El negro y tenebroso viento empuja mi espalda con furor, embajador de la
miseria, la hambruna y el dolor. La trampa del desierto, iluminado por miles de
estrellas titilantes, jugó con mi destino guiando mi huida de la nada, envuelto
en arenales de mágicos cristales que fraguó mi fantasía de un mundo mejor.
Corrí entre las montañas y atravesando ríos busqué desesperado la otra orilla,
que vi tras las cuchillas lacerantes de almas frías y falaces, cimientos de
muros y fronteras que fragua la injusticia a lomos del corcel de la avaricia,
valor insigne en un mundo de codicia que su esencia humana ya perdió. En un
último esfuerzo, tras ser atropellado, engañado y explotado por mafias
desalmadas, me lanzo a la aventura de la mar.
Bajel de imaginaria fortaleza me reta a travesías de mares escarpados, de
olas espumadas de amenazas, de oscuros peligros abismales, de miedos e
ilusiones, huyendo de la miseria y la ignominia hacia la miel de la abundancia.
Y todos en la barca, para conjurar la fuerza de la parca, unidos por las manos,
formamos la cadena de la vida y el ariete que fuerce la frontera, que rompa ese
muro insalvable que el hombre miserable construyó. Luego, el mar se va tragando
a los amigos, sus manos se escapan de las tuyas como gélidos peces escamados
que volvieran a su océano profundo, y ves como el abismo los engulle matando su
esperanza e ilusión. Caronte se los lleva en otra barca, camino mitológico del
hades, a la vez que las guadañas forjadas en la Europa miserable van segando
las almas indefensas, yugulando con violencia la esperanza de un mundo mejor.
El mundo de esta vida deplorable abre su puerta deleznable hacia el
profundo abismo de la nada, mientras un ave luminosa guiada por dioses del
dinero revolotea alrededor entonando estridentes canciones con notas disonantes
del rotor. Ahora estaré a salvo, los otros se han hundido, el mar los devoró. Y
a mí, mañana injustamente, obviando mi dolor, me volverán indiferentes a donde
vive mi color.
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