Un 22 de febrero de hace 77 años,
murió en el exilio francés el poeta Antonio Machado. Había pasado la frontera a
pie, del brazo de su madre enferma, con frío en el alma y en el cuerpo,
empujado por la intolerancia de quienes no soportaban la disidencia. Murió
apenas un mes después de su llegada. Su tumba sigue en el precioso pueblo
mediterráneo de Colliure, siempre tiene flores frescas y un buzón donde sus
admiradores le dejan sus palabras.
miércoles, 24 de febrero de 2016
ANTONIO MACHADO NO QUERRÍA VOLVER DE SU EXILIO
Hoy, Machado sigue en el exilio,
y dudo mucho que quisiera volver a esta España. La España “de cerrado y
sacristía” de sus poemas vuelve o quizá nunca se fue. Sigue adorando a los
toros y la religión más fanática. A él, que siempre defendió la libertad de
cátedra, no le gustaría ver cómo una Ley de Educación retrógrada nos devuelve a
las nieblas del autoritarismo, a la imposición, a la falta de pensamiento
libre, a la segregación por sexo, al clasismo.
Lloraría al ver partir al exilio
a la España nueva, la del “cincel y la maza”, la de la investigación y el
pensamiento, las generaciones de jóvenes cultos que nuestros gobernantes
desprecian. Al hombre bueno y dialogante, le espantaría ver cómo se insulta por
pensar diferente, cómo se ahoga la libertad de expresión, cómo se compran
voluntades y cómo se miente sin recato. Él siempre defendió la honestidad y la
coherencia, la sensatez, la concordia y la lucha de ideas, nunca de personas.
Al cristiano agnóstico, que
“buscaba a Dios entre la niebla” y lo encontraba en el prójimo cercano, le
espantarían las imágenes desoladoras de personas migrantes muertas en la playa
por el único delito de querer una vida mejor. Y clamaría contra ministros y
directores de las fuerzas del orden que lo justifican. Porque, como decía:
“Nadie debe disponer de la vida
de las personas, nadie debe utilizar al prójimo hasta quitarle su dignidad”.
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