Siempre he sentido fascinación por la palabra. Me maravillan las
personas que saben usarla, en voz alta, por escrito o en paredes. La palabra
puede muscular las ideas más atrofiadas, puede poner en pie de paz o de guerra.
Por eso es temida, odiada, encarcelada. Porque cuando da en el blanco revienta
las cadenas, airea los corazones, se pone a cantar a las mujeres y los hombres
hasta que se hace luz entre las tinieblas.
La palabra no es piedra, pero golpea, no es plomo, pero dispara, no es propiedad
privada. Es de todos o de ninguno, pero los que la quieren en sus jaulas, la
persiguen, la acechan, la quieren atar en corto, herirla de muerte, llenar de
miedo sus arterias.
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