Todo ser humano tiene en sí mismo, en su interior, el compendio de los valores que nos permiten la convivencia, aunque las religiones los hayan invocado como suyos; por tanto, sólo habría que despertarlos y reivindicarlos desde la laicidad de los Estados, respetando los credos pero sin aceptar que estos se impongan coartando la libertad de pensamiento de la ciudadanía. Una cosa es la fe y otra la razón. La fe es ciega y personal, sometida a las normas y dogmas de cada religión, mientras que la razón es universal. El problema es cuando se le da a la fe marchamo de razón.
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