sábado, 11 de junio de 2016

MIRAR PARA OTRO LADO





Mirar para otro lado es lo más fácil del mundo. "Ojos que no ven, corazón que no siente", dice un cínico refrán español, con el que se quiere significar lo cómodo que resulta eludir un problema simplemente con el deseo de no querer verlo. Esconder la cabeza, como el avestruz, con la mirada en el hoyo. Y, sin embargo, no por eso los problemas se desvanecen o pierden su gravedad. Los problemas existen porque son consustanciales a nuestra realidad, contradictoria y repleta de injusticias y desigualdades. Están por doquier y, sin quererlo, se topan con nosotros porque ellos mismos afloran y se difunden por la sencilla razón de que sus orígenes tampoco nos son indiferentes. Somos parte del problema, vivimos con él y lo sentimos como nuestro, aunque las soluciones se nos escapen.

Ahora bien, no se trata de adoptar una actitud permanente y obsesiva de mala conciencia porque las cosas no sean como nosotros desearíamos. ¡Qué más quisiéramos quienes ansiamos un mundo mejor que las situaciones no fuesen tan dramáticas! Hay sin duda fuerzas y factores que trascienden a nuestra capacidad de acción y a las que cabe atribuir responsabilidades cuya incidencia nosotros mismos lamentamos, incapaces e impotentes de hacer nada o muy poco para resolverlo. Pero de ahí a eludir la mirada de la realidad, asumir su existencia sin paliativos, hay un gran trecho. Es el que separa el compromiso de la indiferencia. El que nos distingue y enaltece como seres humanos frente a la estupidez de los que presumen de ignorancia, pensando que de ese modo se liberan de lo que intentan desconocer. Sinceridad frente a necedad, conciencia frente a alienación, humanismo frente a barbarie: ese es el dilema.

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