Hay que
modificar los principios y valores de nuestra cultura para reorientar la
filosofía popular a una nueva era donde primen otros nuevos. No podemos seguir
en esta dinámica depredadora, exculpatoria y agresiva, donde las culpas siempre
son de otros, léase políticos, países, emigrantes, o vaya usted a saber… En
todo caso habría, bajo mi modesta opinión, que redefinir esa cultura, no solo
cambios de normas y leyes, sino con un proceso educacional, de responsabilidad
social, individual y colectiva, que hiciera al individuo más permeable y
racional, que abocara en un nuevo contrato social. Eso es complicado, pues hay
grupos de influencia y poderes fácticos que siguen apoyando y apostando por el
sistema tradicional, que sustenta ese poder propio que no quieren sacrificar.
La cuestión,
para mí, está en como fraguar una sociedad madura que no se pliegue a los
liderazgos paternalistas, que no se deje alienar con falsas orientaciones, que
no se atrape en la delegación de su soberanía a sujetos irresponsables, que
tome partido y defienda y exija que los gobernantes gobiernen para ellos y no
para las clases pudientes, el capital, la banca y los intereses imperialistas
de las multinacionales. En suma, introducir esa dosis de librepensamiento que
cada cual debe reivindicar desde la responsabilidad de ese nuevo contrato
social.
Un problema es
que la globalización rompió fronteras al mercado, pero no homogenizó las
culturas organizacionales; es más, mientras más divididos andemos y mientras
más se potencien los localismos, más energía se distraerá de la lucha
verdadera, de la que lleve a esa homogenización global, no solo de valores y
principios, que definen las culturas, sino del propio desarrollo humanista y
social.
Sigo diciendo,
desde hace ya bastante tiempo, que hay dos tendencias en lucha, la que busca
una clase dominante, dueña del mundo y sus recursos y usa, si le interesa, a
las ciudadanía en general, la aliena, pero si no la necesita la enfrenta y
provoca el conflicto sin importarle la vida ajena; esa sociedad falta de ética,
amoral y asimétrica se está fraguando en este tiempo desde grupos de poder
ocultos, son los de siempre, apoyados invariablemente, también, por los de
siempre. Por otro lado está otra tendencia que busca la simetría, la justicia
social y el valor humano por encima del valor material; aquellos que cada vez
tienen más conciencia del entorno y de la imposibilidad de seguir en esta loca
marcha que acabará con todo en poco tiempo.
Los cambios hay
que sembrarlos, cultivarlos y abonarlos. Solo se da un cambio definitivo si
tiene suficiente apoyo social, si es asumido el llamado y empujado por la
colectividad. Pero para ello se
ha de establecer el espíritu de los tiempos, que muestra un clima intelectual y
cultural capaz de reorientar nuestra cultura hacia otra estructura funcional y
social más justa, más simétrica.
¿Empezamos… o
dejamos que ganen los otros? Habrá que no caer en sus señuelos, reconocer la
importancia de cada cosa, en buscar lo que nos une y no lo que nos separa. El
partido del siglo se juega entre el humanismo y el clasicismo. El resultado final
será la supremacía de una cultura u otra.
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