La vergonzosa muerte del
niño sirio, Aylan Kurdi a sus 3 años en las playas de Turquía, removió las
conciencias de la Europa de los ricos, la enfocada al mercado, que se mueve por
intereses, a veces, inconfesables. Agitadas las conciencias, Europa se enfrentó
a la crueldad de la guerra en otras tierras al aflorar el terror de sus
consecuencias en las playas que intentaban pisar los fugitivos para salvar la
vida. No fue solo Aylan, sino cientos de muertos los que escupió el mar en la
cara de Europa.
Al igual que las aguas del
mar, removidas por las olas, escupen el cuerpo sin vida de Aylan, se remueve la
conciencia de los pueblos ricos y levanta la porquería que se deposita en el
fondo, apareciendo turbia, sucia e insolidaria, pues solo pretende hacer dinero
para sus clases dominantes. Esos gobiernos, y la gente que los apoya, lavan esa
conciencia con promesas atenuadoras de la culpa y hacen actos de constricción
con propósito de ayudar… pero al final no son capaces, o no quieren hacerlo.
Una vez más, se vuelve a la engañifa y la manipulación de sentimientos, a la
gestión emocional de los pueblos, sabedores de que la conciencia, como el agua
con partículas en suspensión, acabará sedimentando la porquería y volverá a
aparecer clara si no se profundiza en ella.
Entonces se criminaliza a
la víctima, se asusta al ciudadano invadido por las hordas migratorias, se les
hace ver el peligro que corre su bienestar y se revierte el proceso hasta
expulsar al invasor o cerrarles la puerta que se les había prometido abierta.
El desahuciado, el perseguido, el desterrado, el menesteroso, acaba siendo
culpable y sufridor de una guerra incontrolada auspiciada por las potencias con
intereses mezquinos, una guerra de la que huye desesperado para evitar el
sufrimiento y la muerte de los suyos.
Pero puede que a los
poderosos, a los que mueven los hilos del globo, les importe un bledo la vida o
la muerte de la gente sencilla. En la ruleta de la geopolítica siempre gana la
banca. Somos muchos en este mundo y más los que no sirven para sus intereses.
Ellos no forman parte de ese mercado del “progreso” que les permite seguir
engordando sus bolsas, su poder y su prestigio. El nuevo mundo, el del mañana,
no quiere tanta gente, sino aquella que sea rentable y dispuesta a sucumbir
ante el poder de la nueva era. Hay que callar las voces discordantes, las de
aquellos que denuncian y mueven la conciencia mostrando su suciedad, los que la
agitan para mostrar las heces que la contaminan y despertar en la gente los viejos
y eternos valores de solidaridad y ayuda, de justicia social y de humanismo.
Esos son un incordio.
Ante una situación de
choque como la que produce la imagen de un niño ahogado en la playa, se ha de
reaccionar hasta calmar la conciencia, hasta revertirla, para volver a ser como
antes, para volver a las viejas andadas. Ya está. Europa cambia el rumbo y
emite una normativa y un acuerdo con Turquía para que esos indeseables, se
queden allá y nos dejen tranquilos, sin remover conciencias y lejos de la imagen
que, con la empatía, nos aterra. Para ello engordaremos partidos xenófobos que
desprecien al insignificante que llama a la puerta pidiendo ayuda. Es fácil,
solo hay que despertar el egoísmo de la sociedad, el egocentrismo de la vieja
tribu, cuestionar su bienestar y mostrar el peligro… ellos se encargarán de
enfocar la cuestión para crecer la semilla de esa xenofobia. Lo demás lo puede
hacer el dinero…
Ahora lo que sigue
interesando, una vez esquivado el lamentable e impactante incidente de la
playa, es seguir conformando el nuevo mundo, las nuevas formas y leyes que nos
lleven a la dictadura de las multinacionales, a la neutralización del poder de
los Estados, a la sumisión de la sociedad al poder del dinero. La gente no
importa, lo que importan son los mercados que nos lleven al “progreso material”
de un mañana incierto, bajo la injusticia distributiva de la globalización. Ese
es el mundo que nos espera.
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