Decía Fedor Dostoievski que El
Quijote es el libro
más triste que se ha escrito, pues es la historia de una ilusión perdida.
El caballero representaba la lucha
titánica por conciliar palabra y realidad en un mundo en el que no coincidían.
Era un huérfano en busca de su ideal. Pero la realidad le roba el sueño y muere
cuerdo, porque no es posible escapar del todo a la cordura. Cervantes, un
hombre apaleado por las circunstancias y un genio clarividente, nos legó en su
libro la más hermosa lección de vida que nunca se haya escrito.
He recordado sus palabras tras la
tormenta perfecta que aplasta a un país al borde del colapso. Escándalos de
corrupción sin precedentes, desprestigio de los políticos, desconfianza
ciudadana, medios críticos silenciados y justicia lenta, cuando no paralizada.
Se siente miedo y desolación al comprobar cómo esa lacra corrupta se ha
instalado en la sociedad de manera que no sólo es costumbre, sino modelo.
Vivimos tiempos difíciles. Arribistas
sin escrúpulos alardean de sus fechorías. Todo lo rige el economicismo que,
como afirma Sábato, es una guerra no armada que usa la lucha individualista
contra el otro. Hubo un tiempo en el que la honradez se aprendía de los
mayores. Simplemente, ellos cumplían con su deber. La dignidad estaba por
encima de tentaciones fáciles. Hoy, los jóvenes se educan viendo como medran
los sin escrúpulos. Cómo se tronchan los sueños y cómo el dinero es el gigante
que aplasta a los quijotes que pretenden reformar la realidad.
Han fallado los políticos porque no
han hecho política, sino partidismo. Ocupados en sus guerras de poder, han
perdido contacto con la realidad. Ponen en serio peligro el sistema y la ética
parece desaparecida. Sustituyen la honradez por el descaro. Hacen declaraciones
incendiarias en las que la consigna sustituye a las ideas y no respetan nada.
Todo vale en esta siniestra huida hacia delante. Los políticos no son los
dueños del poder. El poder es del pueblo soberano que delega en ellos por un
tiempo y que tiene derecho a exigirles responsabilidades, si no cumplen lo
prometido. La ciudadanía tiene obligación de denunciar a “trepadores y
cucañistas”, como los llamaba Antonio Machado, que usan la política como un
bien personal.
Peligra la democracia. Los ciudadanos
desencantados caen en la trampa de confundir política y políticos. Ya lo hizo
la generación del 98 y abrió la puerta a una dictadura. Seamos cautos pues nos
venden, de manera calculada, el desprestigio de lo público sólo para prestigiar
sus negocios privados. Necesitamos una política renovada que dé respuestas a
los retos del siglo XXI y articule una reforma tan esperada como urgente.
Deberían meditar sobre ello todos. Y también, sobre su papel tan necesario en
una sociedad herida, apaleada por el poder omnipotente del dinero.
Hacia decir Cervantes a Don Quijote:
“bien podrán quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo imposible”. Ha
llegado la hora de la reflexión, pero no del desaliento. Vivimos tiempos en los
que gente sin escrúpulos está adueñándose hasta de las palabras. Hay que estar
alerta, porque la vergüenza no entra en su vocabulario. Quizá porque, como
decía Marx, la vergüenza es un sentimiento revolucionario.´
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