jueves, 23 de junio de 2016

EL VERANO Y LA LIBERTAD



La sociedad competitiva y exigente en la que vivimos impone sus rígidas leyes y ahoga la libertad del ser humano. Una de sus cadenas más perversas es el canon de belleza impuesto, que sacraliza un cuerpo perfecto, delgado y ágil identificado, de manera perversa, con el éxito y el prestigio.
Los medios se encargan de recordarnos, en cuanto llegan los primeros calores, que nuestros cuerpos no están presentables, según sus malvadas normas,  y nos convencen de la necesidad de castigarnos con dietas y gimnasios que nos lleven a la soñada perfección,  que dictan ellos.
La sociedad  usa una vez más sus armas de modo sibilino y nos esclaviza con criterios estéticos que nos hacen odiar nuestros cuerpos y horrorizarnos por el paso del tiempo. Nos están vendiendo apariencias. No puede reducirse al ser humano a una mera imagen. Pero, las relaciones personales, sobre todo en medios urbanos, se reducen a encuentros fugaces en los que las apariencias pueden llegar a eclipsar la esencia de los sentimientos. De este modo nos convierten en objetos perecederos, con fecha de caducidad.
Nuestro mundo ha ganado, por fortuna, la batalla a la edad. Pero se niega, paradójicamente a aceptar el envejecimiento. La sacralización de la juventud y la perfección a toda costa no es más que otra cadena añadida a las que lastran la libertad de las personas. Nada hay más gratificante que aceptar dignamente la propia imagen y el proceso vital. Es patético, y suele resultar ridículo, intentar negarlo, pretendiendo evitar lo inevitable. No dejemos que nos amarguen la vida, ni tampoco los veranos en nombre de oscuros intereses y figuras imposibles. Seamos libres.


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