Creo que
fue en mi infancia avanzada cuando escuché aquella expresión: "El
buey no es de donde nace sino de donde pace". Tuve que dar
muchas vueltas a la frasecita y cumplir algunos años más para asimilar una idea
que al principio me resultaba ininteligible. En mi infancia uno tenía una
patria, decían que, si bien se llamaba España, decían, de hecho adquiría varios
rostros. Tenía a Dios, al Caudillo, a la familia. ¿Todo eso era la patria?
¿Todo eso era lo que uno era? Perdidos en su propio
galimatías, los mayores no sabían responder nunca a las preguntas ingenuas del
niño que acaso no se caracterizaban tan inocentes. Y no eran inocentes porque
todos aquellos personajes más o menos reales, de obligado acatamiento,
producían desasosiego en mi proceso de lenta racionalidad incipiente. Ah, se me
olvidaba. La patria era también la
Historia , es decir, el relato inventado, adulterado y
ficcionado de siglos de acontecimientos épicos inexplicados que habían tenido
lugar en la península, y que había que asumir por cachavas. Aunque fuera
mentira.
Estos ya
vagos recuerdos -el tiempo produce vapores sobre la propia memoria
personal- me han venido a la mente al leer un párrafo de Antonio Machado,
escrito en un artículo de prensa hace más de cien años:"Nuestro patriotismo ha cambiado de rumbo y
de cauce, que la patria no es una finca heredada de nuestros abuelos. Que la
patria es algo que se hace constantemente y se conserva sólo por la cultura y
el trabajo, que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra”.
Oportuno recordatorio de un Machado siempre claro y de larga mirada. No es
solamente una frase olvidada la que me lleva a pensar a contrapelo sobre el
resbaladizo tema de las patrias. Lo es también la corrupción generalizada entre
las clases dominantes españolas -sean económicas, administrativas o
políticas, es decir, poderes de facto o poderes de iure- y el proceso
catalán hacia no se sabe dónde. En tiempos cambiantes, de cambios mucho más
profundos de lo que nos pensamos, en que las relaciones sociales y productivas
van a tomar unos vericuetos poco democráticos y el individuo puede ser
deficientemente respetado, conviene pensar en lo que queremos ser como
colectivo. ¿Puede ser el territorio donde pacemos un lugar de encuentro y
convivencia más participado por la ciudadanía? ¿Puede aún dotarse de una
estructura que no sea ya más la finca ni el cortijo tradicional desde el que se
nos ha usado y tirado tradicionalmente? ¿Puede reconciliarse el individuo con
la política, de la que no creo que haya estado disociado del todo? ¿Puede
avanzarse hacia una mentalidad supranacional, pues los desafíos del momento
están todos internacionalizados? No sé más que hacer preguntas y no perder aún
los anhelos.
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