Siempre
he querido ser fronterizo sin pasaporte, porque siento que no soy de ningún
lado. En todo caso, del lugar en el que estén mis amigos, mi trabajo y mi casa.
Soy de ninguna parte, soy sin banderas, sin patrias, sin fronteras.
Una
frontera es una línea divisoria, una estrecha franja a un paso del abismo. Una
tierra fronteriza es un lugar vago e indeterminado creado por el residuo
emocional de límites no naturales.
Las
únicas fronteras que respeto, parafraseando al escritor Roberto Bolaño, “son
las fronteras de los sueños, las fronteras temblorosas del amor y del desamor,
las fronteras del valor y el miedo, las fronteras doradas de la ética”.
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