Uno de los medios más influyentes en nuestra sociedad
es la televisión. Recientemente, se ha denunciado el hecho estremecedor de que
nuestros niños ven al año más de 20.000 actos violentos a través de la
pantalla: homicidios, peleas, tiroteos, robos, suicidios…, durante la
escandalosa media de más de tres horas diarias que permanecen atentos a esta
niñera perversa. Casi la mitad de nuestros pequeños ve programación adulta y,
además, solos, con lo que la posibilidad de diálogo o explicación de ciertos
hechos es nula.
La llamada “caja tonta”, que se debería llamar “caja
atontadora”, está sustituyendo a las relaciones humanas. Es cómoda, incansable,
barata y mantiene al niño hipnotizado y quieto, con lo cual su “servicio” a los
agobiados padres es literalmente impagable. Pero el peligro es claro. Está
alejando a nuestros hijos de la realidad. En vez de asimilar raíces familiares
y culturales propias, se ven sometidos a la dictadura de la degradación
cultural y a la asimilación de esquemas ajenos a su entorno social, con lo cual
el mundo es cada vez más uniforme y no precisamente en lo positivo. Fomenta el
consumismo y la pasividad, y nuestros niños engordan, sometidos pasiva y
dócilmente a la tiranía de multinacionales sin escrúpulos que los seducen con
publicidad.
El mundo les llega a través de un lenguaje pobre,
aséptico y estandarizado que les impide
reconocerse en él en sus diversidades lingüísticas respectivas. La sociedad que
perciben a través de la pantalla es cruel, despiadada y egoísta, además de
infantilizada. Rechazarán por ello la disciplina, la responsabilidad y el
esfuerzo, acostumbrados a actuar como reyes omnipotentes ante el mundo que
dominan a su antojo con el mando a distancia.
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