“Llegará un día en
que nuestros hijos, llenos de vergüenza, recordarán estos días extraños en los
que la honestidad más simple era calificada de coraje”.
Yevgueni Yevtushenko
Repaso la prensa, como todos los
días. Siguen los silencios, los ruidos distorsionantes, las manipulaciones, los
falsos significados, las palabras privatizadas, las medias verdades peores que
mentiras. Busco un oasis entre tanta infamia. Noto que me falta el aire, pero
vuelvo la vista a mi biblioteca y encuentro el libro de Sábato “La resistencia”.
Está ajado, manoseado, acariciado, usado, como ocurre con los libros que se
aman. Y en sus páginas, encuentro las palabras que nombran esta infección letal
que se extiende sin remedio y que arrasa la vergüenza, la decencia y la
honradez:
¿Han notado que la
gente ya no tiene vergüenza y, entonces, sucede que entremezclados con gente de
bien uno se puede encontrar, con amplia sonrisa, a cualquier sujeto acusado de
las peores corrupciones, como si nada? En otro tiempo su familia se hubiera
enclaustrado, pero ahora todo es lo mismo y algunos programas de televisión lo
solicitan y lo tratan como a un señor.
Y, mientras leo, repaso mentalmente fotos recientes de
políticos y políticas ufanos, orgullosos, prepotentes, paseando su descaro por
platós de televisión, arrancando aplausos a un público dirigido por el
realizador de turno. Recuerdo programas que se visten de falsa progresía y
cadenas que presumen de libertad en manos de imperios empresariales al servicio
de un poder que los sostiene… Programas y cadenas que hacen más daño si cabe,
al convertir la política en un circo, las argumentaciones en falsos debates sin
argumentos, la batalla dialéctica en esperpento. Y todo bajo la engañosa
patente de progresía. Escucho a los corruptos dar lecciones de moral sin
complejos, sin decencia, sin vergüenza. No hay nada como tener la moral
supeditada al cinismo. Y pienso que sí me cruzo de brazos, seré cómplice. “No
podemos resignarnos”, sigue diciendo Sábato:
No debemos ser
asesores de la corrupción. ¿Cómo vamos a poder educar a nuestros niños si en
esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o por criminal?
¿Cuantos escándalos hemos presenciado y todo sigue igual, y nadie -con dinero-
va preso? ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Y , a medida que leo sus palabras, el aire vuelve a mis pulmones ,
vuelvo a respirar. Porque uno no se atreve a respirar, a pensar, a resistir,
cuando está solo. Pero sí puedo hacerlo, si lo hago con los otros. Juntos somos
más fuertes. Cierro el libro y decido salir a la plaza con los demás, a unir el
latido de mi corazón al de miles de corazones, como cantaba el poeta Alexandre.
Una vez más, la palabra ha sanado mi alma. Una vez más, compruebo que la
literatura consuela del duro oficio de vivir.La vergüenza sigue ausente, el
periodismo cautivo, la honradez desaparecida, la esperanza escondida, las
mentiras libres. Y los silencios ahogan los gritos de rebeldía. Pero ya sé que
es posible resistir y que es posible la esperanza. Los seres humanos nos
hacemos fuertes en nuestra debilidad porque siempre nos guía la solidaridad y
la justicia.
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