servicio del ciudadano y no al revés.
No podemos ser esclavos del dinero cuando el dinero debería estar al servicio
del ser humano. El Estado tiene su justificación en la gestión social de todos
los medios de producción, en la normalización y legislación que establezca
cauces de desarrollo justos donde prevalezca el ser humano sobre cualquier otra
consideración. Hoy, por desgracia, asistimos a todo lo contrario, un Estado
deshumanizado, con intereses de grupo ocultos, con maledicencia y engaño, donde
el poder en la sombra mueve los hilos de las decisiones y la engañifa para
buscar el enriquecimiento de las grandes empresas abandonando a su suerte a
trabajadores y pequeños y medianos empresarios.
No, no estoy contento. No es de mi
agrado esta dinámica en la que estamos metidos, donde la globalización nos
atrapa en las manos de las multinacionales y del capital, del mundo de las
finanzas y el dinero como valor de primera magnitud, dejando a un lado la
solidaridad, el equilibrio, la justicia social, la equidad… Ya no se nos
desahucia de la casa, sino de la vida digna, de la calidez humana. Ya no se
trata de ver pasar al funcionario del juzgado y la policía que nos echen a la
calle de nuestra propia vivienda, sino de marginarnos de la vida misma, de los
derechos humanos y constitucionales… Derecho a la vivienda, a la salud, a
la educación y, como digo, a la vida digna.
¿Dónde están los motivos para estar
contento?
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