Cada día
tengo más claro que la seguridad económica nos motiva más que la honradez ética.
Es más, puedo afirmar que el dinero (y todo lo que aporta el dinero: bienestar,
consumo, seguridad...) importa más que la honradez.
A la hora de
pontificar sobre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, todos somos más
honrados que la honradez misma. Queremos un mundo justo, pero luego resulta que
para conseguir lo que decimos que queremos, ponemos al frente de esa tarea a
individuos de los que no tenemos seguridad alguna sobre su sinceridad, su
honestidad y su vergüenza.
¿A dónde
vamos por ese camino? ¿Qué mundo les vamos a dejar a las generaciones futuras? Seguro,
un mundo con muchas técnicas y miles de artilugios. Lo que no sabemos es si
podrá ser un mundo más humano, más habitable y más honesto.
Será, sin
duda, el mundo de los predicadores de la justicia y la verdad. Pero seguramente
será también el mundo de la mentira, el mundo en el que nadie podrá fiarse de
nadie, el mundo del odio y el desprecio.
Mi intención
no es despreciar a los políticos. No estoy hablando de ellos. Estoy hablando de
todos.
De pico y
lengua, estamos todos bien abastecidos. Lo que no sé es si la coherencia ética
se corresponde con nuestras palabras. Ahí está, creo yo, el problema del
momento.
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