Tanta y tan espectacular es la profusión espacialmente alcanzada
por los refugios del dinero evadido de sus lugares de origen, que nada
sorprende el número y las características de quienes se acogen a las
posibilidades del enriquecimiento fácil que les ofrecen, simplemente motivados
por el lucro personal y la insolidaridad con sus conciudadanos. Cuando se les
descubre, recurren a las mismas martingalas y sofismas argumentales para
justificarse sin importarles ofrecer, haciendo gala de una inmensa caradura,
una mezcla de ingenuidad, cinismo, desfachatez y estulticia, que entienden como
un "precio" a pagar como deterioro de imagen, a sabiendas de que el
paso del tiempo todo lo diluye mientras permanece incólume la riqueza
preservada, que es, es esencia, lo que les interesa. Tampoco les importa que su
actitud evasora y especulativa revele contradicciones ideológicas con sus
proclamas aparentemente progresistas, que ahora llaman la atención -
mostrándose falaces - cuando estaban escudadas en comportamientos antitéticos,
nada edificantes.
Ciertamente son legión los que se adscriben a los sacrosantos
postulados de la economía golfa, pero no son los más. La mayoría la forman los
ciudadanos honrados, luchadores, trabajadores, los que entienden que la
justicia tributaria es inherente a la justicia socio-espacial, razón de ser de
comportamientos sensibles con lo que significa contribuir al erario público,
porque son conscientes de lo que lo público significa. Son los únicos
ciudadanos que interesan, los defensores de lo público, con todas las
connotaciones que ello encierra. De ahí el valor de la transparencia, venga de
donde venga y tan a menudo perseguida, porque es lo que permite poner a cada
cual en su sitio, esto es, dignificar la labor de los contribuyentes honestos y
poner al descubierto la catadura de los sinvergüenzas que, reconocidos e
incluso ocasionalmente admirados por su relumbrón, acaban siendo - si no
delincuentes - personajes de bajísima estofa. Sin excepciones ni matices. Ya está
bien.
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