sábado, 5 de marzo de 2016

ANDAMOS EN UN MUNDO CONVULSO




Andamos en un mundo convulso, cargado de dudas, de interrogantes, de inseguridad y cuestionamientos de los principios y valores que deben regir una sociedad justa y equilibrada, donde el ser humano tome protagonismo y se busque el desarrollo de todos y cada uno de los integrantes de esta sociedad, con la intención de establecer sinergias, convergencias, que permitan el desarrollo del colectivo social desde la suma y no desde la división y la resta.

En este medio aberrante todo se compra y se vende. El mercantilismo ha llegado a todas partes y donde no se llega con la compra de voluntades por intereses espurios, se llega con el chantaje, hasta conseguir la sumisión. Lo cierto es que se están enfrentando dos formas o ideas de organización y dependencia de las políticas económicas, de cómo se reparte el PIB, de dónde van las plusvalías del trabajo y la inversión, de cómo se canaliza el esfuerzo humano y hacía donde se enfocan los beneficios de ese esfuerzo.

Es sorprendente ver como, en una situación como la actual, se incrementa el número de multimillonarios y crecen los capitales mientras la pobreza avanza, como un caballo apocalíptico, entre las clases menos favorecidas. Y esto,  bajo mi opinión, solo es posible desvistiendo a la ciudadanía del espíritu crítico que debe acompañar a todo ser humano racional, dotado de razón o facultad de discurrir. Nuestra razón ha sido manipulada, reorientada y dirigida hacia los objetivos que les interesa a los sujetos que andan defendiendo el neoliberalismo y el mercantilismo, el llamado mercado libre, como si ello fuera una filosofía de vida basada en principios y valores humanos, cuando de lo que se trata es de intereses comerciales, engañifas y falacias que nos quieren presentar el progreso desde el tener y no desde el ser propio de una visión humanista de la vida.

La codicia y la avaricia de unos pocos, que entendieron el poder desde el control de los recursos y desde la posibilidad de crear necesidades a la gente para potenciar su comercio y el consumo, atrapándoles en un sistema consumista y, por consiguiente, esclavista para poder satisfacer las necesidades creadas, son la verdadera causa de la crisis. El político, el mal político, anda a la gresca, haciéndoles el juego, denostando el arte de la política, confrontando desde lo malo a lo menos malo, en lugar de desde lo bueno a lo más bueno. Es nuestro deber como ciudadanos pedir limpieza, honradez y claridad en la gestión pública.

La guerra, o conflicto, está entre un Estado fuerte y democrático (entiéndase por Estado a todos los organismos integrantes de la administración pública, tanto central como autonómica y local, y sus poderes legislativo, judicial y ejecutivo), capaz de defender a sus ciudadanos y de hacer una justa distribución de la renta y del crecimiento sostenido y sostenible, de garantizar unos derechos elementales que permitan la supervivencia, sin quebranto y con solvencia, de todo el conjunto de la sociedad, de poner coto y ley a los especuladores y de controlar los movimientos del capital, en ese juego perverso de la ingeniería financiera, que rompe la esencia de los valores humanos anteponiendo el interés de un colectivo a la propia humanidad.

Si queremos que el mundo cambie y fluya hacia la justicia social y a la humanización y convivencia pacífica, habrá que eliminar los elementos de confrontación que cultivan el conflicto y estos no son otros que el choque de intereses económicos y el desprecio a la vida ajena y a los derechos humanos. Habrá que abogar por un Estado fuerte y democrático, incluso universal, con el soberano compromiso de la ciudadanía sabedora de dónde están sus verdaderos intereses.

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