Hay pobreza y ésta crece por un sistema
injusto que no quiere ni permite la distribución equitativa de la riqueza.
La pobreza no es sólo cuestión de ingresos,
por supuesto, porque pobreza es también la falta de educación, ausencia de
sanidad, no poder acceder al agua potable ni a las estructuras de saneamiento…
Nelson Mandela nos recordó que la “pobreza no
es un fenómeno natural; la causan los seres humanos. Acabar con la pobreza,
como dice Mandela, “es un acto de justicia. Es proteger el derecho humano
fundamental a la dignidad y a una vida decente”. Y, si de justicia y de
derechos humanos hablamos, se necesita una acción política y decisiones
políticas. Acabar con la pobreza exige una acción política transformadora para
acabar con el actual modelo socio-económico. Modelo basado en la posesión de
casi toda la riqueza por una minoría, el crecimiento exponencial como motor de
la economía y la obtención también exponencial de beneficios, pero no la
satisfacción de derechos y necesidades.
Hay pobreza porque una minoría acumula riqueza
desmesuradamente en detrimento del resto de la población. Y porque este sistema
socio-económico genera desigualdad, necesita desigualdad. Y la desigualdad
siempre genera pobreza.
Proponerse acabar con la pobreza es una
exigencia ética de elemental dignidad y no se acabará con la pobreza hasta no
acabar con este sistema, en el que la riqueza se acumula en muy pocas manos.
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