A
mí la primavera me huele a rosas, a rojo
de amapola, al baile de los trigos en los campos, a polen fecundante, a hierba
húmeda, a tierra mojada, a brisa entre el olivo, a amaneceres blancos, a cantos
de la alondra y ruiseñor y a trinos de jilguero, al verde campo y al blanco de
las casas de mi tierra. Para mí la primavera es la explosión de vida que
siembra la esperanza en el futuro.
Hablar
de primaveras es hablar de eso, de esperanzas de un mañana donde se pueda
recoger el fruto de aquello que, con el esfuerzo, se sembró y que ya muestra la
promesa de la mies. Es hablar de la alianza entre las fuerzas de la naturaleza
para crear vida en una eclosión de sinergias enfocadas a perpetuar la
naturaleza y los seres que la pueblan.
¡Qué
linda la expresión de primavera! El letargo del invierno se diluye y, en un
juego de color y sensaciones placenteras, se inicia la danza de la vida y del
amor, del celo de las aves y sus nidos, de la suave brisa y la lluvia nutriente
de los campos, de las rojas amapolas, de los trigales verdes batidos por el
viento en suaves olas que plasman la semblanza de los mares, de los frutos de
la huerta… el cielo brilla más que nunca y el sol inicia su tibia inminencia
jugando entre las nubes, dorando los cultivos con sus rayos. Las abejas
polinizan ayudadas por el viento y el polen de las flores vuela buscando donde
anclarse para seguir dando la savia de la vida, para seguir creciendo. Las
noches van menguando, los días van creciendo. La oscuridad desaparece y aflora
la luz de la mañana, prometiendo la placidez del día y el goce del entorno
pintado de colores en un caleidoscopio que fragua un puzzle ecológico.
La
gente, seducida, ve cerca la luz del túnel de una vida sometida a dictadores e
injusticias, se ilusiona y monta en el barco rumbo al más allá, al futuro
prometido, pensando en una travesía , no exenta de peligros, pero garante del
destino propuesto.
Y
toda primavera da su fruto. Pero ¿Cuál es el fruto y a quién le beneficia? Es
cierto que hay pueblos reclamando primaveras para acabar con sus inviernos,
para volver a la vida a caballo de la esperanza perdida. El cálido sol
primaveral quiere acabar con la fría e invernal noche oscura, la injusticia,
los dictadores, las imposiciones dogmáticas, el sometimiento… Más también en
primavera nace la cizaña, el jaramago y los espinos, se dan las tormentas
torrenciales y los malos vientos.
La
primavera es esa brisa fresca y el agua de lluvia que da vida a esa sementera
donde el ser humano crece y se despoja de la dependencia, donde se hace dueño
de su propio destino. En el horizonte se vislumbra la libertad, la democracia y
la justicia social de la mano del pueblo soberano.
Los
pueblos tienen su recorrido, su historia y su camino que los fueron fraguando.
Los cambios verdaderos son los que se siembran y cuajan mediante el
discernimiento y las ideas, aislando el dogmatismo y la intransigencia,
formando a la persona libre en el uso racional del pensamiento.
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