Muchas veces he comentado que mientras el Poder
siempre aprende de la historia para perfeccionar sus sistemas de dominación,
nosotros parece que nos empeñamos en no hacerlo.
Hablando con personas que ideológicamente se encuadran en la denominada
izquierda radical (o así lo dicen en los medios) todo el mundo coincide en
señalar que a pesar de la situación actual, hubo otro tiempo (según cómo lo
ven, unos hablan de la II República, otros sólo de la última parte y otros sólo
de la revolución social que corrió paralela a la guerra) en que este país
estaba en la vanguardia revolucionaría. Sin embargo, la mayoría de las veces
las conversaciones derivan hacia cuestiones como quién hizo qué y por qué nada
de aquello cuajó. O sea, normalmente cada uno tratando de buscar sus culpables
del asunto. Me parece bien, pero sinceramente me interesa más las pocas veces
que se habla de cómo pudo empezar todo aquello, me parece mucho más importante
de cara a poder extraer y aprender. Entre muchas razones y causas, me parece
muy importante el papel que jugaron los diferentes ateneos, centros culturales,
asociaciones… más allá de la tarea fundamental de sociedades obreras,
sindicatos y partidos.
La labor educativa y cultural era y es fundamental. En aquellos tiempos
era difícil acceder a la información y la clase obrera arrastraba
históricamente una falta de instrucción y formación que todavía ponía más
trabas. Hoy en día, tenemos la educación obligatoria y un sinfín de
herramientas que nos permiten acceder a la información y compartirla de una
forma instantánea y, sin embargo, en este sentido estamos prácticamente igual o
peor que hace 100 años.
Uno de tantos nombres que recibe el modelo social vigente es el de
sociedad del conocimiento, pero lo único que a mi entender conocemos con
seguridad es que cada vez tenemos menos conocimientos, fiándolo todo a la
disponibilidad inmediata de la red. Por no conocer, no nos conocemos ni a
nosotros mismos, por no hablar de conocer a los demás.
En cuanto al tema cultural, desgraciadamente en los tiempos actuales se
ha impuesto la cultura de masas cuyos productos prefabricados carecen, en
muchos casos, de un mínimo de interés o calidad como para incidir en lo más
mínimo en el espíritu humano. Estos productos están diseñados, fabricados y distribuidos
con el único propósito de reproducir los modelos dominantes y expandirlos más
si cabe en un proceso de globalización tanto o más importante que el económico.
Sólo por cuestiones como estas sería importantísimo poder contar con esa
red de ateneos o como queramos llamarlos, y si bien esto es muy importante,
todavía considero como algo de mayor interés otra de las consecuencias que
tuvieron todo aquel conjunto de locales y agrupaciones: ofrecían el marco ideal
para crear y desarrollar un ambiente de camaradería y fraternidad
imprescindible cuando llegado el momento hubiera que afrontar las dificultades.
Hay tantas razones como personas para explicar cómo se pudo conseguir
ese movimiento tan heterogéneo y fraternal pero creo que algunas cuestiones deben
estar en la base de todo esto.
Un punto fundamental era y debería ser participar con el espíritu de
sentirse entre iguales más allá de matices ideológicos o culturales. No era
necesario carné ideológico para participar porque se pretendía crear conciencia
y no ganar adeptos como es bastante habitual hoy día y que suele conducir a la
creación de capillas cerradas con sus popes y sus mandamientos. Se trataba y se
trata de crear los mimbres de un conocimiento y un espíritu crítico, no de
adoctrinar en la fe que cada uno profese. Siguiendo en esta línea, no se
trataba de explicar los fundamentos de ningún planteamiento político concreto
(para eso había otros espacios y momentos) más bien se hablaba de temas que
interesaban al mayor número posible de personas, es decir, que afectasen a su
vida cotidiana a partir de los cuales se podían encaminar hacia otros intereses
o a conocer cómo se relacionaba todo esto con la política y la organización
social. Esto fomentaba el intercambio de ideas y experiencias de una manera
informal pero mucho más profunda que los debates entre especialistas o más bien
clases magistrales a los que andamos tan acostumbrados.
Pero eran sobre todo las actividades culturales, deportivas,
recreativas… las que fortalecían ese ambiente fraternal. A modo de ejemplo, las
salidas para disfrutar en la naturaleza en las que se organizaban comidas,
debates, lecturas poéticas… en las que la implicación se daba de forma natural
debido a esa camaradería, debido a sentirte y reconocerte entre iguales, sin
miedo a conocer y dejarte conocer. También los grupos que organizaban
representaciones teatrales que en muchas ocasiones representaban obras escritas
por ellos mismos sobre cuestiones que les interesaban de la vida diaria. Todo
eso iba creando un caldo de cultivo que llegado el momento afloró y sirvió de
base para momentos en los que realmente se hizo temblar al sistema.
Por eso creo que es por ahí por donde hay que andar. Creando, fomentando
y participando en espacios y acciones donde nos demos la oportunidad de
conocernos y reconocernos, de ver nuestras afinidades y sobre todo nuestras
diferencias.
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