Dormir se convierte a
cierta edad en algo peculiar y diferente, si no irritante. Pero ¿acaso no es
distinto a su vez el acontecer de las horas conscientes? Yo unas noches duermo
con largura, otras escasamente, otras me despierto y vuelvo a dormir de modo
alterno, otras me desvelo con harto desasosiego, otras sueño con gran alboroto
y olvido, otras me azuzan pesadillas que logro recordar después, otras son de
tiempo que transcurre calmo, otras deambulo entre pensamientos, otras soy
asaltado por ese estado que la testosterona produce en uno sin saber por qué,
sin incentivo ni deseo alguno, y que me trae a mal traer en esas horas
intempestivas. En fin, dormir y soñar, se convierte cada noche en una
experiencia novedosa, extraña, entrañable, revoltosa, deudora. Y de pronto, al
despertar, me siento ángel, probablemente caído, y me digo: he visto amanecer
otro día sin otoño, tampoco invierno, sólo el de nuestro descontento.
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